Tiene de todo esta fotografía. Además de las guapas señoritas, que me supongo son las causantes de que ahora podamos observar esta postal de una mañana de feria de septiembre, hasta la “chambra” que luce el señor de la gorra.
Vemos la señora mayor con el clásico moño, que parece no encuentra al marido, y a las dos amigas que se acercan muy decididas a la caseta, porque suponemos si han encontrado a los suyos.
La caseta parece inmensa, y la verdad que efectivamente así era. En aquéllas fechas no existían todas esas casetas particulares que ahora conocemos, y sólo ésta y la de El Chato, -que estaba a la izquierda de la fotografía- eran las encargadas de saciar la sed durante los días de ferias.
Esta fotografía sólo nos deja ver las imágenes, pero si además nos facilitara el olor, ¿a qué creen que olería? . Posiblemente a cochinito de los que eran unos expertos, aunque los calamares fritos, tampoco lo hacían mal.
Intentamos agudizar la vista para ver los precios que aparecen en la pizarra negra, sólo el que está en la parte inferior, nos deja leer que pone Botella y lo que parece ser un 5. ¿Podemos pensar que se refería a una botella de Manzanilla de Argüeso o de fino de Jerez, 5 pesetas?
Suponemos que algún experto nos podría decir qué hora del día era, pero lo que está claro es que no era la que ahora usamos para ir a la feria, donde antes de la cinco de la tarde no vemos a nadie.
Hay cosas que han quedado fuera de la fotografía, como por ejemplo, el puesto de los jeringos de Trini, -más arriba de la caseta de El Chato- que aunque en ese momento estaría cerrado, estamos recordando aquél anafe hecho de los ladrillos de los antiguos hornos y la bombilla colgada del cable, que permanecía encendida toda la noche.
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