sábado, 21 de febrero de 2009

LA SEMANA SANTA, SEGÚN ANDRÉS MIRÓN

Escribir sobre la Semana Santa de Guadalcanal no se hace fácil, cuando existen blogs de casi todas las Hermandades de Penitencia. Pero no quisiéramos dejar pasar estas fechas, sin poner nuestro granito de arena.
Hemos pensado que Andrés Mirón hace veinte años escribió sobre ella con su prosa tan poética, que nuestros lectores nos agradecerán recordar o leer por primera vez, lo que nuestro añorado poeta dejó dicho sobre la Semana Santa de Guadalcanal.

"... En un pueblo meridional, como es el nuestro, la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, fundamento de nuestra fe y faro de nuestra esperanza, la humanización de lo divino, como querían los artistas clásicos, no podría permanecer ajena a eso tan sutil, tan inexplicable a veces, que es la armonía.

El fervor religioso que tan cabalmente impregna y caracteriza a estos cofrades y la sensualidad estética que, a cofrade o no, regalan estas sierras, se aúnan y armonizan para producir ese prodigio de representación a lo divino que son los desfiles procesionales de Guadalcanal. No en balde es la más antigua tradición que se conserva. Ya Ortega dijo que un pueblo es, ante todo, un repertorio de costumbres. Habrá por tanto, que admitir que existe, también, una “Pasión, según Guadalcanal” y que ello es así porque lo da la tierra.

Lo que realmente origina, conforma y, en definitiva, insufla un alma motriz vivificadora a la Semana Santa es la cofradía. Sin ella no sería posible. Al menos, no sería tal y como aquí se la concibe y manifiesta. De hermandad se trata, gracias a Dios. Hermanos que andan todo el año preocupados en el diseño y confección de los respiraderos de un paso, en la restauración de un manto bordado en oro, en la adquisición de unas potencia par aun Cristo, en el plateado de unos candelabros de cola… Entrega. De ahí que, cofradieramente, la Semana Santa de Guadalcanal comience el Domingo de Resurrección y termine el Domingo de Ramos. Lo que media es puro éxtasis.

Se velan las primeras armas cofrades en la Hermandad conocida por la de La Borriquita –esto es, la Sagrada Entrada de Jesús en Jerusalén-, que congrega a la grey infantil en el luminoso y alboceleste desfile callejero de la mañana del Domingo de Ramos de los olivos guadalcanalenses… Se diría que el campo se desfleca por el pueblo con lo mejor y más abundoso de sus frutos. Y Jesús, humilde y cabalgante, entre los hosannas de aquellos a quienes hemos de asemejarnos, seguido de la Virgen del Rosario y de la Palma.

Continúa la versión local de la Tragedia del Gólgota, la tarde del Miércoles, con la salida procesional del Cristo de la Humildad y Paciencia y la Virgen de la Paz, cuya hermandad integran los costaleros todos del pueblo. Subamos a Santa Ana para ver el paso, ya nocturno e impresionante, de esta cofradía.

El Jueves, cuando el sol primaveral sea un recuerdo malva allá por el Monforte y asome por Tres Picos la luna de Nisán, conviene dirigirse por la antigua calleja del Concejo, sombrosa tanto como estrecha, al Altozano Bazán para ver el cuerpo flagelado, malherido, perfecto pese al dolor, del Cristo Amarrado, entre sayones que empuñan látigos terribles y escoltado por la oración carmesí de unos penitentes que portan la cera que arde. Maniatado va el Señor a una columna de plata, del siglo XVIII, con motivos rocalla e imperio, del punzón de Agustín Méndez. Y detrás, el paso de palio de la Virgen de la Esperanza, hecha un mar de lágrimas, en el jardín incandescente de la candelería. Se fundó esta Hermandad en 1691 y es pontificia desde 1729.

Al amanecer del Viernes, contemplamos en cualquier esquina –porque cualquiera el válida para deslumbrarse y sobrecogerse al mismo tiempo- el paso lento, fatigado, dolorido, de Nuestro Padre Jesús Nazareno, ayudado por Simón es de Cirene a llevar el pesado madero, que aquí es de carey y plata repujada. El monte de claves rojos, la canastilla barroca, los faroles afiligranados, las bordaduras de oro sobre la túnica violeta, los senatus y estandartes recamados, las clámides glaucas y albos plumeros de la centuria, las filas moradas con cruces penitenciales… El colorido devocional del pueblo. Y le sigue, lívida y llorosa, la Virgen de la Amargura, acompañada de San Juan Evangelista, sobre ese soneto que, según el P. Cué, es el paso de palio. Y así –con un sinfín de reformas y mejoras- desde el año 1565, en que fue fundada esta Hermandad en la parroquia de San Sebastián.

El sol primaveral irradia ya con todo su esplendor sobre unas cales que ni el día más triste del año logra enlutecer. Hay en el ambiente, empero, algo de derrumbe, de abatimiento: el cansancio de los rostros, la cera derretida por las calzadas, las marchitas azucenas que ajardinaron la pena de María… Con todo, aún quedan fuerzas para apostarse en un lugar de los Cantillos para ver el paso del Cristo de las Aguas, crucificado, muerto, lanceado. Blancos penitentes lo acompañan, alabarderos desfilan tras el cadáver erguido y descoyuntado, enclavelado calvario lo sostiene… La devoción a este Cristo (no a esta imagen) se remonta al año de 1527, en que fue traído de América –de ahí la advocación de Las Aguas- por el hijo de esta villa Francisco Muñoz de la Rica. Y no es hasta 1867 que se funda la Hermandad de las Tres Horas. La Dolorosa de “las siete espadas” le sigue. Manto, saya y palio azulean rabiosamente aun en la angostura de una calleja. En cambio, no alumbran –o alumbran, pero imperceptiblemente- los candeleros del paso, pues no es menester la luz en esta mañana rutilante; pero aquí van, retorciéndose, dejando resbalar sus densas lágrimas por los guardabrisas.

Luctuosa, grave, solemne es la procesión, la tarde del Viernes, de la Hermandad de Santo Entierro de Cristo y Nuestras Señora de la Soledad, que –radicada primitivamente en el convento franciscano existente en lo que hoy es el cementerio, según se dijo- es la más antigua de Guadalcanal, pues data su fundación de 1508. Cruz parroquial de plata sobredorada abre el desfile, que lo integran representaciones de todas las cofradías, yendo los hermanos enlutados y dando escolta de fervor a la urna barroca y dorada, coronada por un pelícano, que contiene el cuerpo sin vida de Jesús. Y cierra el cortejo la Virgen de la Soledad, con la congoja morena y dulcísima suya. La brisa abrileña mueve el sudario colgante y descaecido de la cruz, a cuyos pies va “la Sola del sol difunto”

Y el Domingo, cuando el bronce bendito de las campanas anuncie a los cuatro vientos que Cristo ha resucitado, es menester volver a la calle para presenciar el paso triunfal de aquél que nos amó hasta dejarse la última gota de su sangre al pie de un madero. Hay en cada cofrade un aleluya a flor de alma. Hay una claridad venida de lo alto que todo lo inunda y que renace en cada ser creado. Alguien dijo que la claridad es un dos, es decir, algo que se nos da sin mayores merecimientos. Y hoy, aquí, en este valle de gozos que es Guadalcanal, ese don se transforma en un fulgor de vértigos azules que nos desvela el supremo misterio del Alfa y el Omega..."

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