(Transcripción de las Crónicas publicadas por FRAY ANDRES DE GUADALUPE en su Historia de la Santa Provincia de los Angeles, Madrid 1662) - Edición de José Mª Alvarez Blanco
Por lo encendido de la oración, y perseverancia en ella recibió del Señor favores celestiales; estando en el coro un día embebida en este trato interior con su Majestad vio la sepultura abierta, y su entierro, como había de suceder; el día siguiente le sobrevino una calentura, y última enfermedad, contestando con ella la visión; conociose moría; recibió los santos sacramentos con tiernos, y amorosos sentimientos de su alma. Habíala ordenado la Abadesa, que por cada hora del oficio divino dijese una vez Jesús; llamó a las Religiosas, para que le ayudasen a rezar vísperas, completas, y maitines; prosiguiose con el rezo, y habiendo rezado con ellas los maitines, dijo; quédese aquí, porque fiada en la misericordia de Dios tengo de rezar las laudes en el cielo; sin más dilación expiró año de 1627; corridos veinte, y cuatro años después de difunta se hallaron los miembros de su venerable cuerpo tan tratables, como lo estaban vivos.
Recibió el hábito humilde de Santa Clara en este convento la sierva de Dios Antonia de la Trinidad, natural de la villa de Guadalcanal, hija de padres principales, fue la segunda Monja de la fundación; en la sequela de las comunidades era singular, con especialidad en el oficio divino en el coro, no la relajó jamás, sólo la enfermedad de cama la impidió. Aplicose mucho a la oración mental, seguíala con igualdad todos los días; aprovechó en ella por atenta, y perseverante; acompañó esta virtud con la penitencia: todos los días se daba una disciplina penosa, por purgar las faltas que hubiere cometido en las obligaciones de cristiana, y Religiosa; si por enfermedad grave no podía hacer este ejercicio, después con la salud le duplicaba, hasta que supliese los días, que había estado enferma: no tomaba en cuenta la legítima excusa de enferma, por no perder la cuenta de la penitencia, y por no dejar descansar la carne enemiga del espíritu, y tener libre, y señor al espíritu contra la carne. En las estaciones ordinarias, que hacía la comunidad era singular en las penitencias, llevando una cruz pesada sobre sus hombros, tanto que excedía a las fuerzas naturales, más no a lo fervoroso de su amor a la penitencia; diole Dios el mérito de la obediencia, siendo dos veces Abadesa contra su voluntad. Fue grande el sacrificio, como lo es un ánimo desengañado, y desnudo de temporalidades: con fidelidad, equidad, justicia, y ejemplo llenó su ministerio; y murió en santo fin por los años de 1621.
Descansa en paz en este monasterio el venerable cuerpo de la sierva de Dios María de la Cruz, cuya patria fue Guadalcanal, hija de padres principales en aquella república: aunque podía tener estado con decencia, y comodidades en el siglo, se negó a todo por Dios, eligiendo vida regular, y religiosa, sujetándose de buena voluntad a seguir a Cristo en ella; su vida dió testimonio claro de su vocación verdadera, y sencillo fin de la verdad. Aprobó con ejemplo en observancia de su profesión, y penitencia, con cilicios, y disciplinas; los ayunos de Cuaresma, y Adviento eran de pan, y agua, y todos los Viernes, y Sábados del año; tenía especial devoción en el oficio divino, porque le pagaba en el coro, y fuera de él con atención interior a Dios, con quien hablaba; no faltó a esta obligación aun en tiempo de enfermedad: murió loablemente año de 1614.
Nació en Guadalcanal de padres principales la venerable Madre Isabel Bautista: fue Religiosa observantísima de la Regla; y muy celosa de la Religión, y santas leyes; con la oración, y tan sólido fundamento, en que se había fundado su alma alcanzó gran odio de si misma, mortificándose, como se aborrecía, con vida penitente; consiguió vivo desprecio de todo lo caduco de este mundo con ansias de ver a Dios, pedíaselo repetidas veces, si era su santa voluntad. Estando un día orando delante de una santa Verónica, pidiéndolo con fervor de espíritu; la reveló el Señor el día de su muerte; recibió su alma sumo gozo, con él se lo dijo a la Abadesa, dispúsose fervorosa. Diole la enfermedad última, y llegando cercana a la muerte, pidió a las Religiosas le ayudasen a cantar el Te Deum laudamus, en acción de gracias de que se acercaba la hora de ver a Dios cara a cara, como lo esperaba por su bondad; cantole con la comunidad rebosando la alegría de su alma en la exterior de su rostro, con la cual expiró felizmente, el día que señaló la revelación.
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