-«En medio del desorden de la casa paterna -le oí contar a mi padre- aprendimos mi hermano y yo a ser ordenados en la administración de nuestros bienes.»
«Castelló Pantoja, Luis. Fecha de nacimiento: 26-03-1881. Fecha de la R. O. de ingreso: 04-08-1889. Salida de la Academia; número de promoción 116. Fecha de la R. O. de ascenso a oficial: 14-04-1902. Cuerpo a que fue destinado: Regimiento de Soria Nº 9, Sevilla.»
Entró mi padre con dieciocho años en la Academia de Infantería de Toledo. Fueron duros años de aprendizaje, pues además de la severa disciplina, el vetusto edificio carecía del menor confort; pese a los gruesos muros, ni un brasero para calentarse en invierno y un calor sofocante en verano. Los cadetes eran despertados al alba. Tenían varias horas de estudio en unas mesas despacho que estaban frente a las camas. Les permitían envolverse las piernas con una de las mantas y se iluminaban con velas cuyos cabos se jugaban a las cartas y que, empalmados unos con otros, daban un poco más de iluminación. No era de extrañar que entre la hora temprana, la semipenumbra y el frío, a más de un alumno acabase por entrarle el sueño y dormitase. El vigilante avanzaba entonces con pasos sigilosos, daba unos golpecitos en el hombro del durmiente y castigaba al caballero cadete a seguir estudiando de pie. Para evitar este cruel castigo los alumnos cortaban cabezas de cerillas y las esparcían por el suelo y así conseguían escuchar los pasos del vigilante, despertarse y eludir la sanción. Luego llegaba la segunda penitencia: pasar a los lavabos. Cómo estaría de fría el agua que, las mañanas de invierno, un asistente tenía que subir a la cisterna y romper la capa de hielo que se formaba en ella e impedía que el agua circulase por las cañerías. Un compañero de mi padre, el futuro marqués de Camarasa, provisto de jabón, manopla, esponja y toalla, antes de comenzar sus abluciones metía con cautela un dedo en el agua, movía negativamente la cabeza y mojando entonces la punta de la toalla se restregaba cuidadosamente los ojos. Para completar la higiene disponían de los baños públicos donde, por un real, tenían agua caliente, jabón y toalla. Los solían utilizar una vez por semana.
Tras el aseo venía el desayuno: café con leche y migas en abundancia. Seguían las clases teóricas y prácticas hasta la hora de almorzar. Los domingos, previo aviso, podían salir a comer fuera y no regresar hasta la hora de la cena.
Hablaba mi padre de un profesor de matemáticas muy divertido que trataba a los alumnos con una especie de paternalismo cargado de ironía. Usaba con frecuencia el apelativo «bonito -precioso»... calificativo poco usual en una Academia Militar.
-«Vamos a ver, ¿qué es lo que no has entendido? Eso de que A más B, menos C igual a D, más E... bonito-precioso: te lo voy a explicar... para eso estoy yo aquí, para eso me paga tu padre.»
Pero si el alumno no comprendía rápidamente y tenía que repetir dos y hasta tres veces su explicación, su paciencia acababa terminándose y exclamaba:
-« ¡ Ay, bonito-precioso! ¡Qué lástima que una nube de mierda no cayese sobre nuestras cabezas y nos aplastase!»
Un domingo le tocó a este oficial quedarse de guardia. A media tarde, una señorita de voz aflautada preguntó por teléfono por él y se presentó como Niní, hermana de uno de sus alumnos; solicitó permiso para que aquél se quedase no sólo a cenar sino a dormir en casa de sus padres.
-«No faltaría más, tratándose de usted... »
Pero al regresar a la mañana siguiente el cadete vio cómo el profesor de matemáticas lo miraba con divertida ironía y acercándose a él le decía con voz aflautada:
-«Soy Niní... la hermana del alumno X... Pero bonito-precioso... ¿Tú crees que no te reconocí cuando me llamaste? Lo que pasa es que comprendí que tenías ganas de correrte una juerguecita... y por una vez... »
«Castelló Pantoja, Luis. Fecha de nacimiento: 26-03-1881. Fecha de la R. O. de ingreso: 04-08-1889. Salida de la Academia; número de promoción 116. Fecha de la R. O. de ascenso a oficial: 14-04-1902. Cuerpo a que fue destinado: Regimiento de Soria Nº 9, Sevilla.»
Entró mi padre con dieciocho años en la Academia de Infantería de Toledo. Fueron duros años de aprendizaje, pues además de la severa disciplina, el vetusto edificio carecía del menor confort; pese a los gruesos muros, ni un brasero para calentarse en invierno y un calor sofocante en verano. Los cadetes eran despertados al alba. Tenían varias horas de estudio en unas mesas despacho que estaban frente a las camas. Les permitían envolverse las piernas con una de las mantas y se iluminaban con velas cuyos cabos se jugaban a las cartas y que, empalmados unos con otros, daban un poco más de iluminación. No era de extrañar que entre la hora temprana, la semipenumbra y el frío, a más de un alumno acabase por entrarle el sueño y dormitase. El vigilante avanzaba entonces con pasos sigilosos, daba unos golpecitos en el hombro del durmiente y castigaba al caballero cadete a seguir estudiando de pie. Para evitar este cruel castigo los alumnos cortaban cabezas de cerillas y las esparcían por el suelo y así conseguían escuchar los pasos del vigilante, despertarse y eludir la sanción. Luego llegaba la segunda penitencia: pasar a los lavabos. Cómo estaría de fría el agua que, las mañanas de invierno, un asistente tenía que subir a la cisterna y romper la capa de hielo que se formaba en ella e impedía que el agua circulase por las cañerías. Un compañero de mi padre, el futuro marqués de Camarasa, provisto de jabón, manopla, esponja y toalla, antes de comenzar sus abluciones metía con cautela un dedo en el agua, movía negativamente la cabeza y mojando entonces la punta de la toalla se restregaba cuidadosamente los ojos. Para completar la higiene disponían de los baños públicos donde, por un real, tenían agua caliente, jabón y toalla. Los solían utilizar una vez por semana.
Tras el aseo venía el desayuno: café con leche y migas en abundancia. Seguían las clases teóricas y prácticas hasta la hora de almorzar. Los domingos, previo aviso, podían salir a comer fuera y no regresar hasta la hora de la cena.
Hablaba mi padre de un profesor de matemáticas muy divertido que trataba a los alumnos con una especie de paternalismo cargado de ironía. Usaba con frecuencia el apelativo «bonito -precioso»... calificativo poco usual en una Academia Militar.
-«Vamos a ver, ¿qué es lo que no has entendido? Eso de que A más B, menos C igual a D, más E... bonito-precioso: te lo voy a explicar... para eso estoy yo aquí, para eso me paga tu padre.»
Pero si el alumno no comprendía rápidamente y tenía que repetir dos y hasta tres veces su explicación, su paciencia acababa terminándose y exclamaba:
-« ¡ Ay, bonito-precioso! ¡Qué lástima que una nube de mierda no cayese sobre nuestras cabezas y nos aplastase!»
Un domingo le tocó a este oficial quedarse de guardia. A media tarde, una señorita de voz aflautada preguntó por teléfono por él y se presentó como Niní, hermana de uno de sus alumnos; solicitó permiso para que aquél se quedase no sólo a cenar sino a dormir en casa de sus padres.
-«No faltaría más, tratándose de usted... »
Pero al regresar a la mañana siguiente el cadete vio cómo el profesor de matemáticas lo miraba con divertida ironía y acercándose a él le decía con voz aflautada:
-«Soy Niní... la hermana del alumno X... Pero bonito-precioso... ¿Tú crees que no te reconocí cuando me llamaste? Lo que pasa es que comprendí que tenías ganas de correrte una juerguecita... y por una vez... »
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