El poeta
«Pájaro de vuelo sostenido
gime cansado, reposar ansía
entre las pajas del oculto nido.»
De tal crisis solamente la fe ha de salvarle, y aquí está su Plegaria.
Las dos primeras estrofas suenan casi con acentos bíblicos:
«¡Dame, Señor, la firme voluntad,
compañera y sostén de la virtud;
la que sabe en el golfo hallar quietud,
y en medio de las sombras claridad;
la que trueca en tesón la veleidad
y el ocio en perenne solicitud,
y las ásperas fiebres en salud,
y los torpes desengaños en verdad!»
Pero no es sólo este contenido moral y dogmático lo que hallamos en los versos de Ayala; se encuentran también sobre temas estéticos, al parecer despegados de lo material, como ocurre en la décima a La música, tan justamente alabada por su rara perfección:
«La música es el acento
que el mundo arrobado lanza,
cuando a dar forma no alcanza
a su mejor pensamiento;
de la flor del sentimiento
es el aroma lozano;
es del bien más soberano
presentimiento suave,
y es toda lo que no cabe
dentro del lenguaje humano.»
En todos sus Sonetos amorosos, el tema erótico tiene un sentido intimista, clara proyección del clima espiritual del poeta; amores, celos, desdenes, olvidos...; muchos corresponden a su juventud y parecen de la misma dialéctica, reiterante y obsesiva, usada en el Epistolario, sin poderlo remediar; por lo cual, por lo menos cruza su imagen por ellos. Este sentimiento ambivalente, -amor y duda-, en resumen tiene una clara resonancia clásica -Herrera, Rioja, L. Argensola, Cetina-, lecturas de su juventud. En este grupo encontramos: Sin palabras, Mi pensamiento, Al oído, A un pie, A unos pies, A una bañista, El sol y la noche, Ausencia, Mis deseos, En la duda, La cita, El olvido, Insulto, A la misma. Los Sonetos Varios, muchos de ellos son dedicados a mujeres: A Carmela, al ser madre por segunda vez, A mi hermana, Josefa, Improvisación, A una prima mía, Al remitir a una señorita un tomo de una biografía de músicos célebres, A Sara, A Isabel, suplicándole que cante el «Ave María» de Schubert, A Antonio, y Plegaria. Todo ello tiene un matiz delicado entre epigrama y madrigal.
En línea parecida encontraremos una serie de semblanzas y dedicatorias, entre las que sobresalen: Campoamor, En el álbum de María Cristina López Aguado, A la esposa del brigadier Caballero de Rodas, En el álbum, Dos madrigales en tino, Ante el retrato de una bella, Improvisación, La rosa aldeana, A Luis Larra,
Como piezas centrales de la producción poética de Ayala, se han considerado las epístolas: A Emilio Arrieta y A Mariana Labalbzaru. La primera de las cuales mereció que Menéndez Pelayo, la intercalase en Las cien mejores poesías líricas de la lengua española. Las dos tienen un hondo contenido moral, y concretamente, en la dirigida a su amigo Arrieta, escrita en Guadalcanal, en 1856, hay un fondo de melancolía amarga y una forma de discreta protesta por no aprovechar bien la vocación de su existencia; quizá por no haberla sabido descubrir a tiempo, y este pecado de su juventud es causa de su dolor. Esto es lo que el poeta trata de comunicar a su amigo y encontrar consuelo y alivio en su compañía y consejo. Las Epístolas poéticas, que tanto predicamento tuvieron desde la famosa a Fabio, hasta Moratín, Epístola a Claudio y Jovellanos, Sátira a Arnesto y Epístola de Fabio a Anfriso, renace con el mismo acento, suavemente estoico, pero mucho más doliente en el arrepentimiento del poeta, casi romántico en este extremo, en la de ~íon Adelarda. «Imitación libérrima, -dice el P. Blanco García-, y en el mejor de los sentidos, es con lo que se compadece la diversidad de tono y objeto; pues tan visibles son los del moralista áspero y censor Jo las costumbres, ajenas en el modelo como el subjetivismo lírico, de intimidad honda y reposada, en el imitador. Maldice el uno de las ambiciones cortesanas y busca en el retiro y en la templaza de los deseos una defensa contra las cuidados insomnes y las congojosas ansias del hacer; el otro residencia con autoridad inexorable sus propias acciones, describe la lucha entre el bien y el mal»[1]. El tono desgarrado, que a veces usa el poeta, para calificarse así mismo, recuerda a Espronceda, o casi a Bartrina:
[1] Blanco García, P. F.
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