Otra de las cosas que ha perdido Guadalcanal, son sus famosas fábricas de aguardiente. Aquí podemos observar la que posiblemente fuera la última en cerrar, propiedad de la familia Fernández, situada en la calle San Sebastián.
Cuántas de las botellas que vemos, vendería Alfredo en el bar de La Puntilla, o su hermano Joaquín en el bar “de los Pepes”, o Tomás en el bar Cazalla.
Vemos la fotografía y admiramos la tranquilidad de los empleados que miran al fotógrafo. Con igual calma, lo hace el gato –blanco y negro- que reposa sobre las cuatro cajas ya cerradas.
La existencia en aquéllas fechas de esta fábrica de anís, le salvó la pierna a Rafael Torrado, en la última guerra civil.
Nos contaba este verano en amigable charla, la historia que vivió y que ahora les resumimos.
Estando en el frente recibió una herida en la pierna bastante importante. No pudo ser evacuado en un primer momento, por el fragor de la batalla y cuando lo intentaron hacer, tuvieron que abandonarlo, para evitar los múltiples disparos.
Cuando por fin pudieron rescatarlo, observaron que la herida era muy importante y propusieron su traslado para que fuera operado.
Después de múltiples peripecias en el traslado, que obligaron a retrasar la llegada a su destino, por fin llegó a un hospital, donde el médico cirujano le explicó que debido al retraso y a las condiciones en que se encontraba la herida, no había más solución que amputarle la pierna.
Pueden figurarse lo que pudo sentir nuestro amigo Rafael, en un lugar desconocido, sin nadie que le ayude y a punto de perder una pierna.
En ese momento, entró un capitán médico, que saludó efusivamente al cirujano que le estaba comunicando la decisión. Este militar, suponemos que por tratar de animar al herido, le preguntó que de dónde era, Rafael desanimado le dijo que de Guadalcanal. En ese momento el capitán sonrió y dirigiéndose a nuestro paisano le dijo: No me diga que es de Guadalcanal, tengo un gran recuerdo de ella, porque un amigo me regaló una caja de botellas de anís “Flor de la Sierra” y nunca había probado un anís como ese.
El militar, que también era cirujano, se apartó un poco con su amigo, y Rafael muy atento a lo que hablaban, le oyó decir: Si me lo permites, me gustaría intentar salvarle la pierna a ese soldado. El amigo, saturado de trabajo, no puso ningún impedimento en esta ayuda, autorizando la intervención.
La pierna le ha seguido acompañando. Cuando al cabo de unos días volvió el militar, Rafael agradecido le dijo: Qué puedo hacer para agradecerle lo que ha hecho por mí. Nada, nada… bueno sí… cuando llegue a su pueblo, mándeme unas botellas del “Flor de la Sierra”.
Cuántas de las botellas que vemos, vendería Alfredo en el bar de La Puntilla, o su hermano Joaquín en el bar “de los Pepes”, o Tomás en el bar Cazalla.
Vemos la fotografía y admiramos la tranquilidad de los empleados que miran al fotógrafo. Con igual calma, lo hace el gato –blanco y negro- que reposa sobre las cuatro cajas ya cerradas.
La existencia en aquéllas fechas de esta fábrica de anís, le salvó la pierna a Rafael Torrado, en la última guerra civil.
Nos contaba este verano en amigable charla, la historia que vivió y que ahora les resumimos.
Estando en el frente recibió una herida en la pierna bastante importante. No pudo ser evacuado en un primer momento, por el fragor de la batalla y cuando lo intentaron hacer, tuvieron que abandonarlo, para evitar los múltiples disparos.
Cuando por fin pudieron rescatarlo, observaron que la herida era muy importante y propusieron su traslado para que fuera operado.
Después de múltiples peripecias en el traslado, que obligaron a retrasar la llegada a su destino, por fin llegó a un hospital, donde el médico cirujano le explicó que debido al retraso y a las condiciones en que se encontraba la herida, no había más solución que amputarle la pierna.
Pueden figurarse lo que pudo sentir nuestro amigo Rafael, en un lugar desconocido, sin nadie que le ayude y a punto de perder una pierna.
En ese momento, entró un capitán médico, que saludó efusivamente al cirujano que le estaba comunicando la decisión. Este militar, suponemos que por tratar de animar al herido, le preguntó que de dónde era, Rafael desanimado le dijo que de Guadalcanal. En ese momento el capitán sonrió y dirigiéndose a nuestro paisano le dijo: No me diga que es de Guadalcanal, tengo un gran recuerdo de ella, porque un amigo me regaló una caja de botellas de anís “Flor de la Sierra” y nunca había probado un anís como ese.
El militar, que también era cirujano, se apartó un poco con su amigo, y Rafael muy atento a lo que hablaban, le oyó decir: Si me lo permites, me gustaría intentar salvarle la pierna a ese soldado. El amigo, saturado de trabajo, no puso ningún impedimento en esta ayuda, autorizando la intervención.
La pierna le ha seguido acompañando. Cuando al cabo de unos días volvió el militar, Rafael agradecido le dijo: Qué puedo hacer para agradecerle lo que ha hecho por mí. Nada, nada… bueno sí… cuando llegue a su pueblo, mándeme unas botellas del “Flor de la Sierra”.
Rafael Torrado volvió a Guadalcanal, pero la fábrica por motivos de la guerra, estaba cerrada. Dos años después de nuevo se inició la producción de aguardiente y Rafael pudo enviarle dos cajas de nuestro famoso anís.
Lo último que recordamos del local que ocupaba la fábrica, son los bailes que se organizaban en el Carnaval, con el sonido del violín de Luis Fernández.
2 comentarios:
Anís Flor de la Sierra, que le ganó a Marie Brizard en la Exposición del 1929 en Sevilla. Sus dueños se llamaban: Leopoldo y Plácido Fernández Calderón.
Perdón, me he equivocado en el comentario anterior. Le ganó al Marie Brizard en la Exposición de París del 1889.
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