viernes, 21 de agosto de 2009

GUADALCANAL, EN DOS ANÉCDOTAS


José María Álvarez Blanco

En mi prólogo al libro “La lluvia infinita” (1999), del periodista Jesús Rubio Villaverde, decía que a la gente nacida en nuestro pueblo le sucedían continuamente multitud de anécdotas, cuando lejos de la villa mencionaban su nombre ante extraños. Todo por la Segunda Guerra Mundial que catapultó a la fama la isla del Pacífico descubierta por Pedro Ortega Valencia en 1568, y si ello fuera poco, y, desde principios de la década de los sesenta del pasado siglo, por el Centro Emisor de TVE (que no Antena, como dicen algunos) con su famosa manta. Dichas situaciones no sólo han ocurrido en el pasado, sino que siguen ocurriendo, como va a comprobar el lector inmediatamente, con dos situaciones curiosas, una reciente y otra en el último año del siglo XX.

Vayamos con la primera.

Sabido es que la República de Panamá ha convocado un Concurso Internacional para ampliar el Canal, que es la base de su economía, ya que el actual se les ha quedado pequeño. Con tal motivo, durante estos meses, es constante la peregrinación al estado centroamericano de empresarios de todo el mundo relacionados con la construcción en todos sus aspectos (obras públicas por supuesto, pero también informática, bienes de equipo e instalaciones eléctricas de todo tipo etc. etc.)

Uno de los hombres de empresa españoles que acudió al país centroamericano fue el guadalcanalense Francisco González Jiménez, ingeniero químico, conocido popularmente en Guadalcanal como Paco González, que acudió al Agregado Comercial de la Embajada de Panamá en Madrid, Luis Peralta. Éste a su vez le puso en contacto con el organismo Extenda (Agencia Andaluza de Promoción Exterior). Una vez en Panamá, y después de las entrevistas con los funcionarios panameños Paco y otros empresarios españoles fueron invitados a cenar por el Delegado de Extenda en un restaurante con espectaculares vistas sobre el Canal. Según cuenta Paco, el paisaje era tal que “parecía que los barcos se podían tocar con la mano”.

Durante la cena, en el curso de la charla distendida, el Delegado que ya sabía, porque Paco se lo había dicho previamente, que su lugar de nacimiento era Guadalcanal, preguntó a otro español de los reunidos, un joven ejecutivo treintañero, en que parte de España había nacido. Cuando éste, de nombre Pedro, le respondió que en Guadalcanal, su cara de sorpresa fue inenarrable, y no menos la de Paco González, que rápidamente tras fijarse en la fisonomía de Pedro, le dijo:

- Oye, ¿tú no serás, Pedro Porras, hijo de María Dolores Porras?.
La respuesta de Pedro fue:
Sí, pero mi nombre es Pedro Núñez Porras.
Paco rectificó, y dijo:
- Si claro, tu padre es Pepe Núñez, arquitecto y ex-diputado en las Cortes por el PA.
A lo que Pedro Núñez Porras, al que sus íntimos llaman Perico, respondió, tras reconocer a Paco:
- Hombre claro, y tu eres Paco González, hermano de Rafaelín el médico.

La sorpresa del Delegado la puede imaginar el lector, ante lo insólito de la situación y de la aparente densidad de empresario por nativo de una población tan pequeña como Guadalcanal.

El empresario F. González, con Andrés Mirón y el
autor de estas líneas en el Bar el Botero hacia 1960
(Foto Santi)

Para completar el relato digamos que Pedro Núñez Porras (nieto del que fue notario Pedro Porras Ibáñez) es Ingeniero de Telecomunicaciones, que tiene una empresa de domótica, y en su calidad de propietario-director, también se encontraba en Panamá para ofertar sus servicios para obra de tan gran envergadura.

Al margen de la casualidad, y de la presencia constante y numerosa de guadalcanalenses en el continente americano, tendencia que se remonta a más de 500 años como acreditan los registros del Archivo General de Indias, lo que me parece más positivo de esta situación es el binomio Andalucía-Empresario emprendedor, derrotado siempre por hipergoleada por el Andalucía-Tradición, con las lamentables consecuencias que ello implica. No me extiendo más en estas consideraciones no sea que se me encocoren los posibles lectores que padezcan el virus de la fundamentalitis identitaria.


Y a continuación la segunda.

Nueva York. Torres gemelas y Puente de Brooklyn
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10 de junio de 1999. Nueva York, Aeropuerto Kennedy. Aterrizan procedentes de Madrid una pareja madura de españoles, madrileña ella, guadalcanalense él, en un viaje turístico con el que van a celebrar sus treinta años de matrimonio, visitando varias ciudades de la costa Este de EE.UU. Tras recoger las maletas en la cinta, se acercan a la cola para ser revisados por el Immigration Officer. Como es habitual en estos casos, la norma es que el primero de la cola, espere al borde de una raya distante por lo menos cinco metros de la cabina, mientras que el que le he ha precedido realiza sus trámites. Pasa primero la mujer, que tras entregar el pasaporte tarda treinta segundos escasos en ser despachada. A continuación pasa el marido guadalcanalense, entrega el pasaporte, y el Oficial, un yanqui de edad madura próxima a la jubilación, lo abre por la página donde constan la foto y datos del pasajero, y bruscamente mueve la cabeza en un signo de sorpresa, escrutando la fisonomía europea del viajero, que no le cuadra con su lugar de nacimiento. El de Guadalcanal, pueblo de Sevilla, entiende al momento que el oficial de inmigración sólo sabe de la existencia de Guadalcanal, isla del Pacífico, y espera el desenlace. La gestión se demora y la esposa del pasajero, mira a éste con cara extrañada, preguntándose qué está ocurriendo. Por fin el guadalcanalense sevillano, para quien hablar inglés no es una de sus mejores habilidades, se lanza a pronunciar en su horrible acento, algo así como: A town in the South of Spain was first named Guadalcanal and then the famous island in the Pacific Ocean was named after the town in the 16th century, exactly in 1568. El oficial duda y, tras vacilar unos segundos, devuelve el pasaporte al viajero. Cuando, finalizado el trámite informa a su mujer de lo ocurrido, ésta responde, “desde luego las cosas que os pasan a los de Guadalcanal, no le pasan a nadie”.

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