Hízose en Andalucía un plebiscito y, casi por unanimidad, resulté elegido delegado.
Barcelona, en el mes de julio, había pasado por una huelga revolucionaria y una sedición militar.
El día que llegué fui, como los otros, a presentarme al Coronel don Benito Márquez, presidente de la Junta. A todos los delegados nos citaron en el pabellón del coronel y allí presentamos nuestras credenciales. El coronel concedió la palabra al Capitán Leopoldo Pérez Pala, el autor del Manifiesto. Su figura apenas si era conocida; era un tipo extraño y daba la impresión, por su vestimenta, de que se trataba de un bohemio o un revolucionario. Inspiraba respeto. Comenzó a hablar quedo pero, al mismo tiempo, en un tono rudo tajante. Todo era sincero en él. La soberbia brotaba de sus palabras, se hacía luz. El Manifiesto en sus labios tomaba vida. Dejó muy en claro que él amaba el Arma y que la consideraba la base sustancial del Ejército; creía que debía ser la cantera de la que saliesen los generales. «Quien lleva el peso de la batalla -decía- debe tener el máximo de los honores y recompensas; la labor de las otras armas es sólo accesoria.» Hizo a continuación una catilinaria contra Artillería e Ingenieros, a quienes llamaba «masónicos y jesuíticos». Planteó luego el asunto de los méritos de guerra. Se manifestó en un principio partidario de la "escala cerrada" pero propuso un plebiscito del Arma y, caso de triunfar el criterio de la "escala abierta", hacer un expediente con un Juez, escuchar votos en pro y en contra, enviarlo al Consejo Supremo, luego Ley en Cortes. El Arma aprobó este sistema y fue la Ley de Bases. La razón que adujo para la toma de esta medida fue el favoritismo entronizado en el Ejército. Respecto del asunto de los destinos expresó que siempre el que carecía de influencias iba a los peores destinos, por lo cual proponía que éstos fuesen solicitados por papeletas y la fecha de las mismas fuese la que determinara la obtención de la solicitud.
Por último, habló sobre la gestación de las Juntas: éstas habían tratado de tantear a los jefes de los partidos políticos para solicitar su apoyo y ofrecer el nuestro. Supimos que no habían sido recibidos por Maura, que los había escuchado Cambó y había aceptado Cierva. No habían visitado a los republicanos, pero éstos les habían enviado emisarios para poner a su disposición sus huestes con el objeto de derrumbar a la Monarquía. (El movimiento revolucionario de Besteiro, Saborit, Largo Caballero, fue posterior al Manifiesto; a no dudar, éstos creían que la guarnición de Barcelona se declararía neutral, pero cuando se impuso el Estado de Guerra, la Junta cumplió con su deber.)
Los delegados oíamos atónitos esta intromisión de la Junta en la política. Cuando nos vimos fuera del local me reuní con Rafael Valenzuela, Rafael Duyós y Campoangulo. Cambiamos impresiones y acordamos dar nuestra aprobación a la parte militar y un voto de censura a la actuación política que nos ponía fuera de nuestra misión para cuya actuación no estábamos preparados y que nos acarrearía la enemistad de los partidos políticos que no apoyásemos. Acordóse decirles que el Ejército es órgano apolítico creado para la defensa de la Patria -y del orden, sea cual fuese el gobierno que los dirigiese. Veinte días duraron las sesiones, de las cuales dimos cuenta a nuestras Juntas. Yo emití mis opiniones, que ya estaban contrastadas por los otros comandantes. Mi Junta de Sevilla las hizo suyas y, puestos de acuerdo con las otras regiones, se pudo suprimir la Junta Central de Barcelona y constituir un Directorio del Arma en Madrid con un Presidente votado por todos y un Vocal por cada región militar. Yo fui designado por la Segunda Región. Reunidos en Madrid, conviví con los demás dos años: hicimos algunas cosas útiles y algunas innecesarias. Por nuestras oficinas desfilaron jerarcas de la milicia, unos para conocernos, otros para cambiar impresiones, otros para darnos consejos. En el reglamento estaba dispuesto que cada dos años se renovase la mitad de la Junta. En el primer sorteo me tocó salir; nos habían dado derechos preferentes para elegir el destino que deseásemos. Fui destinado al Regimiento de León de Madrid. En la Monarquía era norma que cuando un Jefe era destinado a un Cuerpo armado debía solicitar audiencia al Rey. Así lo hice. El Rey me recibió. Su primera pregunta fue:
Barcelona, en el mes de julio, había pasado por una huelga revolucionaria y una sedición militar.
El día que llegué fui, como los otros, a presentarme al Coronel don Benito Márquez, presidente de la Junta. A todos los delegados nos citaron en el pabellón del coronel y allí presentamos nuestras credenciales. El coronel concedió la palabra al Capitán Leopoldo Pérez Pala, el autor del Manifiesto. Su figura apenas si era conocida; era un tipo extraño y daba la impresión, por su vestimenta, de que se trataba de un bohemio o un revolucionario. Inspiraba respeto. Comenzó a hablar quedo pero, al mismo tiempo, en un tono rudo tajante. Todo era sincero en él. La soberbia brotaba de sus palabras, se hacía luz. El Manifiesto en sus labios tomaba vida. Dejó muy en claro que él amaba el Arma y que la consideraba la base sustancial del Ejército; creía que debía ser la cantera de la que saliesen los generales. «Quien lleva el peso de la batalla -decía- debe tener el máximo de los honores y recompensas; la labor de las otras armas es sólo accesoria.» Hizo a continuación una catilinaria contra Artillería e Ingenieros, a quienes llamaba «masónicos y jesuíticos». Planteó luego el asunto de los méritos de guerra. Se manifestó en un principio partidario de la "escala cerrada" pero propuso un plebiscito del Arma y, caso de triunfar el criterio de la "escala abierta", hacer un expediente con un Juez, escuchar votos en pro y en contra, enviarlo al Consejo Supremo, luego Ley en Cortes. El Arma aprobó este sistema y fue la Ley de Bases. La razón que adujo para la toma de esta medida fue el favoritismo entronizado en el Ejército. Respecto del asunto de los destinos expresó que siempre el que carecía de influencias iba a los peores destinos, por lo cual proponía que éstos fuesen solicitados por papeletas y la fecha de las mismas fuese la que determinara la obtención de la solicitud.
Por último, habló sobre la gestación de las Juntas: éstas habían tratado de tantear a los jefes de los partidos políticos para solicitar su apoyo y ofrecer el nuestro. Supimos que no habían sido recibidos por Maura, que los había escuchado Cambó y había aceptado Cierva. No habían visitado a los republicanos, pero éstos les habían enviado emisarios para poner a su disposición sus huestes con el objeto de derrumbar a la Monarquía. (El movimiento revolucionario de Besteiro, Saborit, Largo Caballero, fue posterior al Manifiesto; a no dudar, éstos creían que la guarnición de Barcelona se declararía neutral, pero cuando se impuso el Estado de Guerra, la Junta cumplió con su deber.)
Los delegados oíamos atónitos esta intromisión de la Junta en la política. Cuando nos vimos fuera del local me reuní con Rafael Valenzuela, Rafael Duyós y Campoangulo. Cambiamos impresiones y acordamos dar nuestra aprobación a la parte militar y un voto de censura a la actuación política que nos ponía fuera de nuestra misión para cuya actuación no estábamos preparados y que nos acarrearía la enemistad de los partidos políticos que no apoyásemos. Acordóse decirles que el Ejército es órgano apolítico creado para la defensa de la Patria -y del orden, sea cual fuese el gobierno que los dirigiese. Veinte días duraron las sesiones, de las cuales dimos cuenta a nuestras Juntas. Yo emití mis opiniones, que ya estaban contrastadas por los otros comandantes. Mi Junta de Sevilla las hizo suyas y, puestos de acuerdo con las otras regiones, se pudo suprimir la Junta Central de Barcelona y constituir un Directorio del Arma en Madrid con un Presidente votado por todos y un Vocal por cada región militar. Yo fui designado por la Segunda Región. Reunidos en Madrid, conviví con los demás dos años: hicimos algunas cosas útiles y algunas innecesarias. Por nuestras oficinas desfilaron jerarcas de la milicia, unos para conocernos, otros para cambiar impresiones, otros para darnos consejos. En el reglamento estaba dispuesto que cada dos años se renovase la mitad de la Junta. En el primer sorteo me tocó salir; nos habían dado derechos preferentes para elegir el destino que deseásemos. Fui destinado al Regimiento de León de Madrid. En la Monarquía era norma que cuando un Jefe era destinado a un Cuerpo armado debía solicitar audiencia al Rey. Así lo hice. El Rey me recibió. Su primera pregunta fue:
No hay comentarios:
Publicar un comentario