sábado, 3 de septiembre de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 34

«Sevilla, 21. T... mía; hace tres días que llegué a esta, en cuya Universidad me encuentro matriculado; mi madre ha exigido palabra de no volver a Madrid hasta que tenga concluida mi carrera; pero no temas, espero reducirla, y espero (¡alégrate, vida mía!) que antes de un mes te habré abrazado; que antes de un mes estaremos juntos para no separarnos jamás por tanto tiempo. Mi buena madre imagina que sólo en Sevilla podré tener tranquilidad para el estudio; ignora el estado de mi alma, e ignora que lejos de ti, ya su hijo no puede tener tranquilidad para nada.»

Pérez Calamarte recuerda que Ayala llegó a Madrid en otoño de 1849, y que antes había estudiado en la Facultad de Derecho de Sevilla, sin lograr ser abogado.

Se preocupa de que las cartas lleven franqueo suficiente y no sean quemadas por los de correos; dice en la II y en la III que la manda por un mozo de cordel.

En la III: «Mi amor es una lira armoniosamente templada, y así que pongo en ella la mano, por mucho tiempo quedan resonando en mis oídos sus deliciosas vibraciones. Siento un ansia desconocida de amor. Cuanto más amor te manifiesto, más me queda dentro del alma. El mundo ha tratado de arrebatarte de mis brazos, y esto me fuerza a estrecharte con más ahínco sobre mi corazón. Lo que tú me has contado, el profundísimo dolor que manifestaba tu semblante, la sola idea de que han intentado que tú me aborrezcas, deja en mi alma una impresión semejante a la que sentimos después de haber sufrido un sueño espantoso, que aun después de muertos nos estremece.»

En la IV alude a la condición de actriz de la amante.

« Cuando te han aplaudido mucho en un drama y se acerca la hora de la función, me parece que acudes a una cita amorosa, y siento celos de un género extraño, pero que me atormentan mucho. El público se me representa un amante que te aguarda curioso, para marchitarte con sus brutales caricias. ¡Con qué placer te arrancaría yo entre mis brazos de las estúpidas miradas que te devoran! Esa facultad constante que tiene todo el mundo de verte todas las noches a la misma hora y en el mismo sitio, me parece un escarnio de mi amor. ¡Cuánta pureza, cuánta ternura, cuánta virtud verdadera deben existir en tu alma cuando, a pesar de esta profanación diaria, apareces a mis ojos cercada de todos los encantos del misterio y de la modestia!»

« ... De aquí en adelante pienso una cosa: escribirte todas las semanas una vez; ésta será la carta oficial. ¿Entiendes? Y en ella te diré. ante todas las cosas, que te adoro, y luego te daré cuenta de mis trabajos en la semana; la que haya trabajado mucho, me prometes un beso o un abrazo, u otro regalillo de la misma especie; y cuando haya sido un holgazán, voy al teatro y en toda la noche no me miras... »

En la V expresa la gratitud hacia Teodora por haberle animado y sabido comprender.

«Me encuentro tan íntimamente fastidiado de todo cuanto me rodea, que he formado la resolución irrevocable de separarme para siempre de una vida en que el contacto con la miseria ha estado a punto de hacerme miserable. Recuerdo que vine a Madrid lleno de vida y de legítimas esperanzas; le pido cuenta al tiempo que he pasado, y las horas que he perdido en esa vida infecunda y vergonzosa me están pesando sobre el alma como deudas de honor. ¡Ah, T... mía, cuánto te debo!

Si no supiera amarte, si tu amor no me despertara y me engrandeciera, me haría irresistible y despreciable a mis propios ojos; no podría tener fe ni confianza en nadie al verme engañado y vendido por mí mismo.»

«... ¡Qué vida será ésta tan fecunda para mi gloria! Sí; me siento tan joven como el día que tomé la pluma para escribir mi primer verso del Hombre de Estado. Tengo mi mesa llena de grandes hombres. Shakespeare, Schiller y Calderón me hacen compañía. Tú, como reina, los presides a todos; ellos se encargan de encender mi espíritu, y tú de vivificar mi corazón. El triunfo será mío: T..., si tú sigues amándome como hasta aquí, si tú no me abandonas, yo te juro... No sé cuántas derrotas sufriré primero, pero te juro que no morirás sin que llegue un día en que la conciencia pública me designe como el primer autor dramático.»

En la VII expresa celos y puntualidad para asistir a las funciones de la actriz.

«Cuando la recibí [tu carta] estaba en cama y con calentura, a consecuencia de un fortísimo constipado; sin embargo, me levanté para que tú me vieras en el teatro... »

«... Tu permanencia en la quinta de ese joven... En fin, no quiero hablar de esto; pero he sufrido mucho.»

En la VIII, aparte de las consabidas reconvenciones de amor y celos, escribe en el reverso las señas de la actriz: calle de Santa Isabel, 5, 4:', 2.` izqda.

En la IX se refiere a un suceso extraño: «Estábamos disfrutando de esa escasa y ligera felicidad que tan de tarde en tarde nos concede nuestro amor; nos habíamos visto, y sin hablarnos apenas habíamos que dado satisfechos el uno del otro. En esta ocasión propicia para un amante, se acercan a ti dos hombres con la cara cubierta, te dicen palabras al oído, y sin otra información acusas de traidor y falso al hombre que por tanto tiempo habías creído digno de tu amor. Sabes que había salido de tu casa una criada, testigo harto funesto de apariencias bien engañosas; sabes que muchas veces me han traído cartas tus criadas, y no encontrándome en casa, se las han entregado a mi patrona, diciendo el nombre de la persona que me las escribía; sabes que han sido portadores de las más los porteros de los teatros; recuerdo una vez en que celos infundados te hicieron remitirme una carta con el avisador del Príncipe; tú mil veces me has acusado de imprudente, porque he llegado a darte las mías entre bastidores, y aunque yo estoy seguro de habértelas entregado disimuladamente, la malicia de las gentes de teatro suple lo que no ve.»

En la X desciende a cosas vulgares y triviales: «Anoche no vi al Ministro; haré por verle esta noche, y antes, si puedo, iré allá. El ama ha mandado la ropa de Emilio a una casa donde cosen admirablemente y que está encargada de mi rotura.» Alude, claro está, a Emilio (Juan Pascua]) Arrieta y Carrera (1821-1894), amigo de Ayala, con quien vivió hasta su muerte en 1879.

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