El caso Rabazo
Por Eleuterio Díaz López
Estaba a la sazón la primavera en su cenit y las
praderas amapoleaban y verdegueaban a un ritmo sincopado movidas por el aire.
Las sierras lucían sus mejores vestidos de jara, tomillo, romero, espliego, zumaque,
esplendiendo como mocita en Domingo de Ramos. Un aroma a sierra agreste y
bravía lo invadía todo. El tintineo de los rebaños, el gorjeo de alondras y
jilgueros, los cantarines regatos componían la más perfecta sinfonía que ni Mozart
pudiera imaginar.
Rabazo va detrás. Entonces él siente la pulsión, el deseo
irresistible de matarla, saca rápidamente la navaja que después pierde, la coge
por la cara e intenta darle un tajo en el cuello, pero ella se revuelve y en su
defensa muerde en un dedo, esto hace errar el golpe. Luchando caen en el suelo.
Consigue levantarse con más rapidez que él. Huye en una carrera desenfrenada a
través de la tierra sembrada de ajos y patatas. Su intención es llegar al
vallado y librarse de la furia del asesino. Intenta saltar el vallado, pero
tiene la mala suerte de que se le enrede la falda en el ramaje del vallado,
cayendo al suelo. Rabazo aprovecha esta circunstancia y antes que se levante,
salta el vallado, la coge por la cara y le asesta varios cortes profundos en el
cuello. Busca una piedra grande que había cerca y le propina varios golpes en
la cabeza. Una vez asegurado que su víctima yace muerta, se dirige a la casilla,
pero en ese mismo momento sale la hija de 5 años, Antonia. Ciego por el deseo
irrefrenable de matar, repite la hazaña. La coge de la cintura y la entra a la
casilla, donde le propina varias heridas profundas en la garganta.
Entra en la alcoba, donde la otra hija de
Carolina, Carmen, que no se ha percatado de nada, juega en la cuna. Impulsado
por una acometividad irresistible, la degüella como a la hermana. Poseído de
una agitación, de una agresividad y una ofuscación invencible, como si de un
toro bravo se tratara, deambula por la casa en la alcoba ve un arca, levanta la
tapa y revuelve la ropa hasta que encuentra una cajita, la abre y encuentra dos
billetes de 100 peseta y tres billetes de 50. Se guardó el dinero y tiró la
caja. Sale. Está como poseído, con una excitación, con una fiereza incontenible
e indomable. Si hubiera aparecido alguien por ese lugar, habría sido víctima de
su labor destructora.
Se dirige a un regajo cercano, se sienta, está
extraordinariamente nervioso, cuando logra serenarse un poco, abre su petaca
recosida con correa de gato, lía un cigarro y lo enciende. Al terminar tira su
colilla y se quita la camisa que está empapada de sangre. Permanece un poco de
tiempo sentado, se levanta y como sonámbulo comienza a caminar sin rumbo fijo,
sin darse cuenta que se deja la camisa y la petaca en el suelo. No camina mucho
y encuentra otro arroyo, ya ha logrado serenarse algo y percibe que tiene sus
pantalones y camisetas llena de sangre. Se los quita e intenta quitarle las
manchas de sangre sin conseguirlo por completo.
Dirige ahora sus pasos a la majada del Pelao
donde ha dejado la burra. Le pone la albarda y emprende viaje para el pueblo,
Guadalcanal.
Ya en Guadalcanal se dirige a su casa y su mujer
advierte que trae la ropa manchada de sangre:
-¿Oye, y estas manchas de sangre?
- Me he cortado sacando corcho.
Le da sesenta pesetas a su esposa y ya con ropa
limpia sale a la calle.
Recuerda que tiene unas deudas y se dispone a pagarlas.
Se dirige a la farmacia y al zapatero y le paga
veinte pesetas a uno y diez al otro.
Luego busca a su cuñado y le da doscientas
pesetas para que se la entregue a un tal Miguel Cubillo (en el sumario Miguel
Criado Márquez) como parte de pago de los 150 olivos que le tiene comprado.
Luego fue a la tienda y se compró un sombrero que le cuesta 16 pesetas.
El día 4, a la siete de la tarde, estando en un
prostíbulo, es detenido por el cabo 1º de la Guardia Civil don
José Rebollo Montiel y el guardia 2º don Juan Piñero Bernabé, ambos del puesto
de Alanís y gran conocedores de las gentes de la zona. Llevaban varios días
investigando por los cortijos cercanos el terrible acontecimiento y producto de
estas sagaces diligencias le llevaron al descubrimiento del asesino.
Fue llevado a cuartel de la Guardia Civil. A
las veinte horas llega el Teniente Jefe de Línea, don Joaquín Ortega y comienza
el interrogatorio que apenas si fue tal pues, tras identificarse como Antonio
Martínez Hernández (a) Rabazo, que tenía treinta y ocho años, natural de
Guadalcanal y que estaba casado, se reconoce como el autor de los asesinatos de
Carolina y sus dos hijas, relatando los pormenores de los espantosos hechos.
Es trasladado en
caballería a Cazalla de la
Sierra y tanto en Guadalcanal como en Cazalla el público le
increpa e intenta lincharlo, pero la fuerza pública, utilizando todo el
personal disponible en la zona, logra salvarle la vida.
Ante el juez reproduce la
confesión que hizo ante la guardia Civil redundando en los mismos detalles de
los crímenes narrados.
Llama la atención
con la celeridad con que la
Guardia Civil descubre al asesino.
En tres días tiene resuelto el caso y lo que es
más llamativo, la alta moral y compromiso con el cumplimiento de su deber: los
guardias solicitan de su jefe que no les ordene descanso hasta que no
encuentren al agresor. Así se publica en “El Liberal” las referencias oficiales y en ellas frases
elogiosas a la Guardia
Civil y a sus miembros que intervinieron en su descubrimiento
y captura. Hasta el punto que se relacionan los nombres de todos los
participantes en los trabajos de diligencias e investigación.
Otro hecho curioso es que se abrió una suscripción
popular para premiar a los guardias y que en los primeros momentos había
alcanzado la cantidad de 500 pesetas.
Se practicaron dos detenciones anteriores a la de
Antonio Martínez (a) Rabazo, José Barragán Gardón (o Gordón) (a) el Torrontero,
natural de Guadalcanal y residente en el cortijo “Los Cachos” del término de
Cazalla y antiguo novio de Carolina, y Juan Nieto natural de Cabeza del Buey
que parece ser lo vieron merodeando por el lugar de los crímenes.
El Teniente de la Guardia Civil
encomienda a don José Rebollo Montiel cabo de Alanís -gran conocedor de la gente
que habitaban en la zona- acompañado por el guardia Juan Piñero Bernabé,
realizara diligencias por majadas y cortijos.
Estas sagaces pesquisas, les llevan a Guadalcanal
sobre las 16 horas del 4 de junio 1920 y a las 7 de la tarde detienen al
presunto asesino en una casa de prostitución.
El Juicio
Era frecuente en los rotativos de la época, que
tuvieran un capítulo para lo acontecido en los tribunales: Audiencia y
Juzgados. Así que desde los altercados, robos, y homicidios hasta las vistas de
la Audiencia
se reproducen tal y como se desarrollan, en su total literalidad.
En
este caso , fue dado a conocer con minuciosidad de detalles las cuatro sesiones
que se necesitaron para que el procesado fuera declarado, por la Sección Primera de
la Audiencia
y los Jurados de Cazalla de la
Sierra , culpable de un delito complejo de robo con tres
homicidios, en el que concurren las circunstancias agravantes de alevosía,
abuso de superioridad, ejecutar el hecho en despoblado y en la moradas de las
ofendidas por lo que se le condenaba a la pena de muerte
En la Primera Sesión de la causa contra Antonio Martínez Hernández se leyeron
las Conclusiones Provisionales del Ministerio Fiscal, Señor Quero y las del
Abogado Defensor señor Rodríguez Jurado de la Hera.
Solamente vamos a referirnos a las de la Defensa porque la del
Fiscal coincide con lo relatado anteriormente con ocasión de narrar los Hechos,
salvando algunos detalles sin significación con la sentencia.
El Defensor considera que su patrocinado no es el
autor de los sucesos que se le atribuyen y que si esto no se considerase, se
tuviera en cuenta la enajenación mental que le hace irresponsable de sus actos.
En la hipótesis de ser responsable procede condenársele por tres homicidios sin
circunstancias, a la pena de 14 años, ocho meses y 14 días por cada uno y a
cuatro meses y un día por el delito de hurto.
Comparece el procesado que niega rotundamente que
fuera el autor de los hechos imputados por el señor Fiscal, que ante la Guardia Civil se
confesó autor por los malos tratos recibidos de aquélla, y ante el Juzgado,
porque a consecuencia de los malos tratos recibidos se convirtió en una bestia
y no era consciente de lo que hacía o decía..
En
la segunda sesión declaran los
siguientes doctores como prueba pericial practicada a petición de la Defensa :
Peñalosa, Lupiáñez, González Meneses, Ruiz Moja y
Espejo.
Todos, menos el doctor Bernáldez, no encuentran
al Rabazo como una persona anormal y sostienen que no está falto de sentido
moral por lo que es responsable de sus actos. Consideran que no padece
anestesia epiléptica porque la simula. Disienten, por lo tanto del doctor
Bernáldez que considera en el encausado una cierta anormalidad y perturbación
ya que padece de anestesia epiléptica
En esta sesión declaran los testigos, que pintan
el perfil del presunto homicida como hombre vago, jugador, bebedor y mujeriego.
Contradice esta opinión el testigo Miguel Criado Márquez que manifiesta que el
Rabazo se había dedicado siempre al jornal y que no le reconoce vicio alguno,
que trató con él la venta de unos olivos recibiendo doscientas pesetas a
cuenta, después de ocurrido los crímenes de la casilla.
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