Por
Traducción de José Mª Álvarez Blanco.
Si el «éxito»
de una expedición se mide en relación con la meta fijada, conviene repasar
detenidamente los datos esenciales de las instrucciones. En este sentido, el
estudio del primer viaje español al Pacífico, el de Magallanes - Elcano,
reserva una gran sorpresa, como explica Carlos Barreda: «Ni en las Capitulaciones [especie de contrato firmado con el rey en
marzo de 1518 que hace referencia a "descubrir
las islas y la rica tierra de las especias"] ni en las Instrucciones [en 74 artículos, firmados por Carlos V en mayo
de 1519, que no son más que otro "manual
completo para dirigir una flota enviada para explorar nuevas tierras"]
ni en cualquier otro documento se encuentra
la mención de una vuelta alrededor del mundo, ni como objetivo ni como simple
posibilidad[1]». Del mismo modo
Pigafetta simplemente escribió: «... había
en la ciudad de Sevilla un pequeña armada de cinco barcos listos para hacer el
largo viaje, es decir, el descubrimiento de las Islas Molucas (de donde vienen las
especias[2])», sin referirse a
otro proyecto conocido oficialmente. Las dos proezas que caracterizan esta
expedición - el descubrimiento del paso entre el Atlántico y el Pacífico, y el
regreso a España por el Océano Índico - no son pues parte explícita de las «órdenes de misión» dadas a Magallanes. Por
el contrario, la mención repetida de la prohibición de tocar cualquier zona bajo
influencia portuguesa sugiere que este itinerario de regreso estaba fuera de
las previsiones. Por tanto, nos encontramos frente a un caso claro de
desobediencia[3], cuando en Tidore,
las nuevas autoridades de la flota decidieron que Elcano a bordo de la Victoria
partiría por el «camino portugués» y
que Gómez de Espinosa se dirigiera a Panamá con la nave Trinidad[4] ─ una decisión de
acuerdo con las instrucciones, pero carente de sentido, ya que subió hasta 42º
al norte para buscar los grandes vientos del oeste, pero desafortunadamente
prematura. Ello no impidió que a su regreso a España, Elcano fuera felicitado
por Carlos V para ser «el primer hombre
que ha dado la vuelta al mundo [ ... ], el evento más grande e increíble que
hayamos nunca visto desde que Dios creó al primer hombre[5]». Al parecer, el Emperador había olvidado su prohibición,
quizás ayudado por la gran cantidad de especias que el navegador informó que había
en las islas que había enviado a descubrir ─ incluso se habló de un negocio de rentabilidad
del 1000 %. Las Instrucciones Reales habían sido pues globalmente seguidas.
Las órdenes dadas a García Jofre de Loaisa
para la expedición de 1525-1526 se referían principalmente al establecimiento
de la soberanía española en las islas Molucas y la apertura del comercio de
especias, razón por la cual el Capitán General debía permanecer allí como
gobernador. En cuanto a la ruta a seguir, parece que el rey quería que la flota
fuera sin escala en las Islas Canarias hasta el cabo de Buena Esperanza, pero
en caso de que el mal tiempo lo impidiera, daba libertad a los navegantes para
elegir otro camino: si fue en la Gomera donde Loaisa decidió dirigirse al
Estrecho de Magallanes, no se sabe si fue empujado por las condiciones meteorológicas
desfavorables. Además de la prohibición habitual de tocar tierra portuguesa, no
había pues recibido una misión para descubrir nuevas tierras, lo que fue
respetado, pues el único descubrimiento en el haber de este triste viaje fue el
de una pequeña isla de las Marshall, Taongi. Por el contrario, el fracaso fue
total en el plano político- comercial. Poco tiempo después, Carlos V ordenó a
Hernán Cortés que enviara una expedición en busca de Loaisa, lo que encargó a
su pariente Álvaro de Saavedra, a quien remitió las instrucciones según las
cuales tenía que ir a las Molucas sin hacer escala y una vez allí ocupar las
fortalezas portuguesas erigidas en «zona
española» e informarse del modo de cultivar las especias y traer plantas.
Saavedra encontró a los compañeros de Loaisa que ocupaban el Fuerte de Tidore,
se las arregló para « rescatar» a
muchos de sus compañeros prisioneros, pero murió durante su segundo intento de
regresar a Nueva España. Por lo tanto, ninguna planta de especias fue desembarcada
allí, pero la presencia española en las Molucas permitió a Carlos V, vender al rey
de Portugal, y a un buen precio, las islas que aún estaban en su «zona de la soberanía». Oficialmente,
Hernando de Grijalva no tenía instrucciones para cruzar el Pacífico hasta las
islas Molucas. No es imposible que hubiera recibido órdenes secretas en este sentido,
pero no se pueden evaluar los resultados de una expedición respecto a un
objetivo desconocido. El Virrey de México, Don Antonio de Mendoza, dio seis navíos
a Ruy López de Villalobos, quien debería «abrir
la navegación dese Nueva España a las islas de Poniente[6]», enviar información sobre las tierras que hubiera
descubierto (lo que incluía por tanto un retorno hacia el este) y «ensanchar los dominios de la santa fe
católica». Antes de su muerte en
1546, en las Molucas, desalentado por la hostilidad de los musulmanes de
Mindanao, y luego por portugueses de Ternate, no habiendo logrado ninguno de
sus objetivos, habían fracasado los dos intentos de regresar, el de Bernardo de
la Torre y el de Iñigo Ortiz de Retes, el virrey aconsejó a las autoridades abandonar
estas islas, que «no presentaban ningún interés».
No se podía hacer un balance más claro.
[1]Carlos Barreda, Nova Imago Mundi, op. cit., pp. 121-122.
Las «Capitulaciones» están reproducidas en las
pp. 257-260, y las Instrucciones en pp. 263-286 de esta obra.
[2]Relation du premier voyage autour du monde de Magellan, Paris, 1991, Libraire Jules
Tallandier, pp. 95-96 ; texto español en La primera vuelta al mundo, op. cit., p. 191.
[3]Además del hecho de que
Magallanes no había respetado la prohibición de mezclarse en las rivalidades
eventuales entre las autoridades locales, lo que le había costado la vida, en
Mactan (Filipinas), el 27 de abril de 1521.
[4] Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los
castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (1601), ed. Universidad Complutense de
Madrid, 1991, II, p. 253.
[5]Le concedió, además de
recompensas financieras, un blasón con la célebre leyenda «primus circumdedisti me», al igual que a algunos de sus compañeros
y a uno de ellos armó caballlero (Herrera, op.
cit., II, pp. 382 et 404).
[6]Herrera, op. cit., IV, p. 131.
No hay comentarios:
Publicar un comentario