Despachado con suficiencia el contenido de su plato, Cervantes prosiguió con su relato:
—En el setenta y dos, totalmente repuesto (enseñando su mano izquierda) —bueno totalmente, es mucho decir— tomé parte en una expedición contra los turcos en Navarino. Triste año, por un lado se produjo en Francia la matanza de los hugonotes, la tristemente “Noche de San Bartolomé”, por otro Fray Luis de León fue encarcelado por la Inquisición. El siguiente año tomé parte en una expedición a Túnez y les supongo enterados, de que se estableció en ese año la censura de libros impresos.
No escarmentado, de nuevo el joven Muñoz de la Rica le hizo a Cervantes una de sus preguntas comprometidas.
—Don Miguel, ¿de amores que nos puede contar? Nos llegaron noticias por un paisano que estuvo en Nápoles, que tuvisteis un hijo con una guapa napolitana, e incluso nos dijo el nombre: Promontorio.
Como si no hubiera escuchado la pregunta Cervantes continuó.
—De Sicilia pasé a Génova a las órdenes de Lope de Figueroa, después me acuartelaron en Palermo, al mando del duque de Sessa, virrey de Sicilia, así que Nápoles ni la pisé.
—Hay un episodio en su vida —tomó la palabra Diego de Funes— que no sabemos si lo desea recordar, que son sus años de cautiverio en Argel.
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