Pliego tres
Como la mañana avanzaba entre sorbos de buen vino y distendida conversación, los contertulios comenzaron a sentir por igual la curiosidad por los relatos de D. Miguel y el rugido de sus tripas en ayunas, así que se dispusieron a saciar ambas sin demora. En el mesón, dada la hora, los platos iban y venían de la cocina a las mesas con la misma celeridad con que los vencejos iban y volvían a los mechinales de la cercana torre de Santa María. Nuestros amigos pidieron de comer al mesonero, quien con un repetido frotar de manos y una rápida elevación de sus pobladas y continuas cejas gritó a las orondas mujeres que atendían los fogones, para al instante poner sobre la desnuda mesa una fuente aún humeante de cordero estofado y una jarra de vino que sustituyó a la que ya hacía un rato sólo contenía el cargado aire que cubría el mesón, aromas de romero, tomillo y otras parecidas yerbas que tan generosamente se prodigan en las sierras vecinas.
Durante unos minutos sólo se oyó el tintineo de los tenedores yendo y viniendo al plato de estofado en una rítmica alternancia con las manos que también iban y volvían con agradecidos vasos de vino. La hogaza de pan, con aromas conventuales, dio buena cuenta de la aceitosa salsa que acompañaba a la carne, que por algo es conocida la calidad de los aceites de esta tierra.
Rompió el silencio Cervantes.
—Sabéis lo que os digo, que cuando me marche mañana, tengo que llevarme un corambre de este vino, que pienso disfrutarlo con mis amigos en Sevilla. Mantengo lo que antes dije, tengo que nombrarlo en alguno de mis libros, si quiera Dios, llego a publicarlos. (21)
Como la mañana avanzaba entre sorbos de buen vino y distendida conversación, los contertulios comenzaron a sentir por igual la curiosidad por los relatos de D. Miguel y el rugido de sus tripas en ayunas, así que se dispusieron a saciar ambas sin demora. En el mesón, dada la hora, los platos iban y venían de la cocina a las mesas con la misma celeridad con que los vencejos iban y volvían a los mechinales de la cercana torre de Santa María. Nuestros amigos pidieron de comer al mesonero, quien con un repetido frotar de manos y una rápida elevación de sus pobladas y continuas cejas gritó a las orondas mujeres que atendían los fogones, para al instante poner sobre la desnuda mesa una fuente aún humeante de cordero estofado y una jarra de vino que sustituyó a la que ya hacía un rato sólo contenía el cargado aire que cubría el mesón, aromas de romero, tomillo y otras parecidas yerbas que tan generosamente se prodigan en las sierras vecinas.
Durante unos minutos sólo se oyó el tintineo de los tenedores yendo y viniendo al plato de estofado en una rítmica alternancia con las manos que también iban y volvían con agradecidos vasos de vino. La hogaza de pan, con aromas conventuales, dio buena cuenta de la aceitosa salsa que acompañaba a la carne, que por algo es conocida la calidad de los aceites de esta tierra.
Rompió el silencio Cervantes.
—Sabéis lo que os digo, que cuando me marche mañana, tengo que llevarme un corambre de este vino, que pienso disfrutarlo con mis amigos en Sevilla. Mantengo lo que antes dije, tengo que nombrarlo en alguno de mis libros, si quiera Dios, llego a publicarlos. (21)
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(21) Cumplió su promesa, en otra de sus Novelas Ejemplares: “El Licenciado Vidriera”, de nuevo hace referencia a los vinos de Guadalcanal. “…y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía, ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la imperial más que real ciudad, recámara del dios de la risa; ofreció a Esquivias, a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla…” (Nota del Editor)
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