Técnico redactor: Alfredo Linares Agüera
Sobre el bosque original de
quercíneas se originó un monte aclarado de encinas o alcornoques (la dehesa),
en el que se practicaba un aprovechamiento ganadero extensivo. La dehesa, era y
sigue siendo la base de las grandes explotaciones ganaderas. El aprovechamiento
conjunto de todos los elementos de la dehesa se basaba en una ganadería de
cerdos y rumiantes. El encinar proporcionaba leñas, de las podas o del clareo
de los pies, que se utilizaba para uso doméstico o para carboneo. Las ramas y
hojas eran utilizadas como ramón para el ganado doméstico en momentos de
escasez de alimentos en el suelo. El alcornocal, con la producción de corcho,
añadía una renta adicional, aunque no fue hasta el siglo XVIII, con la llegada
de los catalanes a Andalucía, cuando se impulsó esta producción. El matorral
ofrecía la posibilidad de un cultivo marginal, por rozas, que permitía una
producción adicional en las épocas de mayor demanda demográfica, a la vez que
servía de refugio a las especies cinegéticas. Sobre las dehesas se desarrolló
una ganadería extensiva basada en el ganado porcino y en el ovino (raza
merina).
En la Sierra los terrenos
cultivados tienen una escasa representación territorial, localizándose
fundamentalmente en los fondos de valle, laderas suaves, ruedos de los pueblos.
Dominaban los cultivos de secano, de cereal (cebada, avena, centeno, trigo), de
escasa producción, por lo que durante las épocas de crecimiento demográfico se
tuvo que recurrir o las rozas del monte y al comercio con zonas cerealistas de
la meseta sur. Los regadíos, organizados en pequeñas huertas, aparecían en los
ruedos de los pueblos, y consistían fundamentalmente en frutales, forrajeras y
lino. Entre los cultivos leñosos destacaba el olivar, distribuido espacialmente
en función de las características climáticas y edáficas locales.
El olivar ocupaba generalmente las solanas de los
cerros calizos de la Sierra.
A partir del siglo XIX se extendió su cultivo debido a la
desaparición de las trabas señoriales, llegando a constituir verdaderos
paisajes de olivar en municipios como el de Constantina, Cazalla de la Sierra ó Guadalcanal.
Durante el proceso de
desamortización la sociedad tradicional, basada en el aprovechamiento colectivo
del monte y complementado con una pequeña agricultura privada de subsistencia,
sufrió el cambio de régimen jurídico de propiedad, pasando de un régimen
estamental medieval al sistema de mercado y propiedad privado, lo que supuso una
alteración de las bases económicas de la subsistencia de la población. La
privatización de los terrazgos municipales consolidó el latifundismo y fue el
germen de la proletarización de los vecinos no terratenientes, que pasaron a
integrar una mano de obra asalariada abundante y barata, que fue uno de los
pilares de la explotación ganadera de las dehesas. La desamortización conllevó,
por primera vez en la historia en algunos municipios, la unión de la propiedad
del ganado y de la tierra, dando origen a las explotaciones ganaderas asentados
sobre las dehesas.
A pesar de los cambios antes
comentados y de las consecuencias sociales y políticas, se han mantenido los
usos y aprovechamientos tradicionales, con excepción de algunas modificaciones
paisajísticas como la citada extensión del olivar que tuvo lugar a mediados del
siglo XX.
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