lunes, 26 de septiembre de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 45

El poeta

Contribuye Ayala a la Poesía, ofreciendo un volumen de bien cuidados versos, prodigiosos de ritmo y de combinación estrófica, en cuales no es difícil descubrir la filiación clásica que los ha inspirado. Dejamos a un lado, naturalmente, al poeta dramático, pues el diálogo, aún en verso, no puede entrar en este pequeño volumen de composiciones, que él decía, y con razón, para andar por casa; porque la mayor parte fueron escritos con motivos familiares y sociales; muchos de ellos dedicados a las bellas, que él conoció y admiró en el brimundo de los salones, entre acordes de vals y crujir de sedas y también algo de pequeñeces y naderías en que flotaba su existencia. Tienen, por así decirlo, un carácter íntimo, y son, en último término, proyección de la vida social. La mujer y la amistad son dos reiterados, a lo largo del volumen. La belleza femenina y el elogio de los buenos amigos, quizá no compensan la inicial amargura, la incomprensión de la amada; cosa muy de acuerdo con las líneas generales del post-romanticismo, que iba a desembocar en la reacción naturalista; pero todavía caían bien los acentos plañideros; el tono quebroso del poeta, y la imagen suprasensible, aunque serena, de la Muchos también de estos versos revisten el sentido intimista al anterior de la conciencia para examinar el estado desolado y triste en que el poeta ha de hallarse.

«Pájaro de vuelo sostenido

gime cansado, reposar ansía

entre las pajas del oculto nido.»

De tal crisis solamente la fe ha de salvarle, y aquí está su Plegaria.

Las dos primeras estrofas suenan casi con acentos bíblicos:

«¡Dame, Señor, la firme voluntad,

compañera y sostén de la virtud;

la que sabe en el golfo hallar quietud,

y en medio de las sombras claridad;

la que trueca en tesón la veleidad

y el ocio en perenne solicitud,

y las ásperas fiebres en salud,

y los torpes desengaños en verdad!»

Pero no es sólo este contenido moral y dogmático lo que hallamos en los versos de Ayala; se encuentran también sobre temas estéticos, al parecer despegados de lo material, como ocurre en la décima a La música, tan justamente alabada por su rara perfección:

«La música es el acento

que el mundo arrobado lanza,

cuando a dar forma no alcanza

a su mejor pensamiento;

de la flor del sentimiento

es el aroma lozano;

es del bien más soberano

presentimiento suave,

y es toda lo que no cabe

dentro del lenguaje humano.»

En todos sus Sonetos amorosos, el tema erótico tiene un sentido intimista, clara proyección del clima espiritual del poeta; amores, celos, desdenes, olvidos...; muchos corresponden a su juventud y parecen de la misma dialéctica, reiterante y obsesiva, usada en el Epistolario, sin poderlo remediar; por lo cual, por lo menos cruza su imagen por ellos. Este sentimiento ambivalente, -amor y duda-, en resumen tiene una clara resonancia clásica -Herrera, Rioja, L. Argensola, Cetina-, lecturas de su juventud. En este grupo encontramos: Sin palabras, Mi pensamiento, Al oído, A un pie, A unos pies, A una bañista, El sol y la noche, Ausencia, Mis deseos, En la duda, La cita, El olvido, Insulto, A la misma. Los Sonetos Varios, muchos de ellos son dedicados a mujeres: A Carmela, al ser madre por segunda vez, A mi hermana, Josefa, Improvisación, A una prima mía, Al remitir a una señorita un tomo de una biografía de músicos célebres, A Sara, A Isabel, suplicándole que cante el «Ave María» de Schubert, A Antonio, y Plegaria. Todo ello tiene un matiz delicado entre epigrama y madrigal.

En línea parecida encontraremos una serie de semblanzas y dedicatorias, entre las que sobresalen: Campoamor, En el álbum de María Cristina López Aguado, A la esposa del brigadier Caballero de Rodas, En el álbum, Dos madrigales en tino, Ante el retrato de una bella, Improvisación, La rosa aldeana, A Luis Larra, La Misma, En el álbum de la poetisa Matilde de Orbegozo.

Como piezas centrales de la producción poética de Ayala, se han considerado las epístolas: A Emilio Arrieta y A Mariana Labalbzaru. La primera de las cuales mereció que Menéndez Pelayo, la intercalase en Las cien mejores poesías líricas de la lengua española. Las dos tienen un hondo contenido moral, y concretamente, en la dirigida a su amigo Arrieta, escrita en Guadalcanal, en 1856, hay un fondo de melancolía amarga y una forma de discreta protesta por no aprovechar bien la vocación de su existencia; quizá por no haberla sabido descubrir a tiempo, y este pecado de su juventud es causa de su dolor. Esto es lo que el poeta trata de comunicar a su amigo y encontrar consuelo y alivio en su compañía y consejo. Las Epístolas poéticas, que tanto predicamento tuvieron desde la famosa a Fabio, hasta Moratín, Epístola a Claudio y Jovellanos, Sátira a Arnesto y Epístola de Fabio a Anfriso, renace con el mismo acento, suavemente estoico, pero mucho más doliente en el arrepentimiento del poeta, casi romántico en este extremo, en la de ~íon Adelarda. «Imitación libérrima, -dice el P. Blanco García-, y en el mejor de los sentidos, es con lo que se compadece la diversidad de tono y objeto; pues tan visibles son los del moralista áspero y censor Jo las costumbres, ajenas en el modelo como el subjetivismo lírico, de intimidad honda y reposada, en el imitador. Maldice el uno de las ambiciones cortesanas y busca en el retiro y en la templaza de los deseos una defensa contra las cuidados insomnes y las congojosas ansias del hacer; el otro residencia con autoridad inexorable sus propias acciones, describe la lucha entre el bien y el mal»[1]. El tono desgarrado, que a veces usa el poeta, para calificarse así mismo, recuerda a Espronceda, o casi a Bartrina:



[1] Blanco García, P. F. La Literatura Española del siglo XIX. Madrid, 1910, II, cap. IX, pág. 182. Véase también: A. L. de Ayala. Sus mejores versos, prólogo de T. Borrás. Madrid, 1928.

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