lunes, 14 de julio de 2014

Carta de Pascuas que desde Guadalcanal escribe un barbero a don Pedro del Parral, vecino de Madrid, diciéndole lo mal que le ha parecido los papelotes del Rdmo. Padre Feijoo, deTorres, de Aquenza, de Martínez, de Rivera, y del Músico. (1 de 3)

                                        Por Rafael Raya Rasero. Revista de Guadalcanal 1990

Hace algún tiempo me encontraba, investigando en la Biblioteca Nacional de Madrid, y casualmente descubrí unos documentos que, en forma de cartas escritas a distintos destinatarios, hablaban de asuntos relacionados con Sevilla y su provincia. Entre esas cartas había una muy interesante -e incluso graciosa por su contenido- escrita en Guadalcanal en diciembre de 1726, en la cual un barbero de esta localidad cuyo nombre desconozco por el momento, -aunque me propongo investigarlo- escribe a un amigo suyo de Madrid para manifestarle sus opiniones sobre ciertos  “papelotes" y referirse de paso a sus relaciones con su difunta esposa, teñidas con una especie de amor/odio. Sorprende de este documento la frescura de sus expresiones y la filosofía crítica y moralizante que de él se desprende; para configurar a su autor como un erudito que en el siglo XVIII ejerce la crítica literaria desde una población como Guadalcanal, supuestamente considerada hasta ahora como ajena de los mentideros cultos de la época y que, por mediación de este barbero se nos revela como un foco de cultura en el cual participan el cura y posiblemente otros nativos o forasteros llegados al lugar, según parecen indicar las alusiones a libreros, autores o impresores, o a que "todo perro cristiano saca su papelote" para leerlo, quizás, en alguna también supuestamente tertulia literaria que el barbero-autor celebraría con sus amigos en el mismo Guadalcanal, aunque esto no podamos asegurarlo con certeza y sólo sean pistas para una posible investigación posterior.
El azar ha querido que hablando un día en Sevilla de mi hallazgo con el poeta Andrés Mirón, me propusiera éste la publicación de dicha carta en una revista promovida por el Ayuntamiento de Guadalcanal, y dada la amistad y admiración que siento por Mirón, he accedido gustoso a su propuesta, pensando en dar a conocer la carta encontrada en Madrid a los actuales habitantes de la antigua Sisip (o a divulgarla si por alguien fuera ya conocida), pues tengo la intención de incluirla en un futuro libro, en el cual podrían responderse (si los hados nos son propicios y encontramos editor) algunas de las preguntas que cualquier lector atento de este documento puede plantearse, no sólo en lo referente a los nombres que en él se mencionan, sino también en cómo era la vida en Guadalcanal en el año 1726, para que pudieran desarrollarse las inquietudes culturales y críticas de nuestro desconocido barbero-autor.
En la transcripción del original y con el fin de facilitar su lectura, me he tomado la licencia de actualizar algunos arcaísmos lingüísticos y de suprimir o añadir algunas comas y puntos, conservando en lo demás el texto su integridad.
RAFAEL RAYA RASERO, Sevilla, mayo 1990.

Amigo don Pedro. Aunque en este país no me falta en que divertir mi pobre imaginación, con la máquina de estas Minas, y fatiga de mis barbarísimos lances, pues le aseguro a vuesa merced que el día que tuve ayer no quisiera que nadie de mis amigos lo pasara, pues en menos de dos horas, sajé a tres enfermos ventosas, sangré a cuatro, y lo que más es, que a mi mujer se la llevó Dios de un sincopado accidente le duró tres horas y tres cuartos y medio, y le durará para secula seculorum. Sea Dios bendito y alabado, que gracias le debo dar por haberme concedido una de las muchas cosas que le he pedido, que es enviudar. En fin, amigo don Pedro, a vuesa merced estimo tanto como a mí mismo, pues apenas me hallo en tan triste lance, cuando llama a mi puerta un mozo, con su coletazo, con más mugre que un aceitero, con una carta de vuesa merced y un envoltorio de papeles. Veo su carta, y en ella me dice me remite varios papelotes de diversión que han escrito, y ruedan en Madrid, contra un Crítico Padre, o Padre para mortificarse y el barbero para afeitar. ¿No digo en esto bien, amigo don Pedro? Pero también siento mucho el enjambre de desatinos, que han ido emballestando unos contra otros, y muchos contra ese Critico. Válgate Dios por Critico, y el ruido que has metido con tus critiqueces. Parecen conjurados contra ti todos los batallones de la muerte, pues harto trabajo te mando. Preguntó un discreto en la Corte, cuando estaba el Señor Don Carlos Segundo a lo último de su vida, qué ¿cuántos médicos le asistían? y dijo un criado de Palacio: Señor, siete le asisten. Harto trabajo le mando -dijo el Caballero- si escapa de entre siete pecados mortales, que mientras más peones entran en una viña, más presto la acaban. Harto trabajo le mando yo al Critico, si se escapa de tanto enemigo de la salud. Dios me libre de hombres que desean que los otros no tengan vida: el diablo le tentó al Padre meterse a Critico.

     Pero, señor don Pedro, lo que más me admira es que un médico como Aquenza, con cien años a cuestas, cuando había de tratar de rezar solo, y arrepentirse del dinero mal llevado en sus muy caras visitas, pues a título de Cámara del Rey no hay dinero para pagarle, pues a doblón serian -como los sermones- sus visitas, se meta ahora a reparitos, y repliquitas. Deje a cada uno con su tema; y pues está ya más para morir, que para otra cosa, trate de rumiar santos, oír misas, encomendarse a Dios, comer bien, y beber mejor, y dejar correr las cosas, que quien no ha de enmendar el mundo, déjele como está, y ya que escribe, gastara el tiempo en algún Tratadillo en romance, porque el de Sanguinis, que escribió en latín, para mi es lo mismo que si escribiera en griego. Déjese ya el doctor Aquenza de repuestitas, que ya no está para eso quien está más para morir, que para escribir, tome su coche, pues no le cuesta nada, paséese, y orille, que le tendrá más cuenta que oír disparates como los que dice el Médico de Sevilla, a quien yo, si le cogiera, diera con una piña verde; porque no anduviera en cuentecitos, que a un hombre como el doctor Aquenza no es razón se le digan tales dicterios, como los que él ha encajado en medio pliego de papel, lleno de disparates. Mediquillo debe de ser principiante, quien tanta envidia arroja en tan poco papel, con sus palos, y más palos. No es nuevo entre la maldita turba de matadores de cristianos, o médicos, que es lo mismo, andar en quimeras. Ya se acordará vuesa merced, señor don Pedro, diez años ha, los librotes que salieron unos contra otros, de Crítico, o Crítico Teatro, que para mí lo mismo es al derecho que al revés. En suma, que están siendo objeto de mi diversión en ocasión tan propicia. 

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