jueves, 31 de octubre de 2013

VISITA AL CEMENTERIO DE SAN FRANCISCO EN GUADALCANAL

                                                      Por Ignacio Gómez Galván

Puerta de entrada al Cementerio de San Francisco
Ahora que no nos oye nadie, querido lector, le diré que a mí siempre me ha dado un poco repelús andar solo por el cementerio. Sin embargo, con sesenta y cinco años recién cumplidos, ya he perdido ese miedo a encontrarme con el Comendador o don Juan Tenorio por los paseos del camposanto, no sé si por la edad, o porque poco a poco se han ido trasladando a este recinto, amigos y conocidos. Con decirte que conozco más nombres de los que están aquí, que de los que viven en ese otro pueblo, que se llama Guadalcanal.

De las muchas veces que he paseado en solitario, siempre tenía la impresión de poder encontrarme algún monje franciscano, en cualquier recoveco del recinto, ya que el cementerio de San Francisco de Guadalcanal, está construido en el solar que antes ocupó el Convento de la Piedad, de la Orden de San Francisco, y fue mandado hacer este cenobio a instancias del Comendador de León D. Enrique Eríquez, nieto del Almirante Alonso Enríquez (natural éste último de nuestra villa) y hermano de Dª Juana Enríquez esposa de Juan II de Aragón, madre de Fernando el Católico, siendo por tanto el Comendador tío político de Isabel la Católica.

Lápida más antigua del Cementerio - Panteón familia Barragán
En la visita que hemos realizado hemos encontrado como lápida más antigua, la correspondiente a Josefa Barragán Vázquez, fallecida a los 21 años, el 17 de septiembre de 1862, que se encuentra en el panteón descubierto de la familia Barragán. Curiosamente en el mismo mausoleo aparecen otras cuatro lápidas, una de Tomás Barragán Ruiz que murió el 14 de abril de 1867 y la de su esposa María Vázquez Guerrero, que feneció el 30 de septiembre de 1883, posiblemente los padres de Josefa. Junto a ellas, podemos ver en el mismo lugar, la de Antonio Barragán Vázquez -hermano de Josefa- que murió el 19 de enero de 1868, también a los 21 años. Por último encontramos la de un abuelo, José Barragán Palacio y su nieto José Barragán García, fallecidos en 1867 y 1875 respectivamente. No nos puede extrañar estas muertes en tan temprana edad, ya que la falta de salubridad en viviendas, agua, calles, hacía posible enfermedades, que aunque hoy no hubieran sido mortales, en aquellas fechas que todavía no se había descubierto la penicilina (Fleming 1928), cualquier enfermedad infecciosa te llevaba a la tumba.
Sector K
 El cementerio ocupa una extensión de 4.292,28 M2. y tiene forma casi cuadrada, como podemos ver en la imagen inferior. 


Vista esquematizada del cementerio realizada por Úrsula Gómez Miguélez
Los nichos circundan todo el perímetro y existen cinco calles interiores, así como panteones familiares y tumbas de particulares, distribuidos en diferentes sectores y zonas, según vemos en el cuadro de la parte inferior. 
Para su construcción el día 10 de diciembre de 1854 se hizo la subasta de la obra, ya que el 22 de noviembre, el Gobernador Civil había ordenado la inmediata construcción del cementerio, desestimando la instancia hecha por López de Ayala, que no quería que se construyera en estos terrenos. Aquel año también se iniciaron las obras de empedrado de las calles y poner nombre y número a las casas.
Sector A derecha
            El dos de julio de 1855, el Ayuntamiento recibió un escrito el Sr. Cura de la Parroquia de Santa Ana y Arcipreste de la villa, en el que manifiesta “que reconocido el nuevo cementerio y encontrándolo con las precisas circunstancias de solidez, decencia y seguridad, deberá bendecirse en el día de mañana y horas de las seis de ella, para cuya ceremonia y dar mayor solemnidad a este acto religioso, invita a la Municipalidad”.

          Seguimos nuestro paseo por las calles donde se encuentran los nichos. Escogemos como punto de partida los que están situados en el sector A y que son los más antiguos. La primera lápida que encontramos es la de Rafael Caballero Ruiz, que dicho así fríamente, quizás a muchos de los lectores no le suene el nombre de esta persona que murió el 27 de diciembre de 1975. Rafael había venido de Fuentes de Andalucía y se quedó en Guadalcanal. Según me comentaba su hija, allí tenía el apodo de “Candelilla” y como no le gustaba ese mote, él mismo se puso el de Rajamanta. De él decía el escritor y periodista Antonio Burgos en una Revista de Guadalcanal que “…inventó el pluriempleo en Guadalcanal, aparte de la tuba (era músico), hay que contar su palo con argolla para coger perros sin vacunar, la cosa, lagarto, lagarto, de enterrador; los pregones de pérdidas de pulseras y precio de tomates en la recién inaugurada plaza de abastos…” Yo también lo recuerdo además en los desfiles de Gigantes y Cabezudos de la feria, con los fuegos artificiales de la misma fiesta y cada año esperábamos el carnaval, para ver con qué disfraz nos sorprendía, sin olvidar al Herodes en alguna Cabalgata de Reyes Magos. Curiosamente a esta persona que yo consideraba muy mayor en mi niñez y juventud, ahora veo que murió a los sesenta años, cinco años más joven que yo.
          En el mismo sector encuentro la de José Chaves Álvarez, el que fuera mi primer y único jefe que he tenido en Guadalcanal. Si de Rafael decía Burgos que fue el primero en inventar el pluriempleo, no sé qué decirles de Pepe Chaves. Era Depositario del Ayuntamiento por las mañanas, secretario de la Hermandad de Labradores por la tardes, corresponsal de Banca (dónde yo trabajaba), almacenista de abonos, delegado de una importante compañía de seguros, corredor y administrador de fincas… y todavía le quedaba tiempo para cada año, pasar la temporada de caza de perdiz, con sus amigos. Les voy a contar –ya saben que los mayores contamos muchas batallitas- una cosa que no se me ha olvidado a mis años. Resulta que yo sólo pude estudiar hasta primero de bachiller, porque el Ayuntamiento había dado una beca de estudios a cinco niños (tres niñas y dos niños) y al segundo año nos dijo el Alcalde que no había dinero para seguir pagándola. Así que como con el sueldo de municipal de mi padre –ya les hablaré más adelante- no había dinero para seguir, habló con Pepe Chaves para ver si podía ir por las mañanas al Ayuntamiento para aprender a escribir a máquina. Así que empecé a realizar unos ejercicios que eran divertidísimos, me pegaba toda la mañana escribiendo asdfg, con los dedos de la mano izquierda y cuando terminaba un folio, metía otro y seguía con el mismo ejercicio de asdfg. Así seguía días y días, hasta que lo hacía sin mirar el teclado y me ponía con otro grupo de letras. No voy a decir ahora que estos penosos ejercicios me han resuelto el porvenir, pero si les puedo afirmar que cuando llegué a la mili me valieron para realizar trabajos que me evitaban las guardias y cuando marché a Barcelona, -al verme como escribía- en la empresa de selección de personal me entregaron carta para tres empresas, quedándome en una de ellas todo el tiempo que estuve en dicha ciudad.
Sector J
            Continuando con la historia les puedo contar, que el Cementerio se bendijo el tres de julio de 1855, quedando dividido en tres patios. Al entrar a la derecha, el patio de San Francisco, a la izquierda, el de San José, y atrás, de pared a pared, el de San Pedro. Dos días después, el cinco de julio, el mismo párroco de Santa Ana comunicaba al Ayuntamiento, el fallecimiento de Josefa de la Cruz, pobre de solemnidad, que vivía en la calle del Berrocal Chico. Para cumplir lo convenido entre el Clero y el Ayuntamiento, referente al enterramiento del primero que muriera y teniendo en cuenta que las tres parroquias tienen ofrecido hacer las exequias y acompañarlo sin devengar derechos, el Ayuntamiento acordó asistir como Corporación al sepelio y dispensando a la familia del pago de los derechos de sepultura.
 
            Se pusieron dos trabajadores fijos en el Cementerio y estaban obligados a la inhumación y a la conducción desde la casa mortuoria hasta el campo santo. Los derechos de sepultura eran: Por un adulto, 10 reales por 10 años, por un párvulo, 6 reales. Antes se enterraban en las iglesias y conventos con precios que iban de 3 a 24 reales. Actualmente se paga 200 euros los diez primeros años y el mismo importe por apertura de los mausoleos y  54 euros por las ampliaciones de cinco años, si son nichos viejos y 66 euros si son nuevos. La apertura de nichos y traslados de restos tiene una tasa de 30 euros. Los mismos importes se pagan por los enterramientos o traslados en los panteones familiares.

Vamos a continuar la visita a nuestro cementerio. José Llinares Llinares fue un médico que vino a Guadalcanal y que como otros muchos, se quedó para siempre con nosotros. José Llinares está en un nicho, aunque la familia de su esposa tiene un panteón. El 25 de febrero de 1933, aparece por primera vez su nombre en un acuerdo del Ayuntamiento,nombrándole médico interino, aunque en noviembre del mismo año aparece su cese por incorporación del titular. En diciembre se creó la Casa de Socorro que estuvo en el antiguo Hospital de la Caridad, y se nombró a José Llinares como titular, pero cosa curiosa, sin sueldo hasta el próximo año. Pero sí cobro como sustituto de Rafael Folch Jon médico titular, al que le concedieron un mes de licencia por asuntos propios. De nuevo Antonio Burgos en una pincelada, nos habla de José Llinares en una Revista de Guadalcanal de 1969: “…Don José Llinares (la guzzi aparcada junto a la Capilla de San Vicente, los calcetines blancos asomados en las piernas cruzadas) lo veía todo como cualquier noche de verano…”  

Efectivamente, así lo recuerdo yo, todos los días sentado en el Casino después de haber realizado la visita a los enfermos que no podían ir a la consulta y antes de ir a su casa en la calle López de Ayala, para ver al resto de enfermos. Era el médico de mi familia y cuando me veía pasar delante de él me llamaba y me decía: ¡Qué te he dicho yo!, el cuerpo recto para caminar, que te vas a quedar doblado como un espárrago mocoso. Yo tuve mucha relación todo el tiempo que estuve en Guadalcanal, ya que era el médico que atendía los accidentes de la compañía que llevaba Pepe Chaves y pasaba muy a menudo por su consulta para pagarle la minuta de los accidentes que atendía. No se me olvida lo que decían la gente de él, y hace pocos días hablando con una persona mayor –más mayor que yo- me decía: “…para las embarazadas, era el mejor médico y además el único que se decidía a operarla si el niño no venía bien. Él le decía al marido, mira, la cosa viene como viene, o la coges en un coche y la llevas a Sevilla, y del puente de San Benito no pasa, o la opero…” En los últimos tiempos cuando ya el asma le asfixiaba, siguió realizando las operaciones, con una persona a su lado que le iba suministrando su medicina, sin interrumpir la operación. Era un profesional muy bueno, no así a la hora de cobrar sus minutas, ya que cuando murió, Pepe Chaves le gestionó el cobro a su viuda, y os puedo asegurar que había cientos y cientos de visitas, sin cobrar durante muchos años. Llinares fue enterrado el día de la inauguración de la feria y coincidió con el homenaje que hicieron a Ortega Valencia ese año, por lo que a prisas y corriendo hubo de buscarse acomodo a uno de los oficiales que venía, que estaba previsto se quedara en su casa.

Sector L
          A partir de 1983 se inició la transformación de los nichos antiguos, construyéndose en su lugar los nuevos que ahora conocemos, trabajos que comenzaron por el sector J, y en la actualidad están en el sector A. Existen un total de 1524 nichos, de los cuales 1353 están ocupados. Hay también seis columbarios en el sector L y trece panteones cubiertos, seis descubiertos y 19 tumbas familiares. 

          Si me permiten, vamos a volver otra vez a uno de los panteones antiguos, en este caso al de la familia Caballero. De esta familia, a la única que recuerdo es a María Caballero, pero permitan que use a Juan Collantes de Terán, que en la Revista de Guadalcanal del año 1983, recordaba así a María Caballero: “…cruzaba al atardecer, muy menuda, la Plaza camino de la Iglesia, por la acera del Ayuntamiento; muy breve el paso, de negro siempre y acompañada la mayoría de las ocasiones, para prevenir una posible caída. Entraba en el templo y llegaba al pie del altar mayor y en una reclinatorio blanco se concentraba en sus oraciones…”
Panteón familia Caballero - de Torres
     Años después cuando conocí la historia de Guadalcanal, siempre que la recordaba me venía a la memoria aquélla otra guadalcanalense que marchó a las américas, llamada María Ramos. María Caballero había venido con sus padres de Riofrío, un pueblo de Granada. El padre ocupó el puesto de secretario del Ayuntamiento durante muchos años. Es curioso, después de tanto tiempo visitando nuestro cementerio y que no haya visto hasta ahora, las historia que hay guardadas en él. En concreto en estas lápidas está casi la biografía de esta familia, cuyo apellido pasó por Guadalcanal y en la actualidad está casi extinguido. Creo que fueron tres hermanas: María, Rafaela y Carmen. Las dos primeras se quedaron solteras y juntas vivieron en la calle Santa Clara hasta su muerte. Debió de ser una familia muy culta, ya que Juan Collantes en la citada revista decía: “…también me mostraba viejas fotografías de reuniones y giras al campo, tal vez a La Torrecilla. Eran aquellos apasionados galanes que acompañaban a muchachas vistosamente encorsetadas con trajes hasta los pies y sonrisas que amarilleaban en el papel de la fotografía. ¡Cuanta vida allí concentrada! ¡Cuantas ilusiones que se perdieron para siempre!...”.  Esas fotografías que decía Juan Collantes siguen existiendo y gracias a mi amiga Mª del Rosario Pérez he podido contemplarlas, así como otras de unas mujeres lavando la ropa en el campo y el recinto de la feria de principios del siglo XX, postales de Portugal, Vitoria, Italia... En el panteón como pueden ver en la fotografía, aparece toda la familia. Carmen Caballero sí se caso y lo hizo con Miguel de Torre Salvador, que como otros muchos vecinos, murió muy joven, a los 39 años. Miguel era hermano de otro personaje guadalcanalense: Juan Antonio de Torre y Salvador “Micrófilo”, del que no encontraremos su lápida en este cementerio, ya que fue enterrado en el cementerio civil, que ya no existe. Juan Collantes también se preocupó de este escritor y de ello nos dejó constancia en otra de las Revistas de Guadalcanal. «Hace algunos años Pedro Porras y yo, con la ayu­da de Rafael, el sepulturero, pudimos reconstruir trozo a trozo la lápida de mármol que inútilmente, debido a la ac­ción del tiempo, cerraba de mala forma su sepultura. En­tonces pudimos averiguar, según se expresa en la piedra, que fue costeada como «tributo de amistad de D. Sebas­tián Gómez Ferreira». Era entonces también lo que queda­ba del recuerdo de un importante personaje de Guadalca­nal; y como ocurre con frecuencia, la trágica frecuencia de siempre, en este caso la tierra no le fue leve en su tierra». Collantes termina diciendo: “…parece ser que pocos años antes de la guerra civil de 1936 se quemaron los libros de su biblioteca,  (vivió en la calle Guaditoca, 6) por considerarlos -los autores del incendio- nocivos para el orden público y las buenas costumbres…” 
          Mi amigo José Mª Álvarez Blanco (el hijo de Pepe el de la Tienda) propuso hace mucho tiempo -y redactó un texto- en la Revista de Guadalcanal del año 1990 para poner un azulejo en la fachada de la Biblioteca Municipal, que creo recordar decía:  
En memoria de
JUAN ANTONIO TORRE Y SALVADOR
"MICRÓFILO" (1859-1902)
Periodista, poeta y folklorista
Autor de "Un capítulo del folk-lore guadalcanalense"
editado en Sevilla  en 1891. Su pueblo agradecido.
Guadalcanal...

           Como pueden ver, en cada lugar que miramos existe una historia. Cuántas puede haber en este cementerio de más de mil quinientas sepulturas.
Panteón familia López de Ayala
          Junto a este panteón se encuentra el de los López de Ayala. No está enterrado aquí nuestro famoso Adelardo, ya que fue sepultado en la Sacramental de San Justo en Madrid, pero sí los últimos López de Ayala que hemos conocido: Baltasar y Manuela, así como el padre de ambos, llamado también Adelardo López de Ayala Gardoqui, su esposa y la madre. Antonio Burgos en un artículo del 2 de abril del 2000 en El Mundo decía: “...ahí está Balta, Baltasar López de Ayala y Cote, el nieto del escritor (tío abuelo digo yo, ya que Adelardo murió soltero) que fue ministro de Ultramar y que proclamó la Gloriosa septembrina. Está aquí aquel Balta, el último romántico que tocaba el violín, que cuando entrábamos en su casa señorial del escudo de hidalguía en la piedra del balcón nos enseñaba las armas de panoplia que había junto a las armaduras en el oscuro escritorio de muebles Renacimiento, cuya ventana daba al jardín romántico del merendero y las esculturas de Venus y Diana. El que tenía un brazo más corto que otro y que venía con nosotros a las excursiones trayendo una pistola con la que a alguno dejó alguna vez que pegase un tiro sobre una botella de tercio de cerveza de la Cruz del Campo puesta como blanco sobre una de aquellas cercas de pizarra que habían hecho los portugueses a comienzos de siglo...”  Baltasar y Manuela parece que hicieron esfuerzos para intentar erradicar de Guadalcanal la memoria de su tío-abuelo, ya que aparte de lo que fueron destruyendo durante su vida, la última en morir, Manuela, unos días antes de su óbito, vendió a un anticuario todo lo de valor que quedaba de muebles, biblioteca, enseres. Dos camiones grandes de mudanzas se presentaron un día y cargaron con todo lo que quedaba. No tienen suerte los escritores que han nacido o vivido en Guadalcanal, si de López de Ayala desapareció todo, a Micrófilo le quemaron su biblioteca, la que tenía Luis Chamizo en la actual calle Costalero, se la llevaron a Badajoz y la que poseía Andrés Mirón (toda la planta baja de su casa llena de libros) sus hijas se la han llevado a Sevilla. Los últimos papeles y fotografías de López de Ayala, desaparecieron quemados en ese jardín romántico que dice Burgos, y que en la actualidad no tiene nada de sentimental.
En el centro panteón de la Iglesia y en el fondo el de la familia Barragán
            Durante estos días que he estado realizando el trabajo de campo, ha habido un trasiego de vecinos que han estado limpiando y preparando las sepulturas de sus familiares, para el próximo día de los Difuntos, que en las grandes ciudades y aquí también, se celebra el día de los Santos. Recuerdo que antes no era así, el día de los Santos siempre se dedicó a celebrar una fiesta, que en el caso de mi grupo de amigos, consistía en pasar la noche bebiendo y comiendo en el campo y algunos años directamente de la gira pasábamos por el Cementerio, con la mirada de recriminación de Don Manuel, el párroco, que claramente oía el sonido de las Cruzcampos que llevábamos vacías en un saco.
Lápidas de los padres del autor
          No sería de bien nacido, sino les dedicara unas palabras a mis padres. Mi padre se llamó Francisco Gómez Tomé, y hubiera cumplido cien años el pasado año, los mismos que mi madre. A la mayoría de los que le conocieron es difícil que puedan localizar su enterramiento, ya que todo el mundo lo conoció como Esteban el Municipal. ¿Qué ocurrió para que le llamaran Esteban si era Francisco?. Resulta que antes, cuando un familiar o vecino se ofrecía para apadrinar un niño, el padrino elegía el nombre, que normalmente era el que él tenía. Lo que ocurriera con mi abuelo no he llegado a saberlo, ya que le puso Francisco en el juzgado. Pero su primo Esteban Tomé se salió con la suya, ya que toda la vida le han llamado Esteban. Entró de municipal  el dos de julio de 1940, ganando 2.350 pesetas al año, (sí, no se ha equivocado en el cálculo querido lector), poco más de catorce euros. Así que esto explica que no me pudiera pagar los estudios y que tuviera que complementar el sueldo con ingresos varios, como reparar sillas de madera, ponerle los asientos de anea, cobrar recibos de hermandades. etc., y así poder criar a cuatro hijos. Fue un hombre bueno y no recuerdo de haber recibido ni una sola bofetada de él. Curiosamente hace pocos meses encontré en mi casa un oficio del Regimiento Infantería nº 6 de Sevilla, donde le concedían una Medalla de Campaña, dos Cruz Roja del Mérito Militar y una Cruz Roja de Guerra. Nunca nos contó lo de estas medallas y solamente una vez nos dijo que le habían herido en la guerra. Mi madre Manuela Galván Espínola, era hija de un carpintero llamado Manuel Galván Gómez y todo el mundo la conocía como Manolita la Sillera. También compatibilizó las faenas de la casa, con la confección de asientos de aneas a las sillas y criar a cuatro hijos, administrando el magro sueldo, que no es poco. Tenía otra faena, que consistía en convencernos amablemente con la zapatilla, de lo bueno que era dormir la siesta y estarse calladito. Puedo asegurar que el sistema funcionó perfectamente.

Llego ya al último tramo del cementerio, donde se han producido los enterramientos de los últimos años. Aquí ya siento la proximidad que he tenido con la mayoría de los que van apareciendo: Andrés Mirón, Plácido Cote, Antonio Luque, Antonio Romero, Antonio Llano … todos más o menos de mi edad y que ahora forman parte de la historia de este cementerio. No quiero alargar más este artículo, pero prometo hablarles de más historias de otros personajes, que aunque se han quedado en el tintero, siguen estando muy cerca, como por ejemplo: Juan Campos, Pepe el de la Tienda, Juliancito, Doña Paca, Don Alfonso, Pipolez, José Luis Barragán...

Panteón familia Collantes
En varias ocasiones he aprovechado lo escrito por Juan Collantes de Terán, para darles a conocer parte de la historia que les estoy contando. Quisiera terminar esta visita hablándoles de él. Fue catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla y miembro de número de la Real Academia de Buenas Letras y se casó con Mª Carmen de la Hera, motivo de su relación con Guadalcanal, a la que dedicó muchos artículos en la Revista que anualmente se publica. Collantes murió en Sevilla el jueves 18 de junio de 1987, -día del Corpus- y está enterrado en el panteón familiar en nuestro cementerio. En la Revista de 1970 decía precisamente hablando de este cementerio: “…estamos al final del trayecto; es decir, al final de la vida. Es el camino que todos tenemos que recorrer. El paseo es lento y silencioso, impregnado de la calma y tranquilidad definitiva. El pueblo queda atrás, se va dejando atrás, poco a poco, y antes de rebasar las últimos casas unos niños juegan a Piola siguiendo el hilo de las concatenaciones: "San Isidro labrador, fue a la fuente y se ahogó..," La tarde, casi morada, se llena de vencejos. Alguien viene de vuelta “no a la vida, al pueblo” y el saludo es escueto: -Buenas... Los niños siguen el juego: "muerto lo llevan por los tejados..," Con lentitud la tarde entra en un ocaso definitivo y palidece. Ya estamos ante el blanco muro y el ciprés erguido. Lejanas voces se escuchan muy distantes y se mezclan con los ladridos de un perro. Rezo por los muertos del pueblo y pienso que debo rezar también por los vivos. 

Salida del cementerio
Después, el regreso, al oscurecer casi, con una desvaída memoria de nombres y fechas que allí hemos recordado. El pueblo está ya mas cerca y las niñas siguen aún el juego: "al pasar por San Francisco, se cayeron los jozicos..."

1 comentario:

Eleuterio Díaz dijo...

Igncio:me ha encantado tu artículo. Muy trabajado como todos los tuyos.
Eleuterio Díaz