Padre capuchino Diego de Guadalcanal.
Este sacerdote
guadalcanalense, de igual nombre que el anterior, vivió en Colombia en tiempos
de Felipe IV. De él tenemos las siguientes noticias:
< "En el que se refieren otros sucesos de la misión y la vida que en ella
hacía el P. Guadalcanal”
Con la muerte del P. Luis quedaron solos el P. Fray Diego
[de
Guadalcanal] y el hermano Fray Blas; éste
en Tunucuna, y en San Sebastián aquél, porque el P. Francisco de Vallecas
enfermó tan gravemente que fue preciso transportarlo a Cartagena. Los indios de
Tunucuna sintieron mucho la muerte del P. Fray Luis, porque le habían cobrado
tal cariño y amistad, que fue cosa admirable hallarse en aquellos bárbaros
corazones tal amor con un peregrino.
El hermano Fray Blas prosiguió con su enseñanza, cuidando
con mucho esmero de que asistiesen los indios a la explicación de la doctrina,
que, aunque no era sacerdote, la explicaba con grandísima claridad. Entretanto
el P. Fr. Diego no omitía en San Sebastián ocasión alguna, antes si buscaba
muchas en que aprovechar al prójimo sin olvidarse de sí. La vida que allí
llevaba este siervo de Dios no solo era penitentisíma en cuanto al cuerpo, sino
llena de privaciones y peligros en cuanto al alma. Dieciséis meses enteros se
le pasaron sin confesar, por no tener quien le administrase este Sacramento,
salvo unos dieciocho días que tuvo por huésped a otro misionero como ahora se
dirá; y en todo este prolongado tiempo dijo misa todos los días sin omitir
alguno, prueba de la pureza de su alma, (o como él dejo de su mano escrito)
testimonio de la misericordia de Dios, que en aquellas soledades le asistió con
mayores y más poderosos auxilios; lo cual deben notas los misioneros para no
desistir de su buen propósito, cuando se les propusieron los riesgos de la
soledad y la falta de confesor, pues este Venerable varón afirma experimentó
con singularidad los beneficios de dios y sus favores, cuando más lo
necesitaba.
Era muy buena disposición para recibir estos favores de
la divina piedad, la cautela con que el P. Fray Diego se portaba entre los
Indios, pues había prohibido a las mujeres que fueran solas a visitarlo; y
cuando alguna necesitaba de algo, o por lo mucho que lo querían lo iba a
visitar, siempre iba acompañada, sin atreverse a ir sola por lo mucho que por
esto les reñía; y de estas visitas tenía al día muchas, Tocante a esto afirma
el P. Fray Diego en unos apuntes que dejó escritos, una cosa que puede ser
confusión y afrenta de los cristianos, y es que siendo tan continuadas estas
visitas de las indias, nunca ni por acción, ni por palabra, ni por el más leve
indicio, conoció en ella cosa impura, ni menos honesta, portándose siempre en
medio del mucho amor que le tenían con
singular modestia, hablando y conversando con él, con aquel miramiento que en
sus palabras y acciones podría mostrar una muy buena cristiana. ¡Afrenta a la
verdad para las mujeres de estos tiempos que como lazos del demonio andan con
sus acciones y palabra, cazando a los ministros del Señor!
No sólo de los peligros del alma libraba Dios a su
fervoroso misionero, sino también de los peligros del cuerpo como evidentemente
se vio en este lance. Estaba una noche durmiendo en una choza, cuando lo
despertó un ruido; abrió los ojos y vio que era un tigre que estaba como seis
pasos de su cama, el cual hambriento se había entrado por entre las tablas que
formaban las paredes de su bujío a buscar gallinas u otras cosas que comer; y
siendo así que podría con grandísima facilidad emplear la ferocidad de su condición,
en aquel desprevenido hombre, y saciar con él lo voraz de su hambre, no le
ofendió en cosa alguna antes sí, habiendo andado toda la casa se volvió a salir
junto a él sin ofenderle en nada.
Además del continuado trabajo que el P. Fray Diego tenía
en San Sebastián, enseñando, visitando, y en un todo sirviendo a los indios,
como si estos trabajos no bastasen, desando padecer más por la conversión de
aquellas almas, iba muchas veces a los pueblos circunvecinos, a instruir a sus
moradores en los misterios de nuestra fe, y a enseñarles la doctrina, haciendo
estos viajes más a menudo, cuando había algún enfermo, exhortándolo a la
conversión de nuestra fe católica, proponiéndole los bienes de la gloria y penas
del infierno; y cuando conocía que el accidente era mortal y sin esperanza de
vida, entonces lo bautizaba.
De esta manera pasaban sus días los dos solitarios
misioneros, iguales en el trabajo o fatiga, aunque desiguales en el uso de las
demás cosas necesarias porque el hermano Fray Blas en Tunucuna o Tucunaca las
tenía con abundancia y el P. Fr. Diego en San Sebastián carecía de todo, tanto
que muchas veces era necesario que el hermano Fr. Blas, le enviase de los
frutos de la tierra para poder vivir, como eran naranjas, batatas, cañas dulces
y otras raíces sabrosas. Por esto se vio el P. Fr. Diego precisado a romper un
pedazo de monte, para sembrar en él algunas cosas necesarias con que poder
sustentar la vida, y trabajaba tanto en este cultivo que muchas veces le
faltaron las fuerzas, llevando el Siervo de Dios estos trabajos con
generosísima paciencia, sin desistir en medio de ellos de enseñar a los indios
y procurar por todos los medios posibles la salvación de sus almas.