sábado, 6 de octubre de 2012

ALGUNAS ANÉCDOTAS DE ADELARDO LÓPEZ DE AYALA Y ALGUNOS HECHOS ACAECIDOS EN LA ERECCIÓN DEL MONUMENTO DE LA PLAZA - 2

Por José Mª Álvarez Blanco - Revista de Guadalcanal 2012


En lo que se refiere al monumento que se conserva en el centro de la Plaza, inaugurado el 20 de septiembre de 1926, cuarenta y seis años después de su muerte, y que estuvo a punto de desaparecer hace pocos años, llaman la atención varias cosas. Una de ellas es que fuera erigido por suscripción popular. En esas fechas faltaba solo diez años para la tragedia nacional que nos sobrevendría, y ya la fama y supuesta valía de Ayala habían sido puestas en solfa, no sólo por el mencionado Oteyza, periodista nacido en Zafra en 1883, con tan buena pluma como mala uva, sino por otros como Valle Inclán, como relaté hace unos años[1] en estas páginas. Es cierto que en la primera mitad del siglo XX, hubo notables escritores como José Ortega y Munilla y José Martínez Ruiz (Azorín)[2] que escribieron sobre nuestro autor textos laudatorios, pero es indiscutible que para los especialistas en literatura y política del S. XIX es una figura menor, sobrevalorada en su día tanto en su faceta literaria como política.

Gracias a mi buen amigo Eleuterio Díaz[3], al que públicamente muestro en estas líneas mi agradecimiento, conozco algo de los entresijos de la erección del monumento, de cuya gestación se conservan varios documentos. De las dos facetas del agasajado, escritor y político, se puso el énfasis en la primera, como lo demuestra la inscripción de los títulos de sus principales obras en la parte posterior del monumento. Esto tiene su lógica pues el homenaje se celebra en plena dictadura de Primo de Rivera, y no parece que el quehacer político de Ayala, ―con su autoría del manifiesto de “La Gloriosa”, y sus cambios de chaqueta que le llevaron a pronunciar posteriormente en las Cortes, el entonces famoso discurso sobre la muerte de la Reina Mercedes― fuera muy propicio para concitar unanimidades y adhesiones inquebrantables tan genuinas de los regímenes autocráticos.

El autor de la idea de levantar la estatua de la Plaza, fue el paisano canónigo Don Antonio Muñoz Torrado, que fue el redactor y orador del discurso pronunciado en la plaza con tal motivo. Llegado a este punto tengo que agradecer públicamente a Dª María Cordobés, viuda del que fue mi amigo Ernesto Pérez Vázquez, que hace unos años me facilitara una fotocopia del texto del discurso, que ella conserva como legado de Dª Carmen Caballero, hermana de las inolvidables Dª María y Dª Rafaela.

Precisamente a C. Caballero aparece dedicado el ejemplar del discurso, según se muestra de puño y letra por su autor, que en la reproducción siguiente manifiesta que lo escribió en su hermosa casa:

Pero sospecho que, por otro lado, otro clérigo, a la sazón párroco de la villa, ―me refiero a D. Pedro Carballo Corrales, como se sabe asesinado en la Guerra Incivil, como recuerda la lápida situada en el lado de la epístola de la Parroquia― no parece que estuviera totalmente de acuerdo con la idea del monumento. Quizás tuviera razones que eran de índole moral y político si era buen conocedor de la vida de Ayala. En efecto, Ayala había publicado en su juventud, su única novela hoy semiinédita titulada: Gustavo[4], prohibida por la censura cuyo final transcurre en un prostíbulo; había firmado el Manifiesto de la Primera República que introducía libertad de prensa y de culto; había sido enterrado en un vistoso monumento ―que desaparecerá dentro de poco sí la Presidencia de las Cortes no lo remedia― carente de simbología religiosa; había tenido como amante[5] a la actriz Teodora Lamadrid; y para colmo de motivos había sido masón. Tengo que confesar que de esta última circunstancia me enteré hace pocos años y que parece ser cierta como puede comprobar el lector ―que haya tenido la paciencia de llegar hasta estas líneas―buscando en Internet.

En línea con lo anterior, es probable que Don Pedro Carballo tal vez sugiriera que la Iglesia no aceptara que con motivo de los fastos de la inauguración del monumento se celebrará una exposición de objetos religiosos en el Ayuntamiento, como acredita el oficio del Arzobispado de Sevilla, datado el 19 de julio de 1926, que reproduzco a continuación:

Pero hay más, al parecer entre la documentación del expediente parece que hubo que aportar una partida de bautismo del homenajeado, cuyo texto de puño y letra de D. Pedro Carballo también reproduzco a continuación, y cuya nota marginal al pie tiene un sentido bastante explícito.


Solo me resta añadir que el discurso de Muñoz Torrado, editado en Sevilla[6] es ditirámbico y laudatorio hasta extremos insospechados. Parece que al escribirlo primó el orgullo del paisano, que llegó a lo más alto en letras y política, sobre aspectos de su vida que estaban en conflicto con la ortodoxia. Se ve pues que, ya hace casi un siglo, el éxito y alcanzar altas cotas de poder eran los únicos patrones universales de medida de la gente.





[1] El gallego de La Puebla de Caramiñal lo puso a parir, llamándole “Gallo polainero”, que tiene su punto de coña gallega. Véase la biografía de Ayala que publiqué en esta Revista en 1994.

[2] José Ortega Munilla le dedicó el artículo “Los injustamente olvidados: Don Adelardo López de Ayala”, en las páginas 1 y 4 del diario ABC de 11 de enero de 1922, cuando se cumplían cuarenta y tres años y unos días de su muerte. Respecto a Azorín puede leerse el texto: “Un retrato de mujer” (sobre la obra teatral Consuelo) publicado en la tercera página de ABC de 13 abril de 1946.

[3] Salvo la dedicatoria de Muñoz Torrado a Carmen Caballero, todos los demás documentos reproducidos en este texto han sido obtenidos por Eleuterio Díaz. Entre los papeles conservados está la lista de donativos de la aportación popular que van desde las 1000 pesetas del Ayuntamiento, 25 del particular más espléndido hasta 0,50 del más tacaño o menos pudiente.

[4] Califico esta obra de semi-inédita por la sencilla razón de que solo fue publicada en la que fue prestigiosa revista de hispanistas “Revue Hispanique” en la que también se da cuenta de los comentarios del censor José Antonio Muratori. Un párrafo de dicha novela lo puede encontrar el lector reproducido en la biografía citada en la precedente nota 2.

[5] Lo políticamente correcto ha desplazado hoy a esta palabra que ha sido sustituida por la cursi expresión “compañera sentimental”.

[6] Imprenta San Antonio, Sevilla, 1930.

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