—En Sevilla ha pasado muchos años de su vida, ¿cuándo la pisó por primera vez? —preguntó ahora Diego de Funes.
—En el sesenta y cuatro. Había cumplido dieciséis años, y allí estaba cuando falleció la esposa de nuestro querido rey Felipe II, Doña Isabel de Valois, el tres de octubre de 1568, para quien escribí cuatro composiciones, en una antología de poemas.
—¿Cuándo comenzó a publicar? –dijo Jerónimo Ortega.
—Los primeros versos los publiqué gracias a López de Hoyo en el sesenta y nueve.
—Excúseme D. Miguel si le hago esta pregunta —sigue Francisco Muñoz— mi padre me contaba, que estando de viaje en Madrid coincidió con un juicio que hacían a un Miguel de Cervantes, por haber herido a un tal Antonio Segura. Me dijo que lo condenaron a la amputación de una mano y a diez años de destierro.
Cervantes se le quedó mirando fijamente durante unos segundos que a Francisco Muñoz se le hicieron eternos, después, esbozando una leve sonrisa para romper el momento de tensión que la cara del muchacho comenzaba a transmitir, levantó el brazo derecho y el izquierdo, se los acercó enseñándole ambas extremidades y por fin le dijo:
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