«Sevilla, 21. T... mía; hace tres días que llegué a esta, en cuya Universidad me encuentro matriculado; mi madre ha exigido palabra de no volver a Madrid hasta que tenga concluida mi carrera; pero no temas, espero reducirla, y espero (¡alégrate, vida mía!) que antes de un mes te habré abrazado; que antes de un mes estaremos juntos para no separarnos jamás por tanto tiempo. Mi buena madre imagina que sólo en Sevilla podré tener tranquilidad para el estudio; ignora el estado de mi alma, e ignora que lejos de ti, ya su hijo no puede tener tranquilidad para nada.»
Pérez Calamarte recuerda que Ayala llegó a Madrid en otoño de 1849, y que antes había estudiado en
Se preocupa de que las cartas lleven franqueo suficiente y no sean quemadas por los de correos; dice en
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« Cuando te han aplaudido mucho en un drama y se acerca la hora de la función, me parece que acudes a una cita amorosa, y siento celos de un género extraño, pero que me atormentan mucho. El público se me representa un amante que te aguarda curioso, para marchitarte con sus brutales caricias. ¡Con qué placer te arrancaría yo entre mis brazos de las estúpidas miradas que te devoran! Esa facultad constante que tiene todo el mundo de verte todas las noches a la misma hora y en el mismo sitio, me parece un escarnio de mi amor. ¡Cuánta pureza, cuánta ternura, cuánta virtud verdadera deben existir en tu alma cuando, a pesar de esta profanación diaria, apareces a mis ojos cercada de todos los encantos del misterio y de la modestia!»
« ... De aquí en adelante pienso una cosa: escribirte todas las semanas una vez; ésta será la carta oficial. ¿Entiendes? Y en ella te diré. ante todas las cosas, que te adoro, y luego te daré cuenta de mis trabajos en la semana; la que haya trabajado mucho, me prometes un beso o un abrazo, u otro regalillo de la misma especie; y cuando haya sido un holgazán, voy al teatro y en toda la noche no me miras... »
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«Me encuentro tan íntimamente fastidiado de todo cuanto me rodea, que he formado la resolución irrevocable de separarme para siempre de una vida en que el contacto con la miseria ha estado a punto de hacerme miserable. Recuerdo que vine a Madrid lleno de vida y de legítimas esperanzas; le pido cuenta al tiempo que he pasado, y las horas que he perdido en esa vida infecunda y vergonzosa me están pesando sobre el alma como deudas de honor. ¡Ah, T... mía, cuánto te debo!
Si no supiera amarte, si tu amor no me despertara y me engrandeciera, me haría irresistible y despreciable a mis propios ojos; no podría tener fe ni confianza en nadie al verme engañado y vendido por mí mismo.»
«... ¡Qué vida será ésta tan fecunda para mi gloria! Sí; me siento tan joven como el día que tomé la pluma para escribir mi primer verso del Hombre de Estado. Tengo mi mesa llena de grandes hombres. Shakespeare, Schiller y Calderón me hacen compañía. Tú, como reina, los presides a todos; ellos se encargan de encender mi espíritu, y tú de vivificar mi corazón. El triunfo será mío: T..., si tú sigues amándome como hasta aquí, si tú no me abandonas, yo te juro... No sé cuántas derrotas sufriré primero, pero te juro que no morirás sin que llegue un día en que la conciencia pública me designe como el primer autor dramático.»
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«Cuando la recibí [tu carta] estaba en cama y con calentura, a consecuencia de un fortísimo constipado; sin embargo, me levanté para que tú me vieras en el teatro... »
«... Tu permanencia en la quinta de ese joven... En fin, no quiero hablar de esto; pero he sufrido mucho.»
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