martes, 9 de octubre de 2012

ALGUNAS ANÉCDOTAS DE ADELARDO LÓPEZ DE AYALA Y ALGUNOS HECHOS ACAECIDOS EN LA ERECCIÓN DEL MONUMENTO DE LA PLAZA - 3


Por José Mª Álvarez Blanco - Revista de Guadalcanal año 2012

A continuación el discurso completo.
  
ANTONIO MUÑOZ TORRADO
Presbítero
       El poeta López de Ayala
1829-1880
SEVILLA
IMPRENTA DE SAN ANTONIO
1930


Este trabajo fue leído por su autor en la solemne inauguración del monumento erigido en Guadalcanal al Excmo. Sr. D. Adelardo López de Ayala, el día 20 de Septiembre de 1926.

Es una realidad. Ayala, el delicado poeta, el autor de Rioja y de Consuelo tiene, en el sitio de honor de esta villa, que le vió nacer, y donde escribió muchas de sus inspiradas obras, un monumento que recuerde su nombre glorioso, y las aclamaciones que acabamos de oír al ilustre hijo de Guadalcanal son otros tantos aplausos al poeta excelso y al hombre de Estado, que por propios méritos subió las gradas del templo de la fama y cuya gloria es imperecedera, por que vivirá mientras haya quien se extasíe ante la belleza y rinda vasallaje al talento.

Mas que enaltecer a Lopez a Ayala, nos honramos a nosotros mismos: porque el poeta labró con su propio esfuerzo el alto pe­destal de su gloria, y nosotros, al rendirle este homenaje, cumplimos el deber que tienen los pueblos de no olvidar y de perpetuar la me­moria de los hijos ilustres que les han dado renombre y fama.

Un solo título justifica mi intervención en este acto, el de la gratitud; porque a cuantos han contribuido, acogiendo mi idea con entusiasmo y cooperando a que Ayala tenga este monumento conmemorativo, debo decirles: ¡Muchas gracias! El poeta que tantas veces ha recreado mi espíritu, y cuyas obras se leen siempre con placer y enseñan deleitando, recibe, como justamente merece, el homenaje de los que se glorian de haber nacido en este mismo suelo.

No esperéis de mi un estudio acabado y completo del poeta López de Ayala; confieso ingenuamente que no tengo fuerzas para acometerlo, ni arrestos para intentarlo; ni la ocasión pide cosa de tal monta. Bien conocido es su nombre y aquilatada suficientemen­te por la critica su legítima fama.

Tampoco intentaré justificar la razón de este homenaje; porque si algún espíritu hubiera (y no lo hay por fortuna) que pensára de modo distinto, harta sería su desgracia porque su ignorancia seria tal, que no conocería lo que es del dominio de las multitudes: seria un espíritu sin cultivo, una inteligencia, mas que miope, ciega; y un corazón pletórico de envidia y de orgullo, que niega el mérito y el talento porque no es capaz de comprenderlos. Seria mas digno de lástima que de combatir sus aberraciones y al que podría decírsele que es cosa lógica y natural que desconozca el valor positivo de Ayala, porque los ciegos de nacimiento no ven las bellezas de la luz y de los colores, y los ignorantes no alcanzan las grandezas de la Ciencia, ni perciben los esplendores de las Bellas Artes.

Renovar la memoria de Ayala en estos momentos ha de ser gra­to entretenimiento para cuantos amamos las glorias de este pueblo de gloriosa historia y rancio abolengo; y me propongo, si me oís benévolos, tratar muy brevemente de la personalidad literaria de tan inspirado poeta.

                                                I
                                   Escuela literaria
Aparece Ayala en aquellos días en que el arte literario quedó por el momento sin ideal definitivo. El Romanticismo derrocó al Clasicismo pero no pudo sostenerse mucho tiempo; la obra principal de los románticos no fué otra que emancipar el arte de las trabas de aquel y abrir nuevos horizontes con la resurrección de los ideales religiosos y caballerescos de la edad media. La exageración des­acreditó al Romanticismo y causó una reacción saludable y prove­chosa.

¿Qué nueva escuela sustituiría a las dos rivales? En el teatro bretón, Rubí y Ventura de la Vega desarrollaron las nuevas direc­ciones; en el género cómico García Gutiérrez y Tamayo despojaban al drama de las exageraciones románticas; pero estaba reservado a Ayala la gloria de crear el drama de costumbres contemporáneas, fiel retrato de la sociedad, planteando los problemas que más hon­damente le preocupan en el orden moral. chando la reacción clásica de la forma con que revistió el teatro realista y de sincera actualidad. Tamayo tuvo mas ingenio, Ayala mas talento reflexivo, mayor cuidado de la forma y más inclinación a lo clásico, en lo cual se parece a Moratin, aunque enteramente lo oscurezca por la fuerza y riqueza de su pincel.>

Brilla, pues, Ayala con luz propia entre la gloriosa pléyade de ingenios y en él se combina lo más templado y aceptable de las au­dacias románticas con el acicalamiento y corrección del clasicismo; y entre ellos es la más uniforme, la más consecuente y la mejor de­finida personalidad. Volvió Ayala sus ojos al teatro antiguo nacional, libre de las influencias extrañas que lo desfiguraron en el siglo XVIII con la venida del primer Borbón, y lo modernizó con el mismo es­píritu que aquel teatro demandaba.

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