Problemas de salud no nos han permitido este año asistir a la Romería de nuestra patrona la Virgen de Guaditoca. Estamos seguros de la gran afluencia de romeros en este último sábado de abril, día indicado para celebrar esta romería de primavera, donde se realiza el traslado de la imagen a Guadalcanal, que permanecerá hasta el último sábado de septiembre, que realizará el camino de retorno a su Santuario.
Antiguamente, la Virgen sólo venía al pueblo en contadas ocasiones, casi siempre en caso de que sufriéramos alguna calamidad, principalmente la falta de lluvias.
Pero fue el Corregidor y Capitán de guerra de Guadalcanal y su tierra, Don Antonio Donoso de Iranzos, el que quizás de buena fe, pretextando las incomodidades de los feriantes y visitantes, se propuso y consiguió, que la antigua feria del Santuario de Guaditoca se trasladara a Guadalcanal. Por auto de la Audiencia de Cáceres el 14 mayo 1792, se hizo efectivo este traslado, que como dice Antonio Muñoz Torrado, fue el principio del fin de su famosa feria.
Al principio la Virgen de Guaditoca se traía para la feria y posteriormente se instituyeron estas dos romerías que ahora conocemos, donde la Virgen es trasladada a hombros, en un bonito paso plateado.
Uno de los momentos emocionantes que tenía esta romería era la puja que se realizaba a la entrada en el Santuario en la romería de septiembre y a la entrada en el Convento del Espíritu Santo en la romería que ahora se ha celebrado. Esta puja se dejó de realizar hace doce años.
De lo importante que llegó a ser esta Feria de Guaditoca, germen de la romería actual, nos lo cuenta Antonio Muñoz Torrado, en el capítulo I de su libro “Últimos días de la Feria de Guaditoca”, editado en Sevilla 1922, en la Imprenta y Librería de Sobrinos de Izquierdo:
“… el incremento que llegó a alcanzar, en los días gloriosos del Santuario de Guaditoca, puede darnos idea el número de mercaderes y tratantes que acudían en busca de lucro y de ganancia al ferial. El cuaderno formado en 1786 para el ajuste de la cuenta de maravedises que cobró en aquel año la Justicia de la villa, nos da testimonio fehaciente de que allí se vendían desde las vituallas más necesarias para la vista, hasta los objetos más lujosos y superfluos, que podía desear el más refinado gusto. En los Portales, que formaban una gran plaza delante del Santuario, estaban las tiendas de lienzos y sedas, cintas y encajes, sombreros y zapatos, cueros y cordeles de cáñamo, estambres y paños, baratijas y alhajas de oro y plata. En los puestos de las esquinas, y en otros, ya adosados a los muros del Santuario, ya esparcidos por el valle, se vendían vinos, desde los afamados de las bodegas de la Marquesa de la Vega, hasta el mosto de la última vendimia, aguardientes y refrescos, tabacos y turrones, chacinas y abadejo, aceite y vinagre. En mesas y tablas, que arrendaba el Santuario, tenían sus vendejas los jergueros de Sevilla, de Carmona, de Tocina, de Medina de las Torres y de Fuente de los Cantos; los de Montemolín vendían costales, los granadinos pitos, los de Berlanga bayetas, los de Martos cordonería; botones los de Écija y Cabra, frutas los de Palma; sin que faltaran campanillos y cencerros, suelas y horquillas, palas y aperos de labor; herrajes y ferretería, hormas para zapatos, y calzados, paños y estemeñas, espartos, sedas y lienzos; no siendo corto el número de vendedores de garbanzos tostados y alfajores, avellanas y turrones, frutas del tiempo y quesos… y mil y mil cosas más, en que pudieran gastar dinero los peregrinos, ya para proveerse de cera y exvotos que ofrecer al Santuario, ya para llevar a los suyos algún recuerdo de aquellos días que pasaron alegres y contentos en las vegas de Guaditoca.
Pero la parte más principal del ferial era el mercado de ganados.
El sitio reunía para ellos las mejores condiciones, no siendo la menos principal el que por allí pasa la vereda real de carnes y que los pastos son abundantes en las dehesas próximas y excelente el abrevadero del río, que besa los muros del templo por el lado sur.
No faltaría ni el ganado de cerda, ni el vacuno; y concurrían, seguramente, rebaños de ovejas y cabras. De estos ganados no hablan los cuadernos de registros, dedicados solamente a la compraventa de caballerías. Hierros de las más acreditadas cuadras de Andalucía y Extremadura ostentaban caballos, potros y yeguas, mulos y asnos, siendo numerosas las transacciones y viniendo los compradores y vendedores de muy lejanas tierras. Allí se daban cita el modesto labriego y el rico labrador; aquél en busca de la yunta de poco precio que le ayudase a labrar su pegujal, y éste en demanda de brioso corcel; el tratante en ganados de la campiña andaluza y el proveedor de caballos de los regimientos del Ejército; el venido de las márgenes del Tormes y el que comercia con Gibraltar desde el vecino campo de San Roque; el de la Sierra de Aracena, y el de las vegas del Guadiana; los labradores de Carmona y de Écija y Jerez y sus comarcas y los labradores extremeños… hasta de Valencia venían en busca de potros para recriarlos. Dan esos pueblos importancia al ferial y llevan de un extremo a otro el nombre de la feria de Guaditoca.
La situación del Santuario en el centro de una extensa y rica comarca, en los confines de Andalucía y Extremadura, daba facilidades lo mismo a mercaderes y tratantes que a los compradores; pero la causa principal del incremento que adquirió la feria no era otra, que la devoción a la Virgen bendita de Guaditoca, que atraía a su Santuario legiones de devotos para asistir a las fiestas religiosas que en su honor se celebraban. Sólo las Hermandades de Guadalcanal, Valverde, Berlanga y Ayllones ya daban buen contingente de romeros, a los que hay que agregar los devotos de aquellos pueblos y de otros, aún más distantes, a más del de curiosos y gente desocupada y divertida, que por distracción los unos, por conveniencia los otros, por devoción los más, se reunían a la sombra del Santuario. Por otra parte, el tiempo de las fiestas, en plena primavera, cuando ni se sienten los fríos intensos del crudo invierno, ni los ardores del estío, convidaba a pasar plácidamente unos días en sitio tan ameno como el frondoso valle que riega el Guaditoca, hermoso vergel que rodean bravas montañas…”
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