Por José Mª Álvarez Blanco - Revista Guadalcanal año 2012
Del escritor guadalcanalense del
que hay más bibliografía es la del dramaturgo, poeta y político cuya estatua
preside la plaza de nuestro pueblo, razón por la que no solo tenemos acceso a
su obra y avatares políticos, sino a también a detalles anecdóticos de su vida.
Como es bien sabido este autor que dijo, quizás en más de una ocasión, que “temía
más al olvido que a la muerte” iba de sobrado[1] por la vida –
(valga la expresión que ha hecho fortuna en nuestro días) – como revelan las
tres anécdotas siguientes:
“Ha saltado la anécdota y hay que cobrarla. En el saloncillo del
[Teatro] Español se encontraban López de Ayala y Juan Eugenio Hartzenbush,
pomposo aquél y arrugadito este. El autor de Los Amantes de Teruel, tan
escuchimizado como modesto, cedió la presidencia del auditorio, -retirándose
discretamente- al autor de ·Un hombre de Estado”. Y cogiendo una chistera que no
era la suya se la puso... hasta el cuello. ¡Se había equivocado Hartzenbuch con
la chistera de Ayala! Hubo las risas consiguientes, que Ayala quiso convertir
en homenaje a su persona, gritando con aquel vozarrón que poseía: “Don Juan
Eugenio, tengo más cabeza que usted”. A lo que Hartzenbush replicó, irguiendo
su vocecita como un áspid que se levanta para picar: “Más sombrero, don Adelardo, más
sombrero”. Con lo que puso las cosas en su sitio.”
Fuente: López de Ayala o el figurón político-literario, de
Luis de Oteyza, Espasa-Calpe, Madrid, 1932, pp. 8-9.
Otras dos muestras de sus
arrebatos de autoestima se refieren no al alto concepto que tenía de su
inteligencia, sino a la exhibición de su fortaleza física, pues, aun siendo
bastante chaparrito, parece que era bastante fuerte, o como se dice ahora, cachas.
La primera ocurrió en el Café Suizo[2] y fue así:
“Discutía cortésmente con alguien que dejándose llevar del calor del
debate, le lanzó una palabra injuriosa. Ayala, agarrando el mármol de la mesa,
lo alzó sobre la cabeza de su injuriador. E inmediatamente, arrojándolo a un
lado, lo partió en pedazos contra el suelo. Pudo haber aplastado al
impertinente y no lo hizo. Pero demostró que, a querer, le hubiera sido fácil
hacerlo.”
(Luis de Oteyza, obra citada, p. 38).
Finalmente la tercera de la que
fue protagonista, está relacionada con el mundo de la farándula, o como le
gustaba decir al inolvidable F. Fernán Gómez, de los cómicos, con el que por su
condición de autor teatral tenía tanta relación. Ocurrió así:
“Una noche
salían del Teatro Español dos actrices, que subieron a un coche tirado por vigoroso
tronco. Ayala les rogaba que no partiesen; ellas alegaban tener mucha prisa y
dieron orden al cochero que hiciese caminar los caballos, ―Los caballos no se
moverán sin mi permiso― dijo Ayala. Y, en efecto, aunque el auriga les mandase
con la voz, les incitase con las riendas y le castigase con el látigo, los
caballos no se movieron. Era que el nuevo Hércules extremeño, agarrado con
ambas manos a los radios de una rueda,
contrarrestaba los esfuerzos del tiro”.
(Luis de Oteyza, obra citada, p. 38-39).
No protagonizado por nuestro
autor, sino por la mala fama de su caligrafía, he encontrado en un periódico
del S. XIX, el relato de lo que sucedió con su maestro en Guadalcanal, que
transcribo textualmente.
“Cuando se estrenó “El Tanto por ciento”, de don Adelardo López de
Ayala, sus compañeros poetas le regalaron un álbum de poesías y una corona de
oro. Llegó la noticia del éxito de la obra y de este homenaje al maestro de
Guadalcanal, que había enseñado a Ayala en su niñez, por lo que le dijo un
amigo. ―Ya estará usted satisfecho, ¿eh?: ¡Ya
sabrá que Ayala ha resultado un gran escritor!
Y lleno de asombro respondió el maestro: ― ¿Un gran escritor? ¡Pues mira que ya habrá tenido que reformar la
letra!
Fuente: Revista “Muchas gracias”, página 7, Número 397,
Año VIII, Madrid, 10 de octubre de 1931
Decía Pessoa que el poeta es un
fingidor, y para corroborarlo, en el caso de Ayala, repare el lector en el
primer terceto de su conocido soneto titulado Al oído:
Déjame penetrar por este oído,
camino de mi bien el más derecho,
y en el rincón más hondo de tu pecho
deja que labre mi amoroso nido.
Feliz eternamente y escondido,
viviré de ocuparlo satisfecho...
¡De tantos mundos como Dios ha hecho,
este espacio no más a Dios le pido!
Yo no codicio fama dilatada,
ni el aplauso que sigue a la victoria,
ni la gloria de tantos codiciada...
Quiero cifrar mi fama en tu memoria;
quiero encontrar mi aplauso en tu mirada;
y en tus brazos de amor toda mi gloria.
[1] Nuestra lengua tan rica en
sinónimos ha venido a consagrar hace unos años este término como sinónimo de
persona engreída, vanidosa, presuntuosa etc. Por una rutina consuetudinaria, en
estos tiempos tan precarios en rigor y auto-exigencia, se siguen aplicando a
instituciones o cargos calificativos enaltecedores por el mero hecho de existir
u ostentarlos, y uno se pregunta hasta que punto merecen algunos Rectores de
Universidad ser Magníficos; ciertos Diputados y Jueces, Señorías; Ayuntamientos
despilfarradores, Excmos; algunas ciudades Muy noble y muy leal,... etc.
[2] Famoso café madrileño del S.XIX
que estuvo situado en la confluencia de las calles Alcalá y Sevilla (entonces
llamada Ancha de Peligros) en las inmediaciones del actual Teatro Alcázar.
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