El Patronato de la Fundación Marqués de Guadalcanal ha concedido el primer premio de periodismo político Antonio Fontán al periodista de ABC Ignacio Camacho López De Sagredo, por su artículo denominado España como Pasión, publicado en ABC en julio de 2010. El galardón, dotado con 6.000 euros, había sido convocado a principios de 2011 para premiar el mejor trabajo informativo individual o colectivo publicado o difundido en prensa, radio, medios audiovisuales o nuevos medios, en 2010, en la defensa de los valores de la libertad, la justicia, la igualdad, el pluralismo político, la residencia de la soberanía nacional en el pueblo español y la Monarquía parlamentaria. |
miércoles, 29 de junio de 2011
Ignacio Camacho gana el premio Antonio Fontán
ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 1
AYALA Y SU ÉPOCA
Datos extraídos del estudio preliminar de las obras completas de López de Ayala, de la Biblioteca de Autores Españoles, realizado por José Mª Castro y Calvo.
Es autor de este estudio preliminar nació en (Zaragoza, 1903 - Barcelona, 25-VII-1987). Catedrático de la Universidad de Barcelona desde 1942. Cursó estudios de Medicina, en los que se doctoró (con una tesis sobre Miguel Servet) en 1931, y los simultaneó con los de Letras, que acabó siendo su dedicación única. Ha consagrado varios trabajos a la obra de Don Juan Manuel, a temas aragoneses (la obra de los Argensola, las justas poéticas zaragozanas del XVI...), y ha escrito una Historia de la literatura española (1967). Pero más que en la filología académica, la vocación de Castro se encuentra en la frecuentación y la creación de literatura. Admirador de «Azorín», cultiva una prosa evocativa, menos rígida que la de su maestro, irónica a veces y dada al patetismo otras, en trabajos breves que comparten rasgos del cuento, el ensayo y la divagación: Ante el misterio y otros ensayos (1955), El agualí (1972), etc. Es autor de unas sugestivas memorias, Mi gente y mi tiempo (1968), que reflejan con detalle y no poca sorna el mundo universitario zaragozano de los años veinte y treinta
Cuando nos parece que el teatro ha entrado en la fase última y decisiva de su decadencia, no deja de sorprender que
Sobre nuestras letras del siglo XVIII y del siglo XIX ha caído con demasiada pesadez la palabra «decadencia», sin duda como si fuera patronímica exclusiva de estos siglos; todo cuanto se viera a la luz de estos conceptos debe ser relegado a segundo lugar. No se ha tenido en cuenta que tras los períodos de esplendor es inevitable que el agotamiento sirva de enlace con otros, prometedores de buenos augurios, y que dentro de ellos encontraremos siempre las finas esencias de los principios creadores.
Esta es la razón fundamental de que hoy aparezcan en nuestra Biblioteca las Obras Completas, conocidas hasta hoy, de don Adelardo López de Ayala.
Inspirados por los conceptos arriba expresados, creemos que son, no diremos imprescindibles, pero sí de importancia para la historia de la dramática del siglo XIX en sus relaciones con sus tiempos modernos. Sin concederle ni mucho menos aquella encendida admiración, hija en muchas ocasiones de interesadas conveniencias, valoramos su obra, no ya en relación tan sólo a la persona y a su época, sino a la evolución que sufre el teatro español, durante estos años, para llegar al actual momento. Piénsese, sin ir más lejos, en la antinomia que supone la posición de García de
Pero viene después el giro violentamente romántico; otra vez los gritos, los apóstrofes, los claros de luna, la necrofilia, en fin, el serial de la fiebre romántica. La epidemia pasa; Hartzenbusch y García Gutiérrez, desconfían, una vez más, de que la dramática sea eso. Y cuando después se produce una reacción antirromántica, en los últimos momentos del romanticismo, entonces se piensa en que deben buscarse dos cabeceras solemnes: Shakespeare y Calderón, y surgen las dos dramáticas, encargadas de esta resurrección: Tamayo y Ayala. Del primero aún nacerá el drama romántico en verso, en Zorrilla o, más tarde, en Villaespesa y Marquina, último refugio del teatro de tipo heroico, con brillantez de guardarropía; del segundo, en especial de su última época, nacerá la comedia moderna, con filosofía de salón, en Benavente y Linares Rivas.
¿Merece que editemos de nuevo a López de Ayala? No le olvidemos presente en la política, en la poesía y en el arte de su época, metido en todo ello como el que más. El poeta nos parecerá hoy tan sólo de álbum y abanico; a lo más, el amigo de Arrieta, a quien dedica una Epístola, que no vacila Menéndez Pelayo en incluir en Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana. En el arte, centró su mayor afán en descubrir a Calderón, como antes habían hecho Schlegel y Bóhl de Faber. Sostuvo amores con una famosa actriz, intérprete de sus obras. Hombre de teatro, pues, a quien nada de lo humano puede serle ajeno. Y como político, siempre estuvo en la palestra, con su pequeño y delgado maquiavelismo, con inusitada capacidad para la intriga; con una irrebatible audacia, hasta llevarle a los primeros puestos y pronunciar la oración fúnebre por la muerte de
Sí, todo eso son cualidades que podríamos llamar positivas y de mérito en Adelardo López de Ayala; cualidades que, evidentemente, han exagerado sus amigos y servidores, y que han utilizado para crear una atmósfera de halago interesado, con tufo político de bajo caciquismo; pero los que, desde la otra frontera, han visto la realidad, descubrieron el orador hinchado y vacuo, el eterno intrigante que no vacila en el camino, sea el que fuere; el solterón que muere, casi abandonado, de una afección bronquial que le ha durado toda la vida.
Jacinto Octavio Picón hace un elogio del escritor, intentando dar la medida justa, en tanto que Valle-Inclán, de gran capacidad para la metáfora, le coloca aquella del «gallo polainero». Difícil resulta hoy, tan lejos de aquel mundo, y tan próximos al análisis de lo infrasocial, tratar de un personaje de bigote y perilla, más cerca del actor de carácter, sin que la brújula se tuerza. Cierto es que precisamente la lejanía nos permite una mayor libertad de expresión y también, digámoslo de una vez, una más profunda perspectiva.
El hombre y el escritor saldrán aquí, en este estudio preliminar, en eL cual no quisiéramos perder ni el pulso, ni la serenidad, para hacerlo, y, al mismo tiempo, desbrozar, entre cuanto hubiese de malo, lo que de bueno pueda hallarse; es decir, descubriremos el mensaje de Ayala. Después de todo, a vueltas de sus luchas, sus intrigas y su fiebre creadora, encontraremos el reflejo de una sociedad; una sociedad que él mismo calificó de mala, y que en nombre de los viejos principios del teatro español clásico quiere rectificar.
Esto es muy importante, sin duda, y en cuanto a si Ayala acertó o no con la forma de expresión, en verdad, esto ya es harina de otro costal; la crítica moderna tendrá la palabra; pero para que esta palabra sea justa y adecuada habrá de estar en relación con la época y el tiempo, nunca desguazarla de los mismos.
Sin embargo, la pregunta especial, en torno a este teatro, es si en medio de su pompa declamatoria representó acertadamente un modo y una época, un alma y unas costumbres. Sabido es que no el arte dramático, sino la literatura, no pueden representar de un modo exhaustivo y fiel el ambiente. «No hay que buscar en el teatro el pensamiento fiel de una sociedad, ni el estado de una moral práctica, ni sus sentimientos privados, sus emociones reales. Por mucho que influyan, hay siempre una refracción que los altera al pasar a la obra de arte»[1]. Esto pudo ocurrir con el teatro de Ayala, y el público -su público- aplaudía esa misma deformación óptica, creyéndola sincera. Pudo pensar cuál era su público y dónde se encontraba; pudo, en último término, crearlo a su modo y manera, y el arte dramático de este autor de perilla significaría un tránsito entre dos estados de sociedad y de imaginación. La sociedad vivía demasiado pegada a unas realidades concretas: mundo de las finanzas, conspiraciones, alzamientos y atentados; fastuosidad de Salamanca y del Duque de Osuna; dos modos también de riqueza que, a la postre, confluirían; lo mismo la que nacía de la actividad industrial personal, que la de los grandes de España. Este mundo es, quizás, el más sincero y adecuado al arte de Ayala; suenan bien los ditirambos y las frases declamatorias, los apóstrofes, los mimos de gata de Angora, las pérfidas combinaciones del adulterio y de una moral corrompida, en los salones de quinqué, o luces de gas, entre palmeras y cornucopias, sillerías de ébano y damasco, damas de miriñaque, pálido el rostro de albayalde, entre joyas y brocados, y, como fondo, la música del vals. Al mismo tiempo que se desenvolvía la vida fastuosa de los salones, el drama rural, tal y como lo habían percibido en la baja Andalucía los escritores costumbristas, mostraba una dilatada gama, capaz de crear españoladas entre toreros y bandidos. Sin embargo, preciso es reconocerlo, Ayala no vio nada de eso; su patria, lejana, no le pudo jamás ofrecer este incentivo, sino el pasado, y se le alzó el coloso del teatro clásico, Calderón; y en el presente, la dorada sociedad, encendida y acuciada por la fiebre del oro. Nada más y nada menos que una vuelta al clasicismo, como un último romántico, y un oreo a la alta sociedad moderna, como creador del teatro español contemporáneo; en los dos existía la refracción, y las cosas se veían un tanto desviadas; hacia la grandilocuencia, unas veces, y otras, al diálogo bien construido, a base de frivolidades en apariencia, aunque en el fondo siempre tratando de descubrir el nexo de la vida que le tocó vivir.
Se ha criticado mucho a López de Ayala su dúplice balanceo entre la política y la literatura, dando a entender que la vida y la obra de este personaje era una especie de vasos comunicantes, con niveles oscilatorios, y entre los dos, conjuntada, su obra. Quizá con la experiencia del hombre de Estado, a lo largo de su vida política, no descubriera el haz y el envés de aquel su mundo. Y también, y este es un aspecto negativo de Ayala, sin la continua agitación y zozobra, su producción fuera mucho mayor y más cuidada. El académico, que aparece tan consecuente en Ayala, sin la fase política de su vida, tuviera mayor participación.
martes, 28 de junio de 2011
Caballos de Guadalcanal en la guerra de la Independencia - 2
Por Antonio Gordón Bernabé. Revista de Guadalcanal
Y no habiendo presentado más caballos y efectos, se hubo por conclusa, sin perjuicio de continuarla con la mayor actividad en el de mañana, habiéndose mandado pase todo lo presentado a la ciudad de Llerena.
En 7 de diciembre de 1808 se continuó la diligencia, aportando un caballo cada uno: Juana Rica, Fernando Pinelo, Cayetano Ayala José Quintero, Ignacio Pérez y José David. La mayoría presentaron caballos y se quedaron con las monturas, excepto tres que presentaron monturas sin caballos.
En 20 de marzo de 1809 se hizo otra requisa de caballos a los vecinos que siguen:
Juan Ruiz 1 caballo | José García, Clerigo | Nicolás de Rozas |
Pedro Alaja | Martín Calero | Antonio Vázquez |
El Sr. Corregidor | Francisco Palacios | Francisco Núñez |
Cristóbal Riaño | Cristóbal Riaño (menor) | Cayetano Ayala |
Ignacio Pérez | Andrés Albarrán | Juan Ximénez Parra |
El Sr. Vicario | Antonio Ramos | Viuda de Cordero |
Francisco Morente | Antonio M.ª López 2 | Diego Mostales |
Joaquín Rodríguez | Mateo García | Antonio Cabezas |
Juan Moreno | Francisco López Rico | Juan Barrera |
Eusebio Rodríguez | Juan Cantero | Antonio Veloso 2 |
Diego Díaz | Xavier de Cote | Fernando Pinelo |
Pedro Torrico, Médico | Alonso Pérez | Sebastián Gordón |
Baltasar Romero | Manuel Grueso | Andrés Grueso |
Antonio Márquez | Juan Vázquez | Juan González |
Juan Gordón | José Ponce | Viuda Pedro Caballero |
José Cabezas | Juan Márquez | Joaquín Palacios |
Sebastián de Cote | Antonia Rico | Estanislao Núñez |
Francisco Carrasco | Francisco Cortés | Manuel Palacios 2 |
Diego Cordero | Manuel Romero | Sebastián Chavero |
Juan de Ortega | Ana Autón | José de Ayala |
Estos serían los que tenían dos años en 1808, quedando muy reducida la caballería en Guadalcanal, sólo con los potros, que podían ser potrancos y tusones según fueran menores de tres o dos años, respectivamente, además de los caballos padres.
He observado que, en esto de los caballos, había familias que los tenían desde antiguo, otras los poseían unas generaciones sí y otras no y aún una persona podía tener caballo en cualquier época de su vida. Es curioso que los médicos y muchos clérigos los tenían. Un caballo valía por entonces novecientos reales más o menos. En total fueron 155 caballos los que se llevaron a Llerena para el ejército de Extremadura que era el V Ejército. No sé cuándo les pagaron a sus dueños, pero sí me imagino el gran disgusto que se llevarían, como si me hubiese ocurrido a mí, que me gustan y los monto con frecuencia. Concretamente, mis familiares tuvieron que entregar cinco caballos que habían recibido de una herencia de su padre poco antes, y ese fue el primero de una serie de infortunios que cayeron sobre los vecinos de Guadalcanal en
domingo, 26 de junio de 2011
PROCESIÓN DEL CORPUS - 2ª Y ÚLTIMA PARTE
PROCESIÓN DEL CORPUS 2011 - 1ª PARTE
sábado, 25 de junio de 2011
Caballos de Guadalcanal en la guerra de la Independencia - 1
Por Antonio Gordón Bernabé.
Revista Guadalcanal 1994
Las justicias de los pueblos de
Otro escrito dice lo que sigue: En la noche de este día, acaba de presentarse D. Francisco Santacruz, Capitán de los Reales Ejércitos, con el oficio anterior, y visto por el Sr. Corregidor dijo: Se guarde y cumpla y ejecute en todas sus partes y para que llegue a noticia del vecindario, se publique inmediatamente bando previniendo a todos los que tengan caballos desde edad de tres años en adelante, a excepción de los padres para la monta de yeguas, los presenten en el día de mañana y hora de las siete en la plaza pública, como también todas las sillas de montar y bridas, cabezadas y demás fornituras de montura y todo bajo la multa de mil ducados a disposición de los señores de
Y luego incontinente por voz del peón público en las esquinas y sitios públicos de esta villa, se hizo notorio el contenido del antecedente acuerdo para su exacto cumplimiento y asimismo se despachó por el Sr. Corregidor de ella al teniente de la aldea de Malcocinado de esta jurisdicción para que a las siete de la mañana del día siguiente se hallen todos los caballos que tengan sus moradores desde la edad de tres años arriba, en la plaza pública de esta villa y para que todo así conste, lo estampo por fe y diligencia que firmo, Juan Antonio Guerrero, escribano.
Diligencia de presentación de caballos y monturas. En la villa de Guadalcanal a seis días del mes de diciembre de mil ochocientos y ocho años, Martín Castelló Regidor Decano en la mañana de este día se constituyó en la plaza pública con asistencia de D. Francisco Santacruz comisionado al efecto decretado, y estando en ella, se fueron presentado los vecinos, los caballos, sillas, bridas y demás efectos de montura que con distinción de nombre y apellidos de sus dueños son los siguientes:
Sr. Corregidor 1 caballo | Jesús Ferro | Estanislao Núñez |
Pedro Muñoz, Clérigo | Joaquín Gálvez | Juan de Gálvez Rubio. Clérigo |
Diego de Morales | Joaquín de Ortega | Antonio Castilla |
Federico Abel | Ventura de Tena | José Carvajo |
Viuda de Pedro Caballero | Juan Ruíz | Juan Gallego 2 caballos |
Martín Calero | José García, Clérigo | Cura de San Sebastián |
Vicente Zapata | Juan de Ortega | Francisco Carrasco 2 |
Juan González | Sebastián Gordón 2 | Diego Díaz |
Antonio Veloso 2 | Alonso Pérez | Juan Ximenez Parra |
Paulino Caro Guerrero, Vicario | Agustín Vázquez 3 | Adrián Murillo |
Sebastián Álvarez 2 | Juan Moreno, Clérigo | Manuel Palacios 2 |
Ana Autón | Nicolás de Rozas | Joaquín de Monsalve, Clérigo |
Juan Barrera, Clérigo | Antonia Rica | Sebastián de Cote |
Pedro Felipe Sánchez, Médico | José Cabezas | Antonio Delgado Perelló |
Alonso López, Clérigo | Antonio Cabezas | Juan de Castilla |
Juan Gordón | Cayetano de Ayala, Clérigo | Pedro León Alaja |
José Ponce | Joaquín Rodríguez 2 | Francisco Palacios |
Eusebio Rodríguez | Cristóbal Cabezas | Baltasar Romero |
Joaquín Palacios 2 | Cristóbal Riaño (mayor) | Cristóbal Riaño (menor) |
Juan Márquez | Diego Cordero | Cristóbal Cordero |
Antonio Grueso | Manuel Grueso | Andrés Grueso |
Antonio Grueso (menor) | José Chavero | Manuel Grueso Fraile |
Antonio Vázquez Ortega | Juan Hernández | Manuel Hernández |
Antonio Márquez Guerrero | Francisco López Rico | Xavier de Cote |
José Ayala | Pedro del Cerro | Antonio de Gálvez |