Por la Dra.
Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista
en Estudios Ibéricos, en la
Universidad de la Polinesia francesa, En Tahití.
Traducción de José Mª Álvarez
Blanco.
De hecho, fue necesario que transcurrieran 20 años para que
una nueva expedición fuera enviada hacia el oeste del Pacífico, con la misión
de ir a las Filipinas, sin tocar en las Molucas, y descubrir finalmente el
medio de volver a México, como precisan las instrucciones enviadas a Miguel
López de Legazpi, nombrado «Gobernador y Capitán
General de las Islas del Poniente». Se sabe que los dos navíos partieron
hacia el este — el de Alonso de Arellano, parece que sin autorización expresa y
el de Fray Andrés de Urdaneta, debidamente misionado — alcanzaron su objetivo,
y Legazpi pudo ejercer en la nueva colonia las funciones que le habían sido
atribuidas.
Nuestro centro de interés se desplaza ahora hacia el sur,
con las expediciones organizadas desde el Perú. A partir de 1563, Felipe II
dirigió «Instrucciones sobre los nuevos
descubrimientos marítimos» a su representante en Lima, el gobernador Lope
García de Castro. Si bien en dichas instrucciones se encuentran los habituales
consejos para la navegación o las tomas de posesión, difieren de las del
periodo precedente porque traducen preocupaciones de orden «etnológico»: los navegantes debían
informarse sobre las costumbres de las poblaciones encontradas, su religión, su
gobierno o su agricultura[1]. Estas fueron las instrucciones
que se aplicarían para el primer viaje de de Mendaña (1567-1569), completadas
sin duda por órdenes expresadas al menos oralmente, de las que se encuentra
mención indirecta en los numerosos documentos que tratan del descubrimiento y
eventualmente, de la colonización — que se denominaba en la época «población», y que no habría que
confundir con la «colonización de la
población», empleada más tarde en Australia o en Nueva Caledonia. El propio
Lope de Castro escribió: «Conforme a las
órdenes de Su Majestad de proceder al descubrimiento de ciertas islas del Mar
del Sur de las que he tenido conocimiento […], he nombrado a Álvaro de Mendaña capitán general de estos navíos
y gobernador de las tierras que descubrirá y poblará». En el relato de
Gallego leemos: «El gobernador Lope
García de Castro hizo armar dos navíos para el descubrimiento de ciertas islas
que Su Majestad Felipe II había ordenado… ». O en el relato de Mendaña
se lee: «Vuestra Señoría hizo armar una
flota para el descubrimiento de nuevas tierras en el Mar del Sur, de la cual me
encargó … ». Sarmiento precisó que el gobernador «había dado las mismas Instrucciones que las
que Vuestra Majestad da para los descubrimientos marítimos y las instalaciones
en tierra», Pedro de Ortega declaró que el gobernador Lope de Castro había
enviado a Mendaña «al descubrimiento de
las Islas Occidentales», el relato denominado «de la Plata» indica que «la
instrucción dada a Mendaña era
"poblar" la tierra que descubriera». Se conocían entonces tres
documentos en los que las islas a descubrir
se denominan claramente «de Salomón»:
una carta del Procurador del Tribunal de Lima, Juan Bautista Monzón, según
la cual Lope de Castro había nombrado a Mendaña gobernador «de las islas que se llaman aquí de Salomón»,
un correo de Felipe II, que escribía al virrey Toledo que Lope de Castro había
«confiado el descubrimiento y la
colonización de las islas de Salomón»
a Mendaña, o incluso un texto del juez Barros que habla «del descubrimiento de las islas de Poniente de la Mar del Sur comúnmente
llamada islas de Salomón[2]». Queda claro que la principal
misión de esta expedición era encontrar islas todavía desconocidas, situadas en
el Pacífico, al oeste del Perú, y que algunos llamaban las «islas Salomón». Por tanto, se puede
admitir que dicha misión se cumplió, aun cuando antes de esta fecha ningún archipiélago
llevaba el nombre de Salomón, y que si el viento y el azar hubieran conducido a
Mendaña a otro grupo de islas, las
hubiera llamado igualmente «de Salomón».
Las Instrucciones de 1563 fueron precisadas por otros dos
textos de 1573, más largos y detallados, expedidos por Felipe II. Una novedad
que aportaban era que la Corona no financiaría más ningún viaje, los cuales
serían confiados en lo sucesivo de preferencia a religiosos o, en su defecto, a
hombres «buenos cristianos y amigos de la
paz», y el recordatorio de las obligaciones de los pilotos y del comandante
de informarse de las costumbres, creencias y recursos de las islas, y de
escribir cada día el relato fiel de los acontecimientos, de hacerlo firmar por
varios testigos y de rendir debida cuenta[3]. Mendaña estuvo pues sometido a
las condiciones de estos documentos, así como a otro titulado, «Capitulación que hizo el Rey Felipe II con
Álvaro de Mendaña para descubrir y poblar las islas occidentales que están en
el paraje del Mar del Sur», firmado el año siguiente, para su segundo viaje.
Se trata de un tipo de contrato que precisaba en primer lugar que era él quien
había solicitado la autorización de llevar a cabo esta empresa, y quien exponía
los «compromisos» de las dos partes. El
rey le concedía el monopolio del proyecto «para
dos vidas», y le nombraba marqués de la Mar del Sur. Por su parte, debía
financiar toda la operación y depositar una fianza que garantizara el éxito la instalación
de una colonia española, donde fundaría tres ciudades[4]. Este texto no menciona
expresamente las Islas Salomón, ni la de San Cristóbal, pero si «las islas que haya descubierto y otras que
pudiera descubrir». Quirós, en el comienzo de su relato, expone claramente
que este era el objeto de la expedición: «Dios
permitió que en la Ciudad de los Reyes [Lima] residencia de los vice-reyes del
Perú, Álvaro de Mendaña, adelantado, anunciara el viaje que, por orden de su
Majestad, se disponía a hacer a las Islas Salomón». También lo confirma
cuando cuenta que, el 17 de noviembre de 1595,
« la gobernadora anunció a los pilotos que quería abandonar esta isla y buscar San
Cristóbal», el punto de cita donde podía encontrarse la Santa Isabel desaparecida[5]. Se comprueba en consecuencia
que Mendaña no cumplió ninguna de sus misiones: no fundó una colonia española
en las Salomón, que incluso no volvió a encontrar — aunque se puede admitir que al menos si lo
consiguió al menos una de sus naves, la Santa
Isabel.
Si, en la isla de Santo, en mayo de 1606, Quirós declaró a
sus compañeros que el rey no le había dado «ninguna
instrucción», no se le creerá completamente porque el mismo insertó en su
relato cédulas reales que pueden ser leídas como una orden de misión: « …que vaya inmediatamente … al descubrimiento de las tierras australes....
Espero [de este descubrimiento] que expanda nuestra santa fe en poblaciones
lejanas…». Además, en su correo al vice-rey Monterrey, Felipe III precisaba
incluso más claramente: «va por orden mía
al descubrimiento de la zona desconocida del sur y otras regiones (como está precisado en las órdenes de misión
que le he remitido para este fin)… », documentos que no se han
encontrado. Se tiene también la carta dirigida por el conde de Monterrey al
conjunto de la flota el día de sus partida del puerto del Callao, que recuerda
que su fin es «la salud de numerosas
almas […] y el aumento de los Estados»
de la Corona de Castilla. Se dispone también de las Instrucciones que dio Quirós
a su tripulación y en particular a su segundo, Luis Váez de Torres, en la mar, el
25 de enero de 1606, que evocan su «encargo
de descubrir las regiones australes desconocidas… [6]». Así pues, ¿se cumplió que
esta fuera una expedición con fines principalmente geográficos?. Los términos «descubrimiento de tierras australes» o «descubrimiento de la zona desconocida del
sur» son suficientemente imprecisos para que se puede responder
afirmativamente, como hizo por otra parte el propio Quirós en la primera
Petición que dirigió a la Corona después de este viaje en diciembre de 1607 :
« …he descubierto 23 islas y tres
grandes partes de tierra que, en mi opinión, no forman más que una, y que sin
duda son un continente…[7] », afirmación
que no cesó de repetir hasta su muerte. Por el contrario, si por «tierras australes», se entiende «continente austral», es evidente que
Quirós no cumplió — y no pudo cumplir — este objetivo, pero fue preciso esperar
casi dos siglos para estar seguros. Cabe preguntarse si su empresa tenía
también un fin misionero o evangelizador. Nos está permitido considerar que, que
incluso si se trataba de una preocupación sincera del Descubridor, las condiciones del viaje y en
particular, la corta duración de las estancias en las diferentes islas (la
máxima fue un mes en Santo), las hacía perfectamente ilusorias. Ello no impide
que la preocupación evangelizadora fuera recogida por numerosos eclesiásticos
del comienzo del siglo XVII, que ya no se interesaban por la cuestión
geográfica, considerando que ya se habían «descubierto
3000 islas», y que «pudieran ser
11000», sino únicamente en la «conversión
apostólica de las Tierras Australes[8]».
En cuanto a las observaciones, sobre los habitantes de
las islas Salomón, Marquesas, Tuamotu o Vanuatu, que estos navegantes relataron
con la intención de ser conocidas por sus lectores europeos, fueron las
primeras que recibieron y son siempre extremadamente valiosas, sobre los
ornamentos corporales, las diferentes clases de embarcaciones, el modo
construir las casas, los lugares de culto, etc., hasta tal punto que
actualmente son los propios habitantes del Pacífico lo que solicitan tener acceso
a ellas y está a punto de aparecer un programa de publicaciones y de traducciones
sistemáticas de todo lo que concierne a su pasado.
En conclusión, no es este el momento de preguntarse, por
ejemplo, si hay que lamentar que Mendaña no hubiera llevado a cabo la colonización
de las Islas Salomón, o que la ciudad de Nueva Jerusalén que fundó Quirós en
Santo no hubiera tenido más que una existencia virtual. La historia no es un
juez. Por esto no se puede hablar de «éxito»,
a la vista del espantoso precio humano de las exploraciones españolas de este «largo siglo XVI», o de las imprecisiones
de las posiciones geográficas, pero tampoco se hablará de «fracaso» del objeto de estas expediciones, habida cuenta de los
descubrimientos realizados, en condiciones que es difícil de imaginar y de las
perspectivas que abrieron a sus sucesores, que las conocían tan bien que las
llevaban en sus bibliotecas de a bordo..
No se podía esperar más de viajes realizados en una época
que para los franceses se extiende desde el comienzo del reinado de Francisco I
hasta el final del de Enrique IV, en la que las ideas, el conocimiento y las
técnicas balbucían e incluso luchaban contra numerosos prejuicios que, si bien
tuvieron una larga duración, habían comenzado por otra parte a ceder terreno al
bien denominado Siglo de las Luces.
[1]«La orden que se ha de tener en los nuevos descubrimientos por mar,
instrucción al licenciado Castro», en Austrialia
Franciscana, op. cit., III, pp. 249-251.
[2]Austrialia Franciscana, op. cit., III, pp. 3-62, 95, 181 ; IV, p. 262, 300,
333, 345, 421, 480, 482.
[3]Ordenanzas de descubrimientos, nuevas poblaciones y pacificaciones, ed. de Antonio Muro Orejón,
CSIC, Sevilla, 1967 (148 artículos, 39 páginas), y la Instrucción para hacer las descripciones, ed. de
Ismael Sánchez Bella, en Dos estudios
sobre el Código de Ovando, Pamplona, 1987, Ediciones Universidad de Navarra,
(135 articles, pp. 140-211).
[5]Histoire
de la Découverte …,
op. cit., pp. 41, 125. Allen &
Green : «Mendaña 1595 and the Fate
of the Lost Almiranta», The Journal
of Pacific History, vol. VII,
1972, p. 73-91.
[8]Véanse los dos
breves del papa Clemente VIII, y la
Petición del Dr Sebastián Clemente al papa Gregorio XV, en Austrialia Franciscana, op. cit., I, pp.
5-8 et 214-216. Véase
también a este respecto Annie Baert: «Prémices de l’évangélisation dans le
Pacifique», in Claire Laux (s.d.) : Les
écritures de la mission dans l’Outre-Mer insulaire (Bruxelles, Brepols
Publisher, 2006).
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