Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos, en la Universidad de la Polinesia francesa, en Tahití.
Traducción de José Mª Álvarez Blanco.
Sin embargo, la razón principal que examina
está claramente relacionada con la longitud:
«En
cuanto a la primera, es cierto que no nos han dado la verdadera longitud de las
Islas Salomón, y digo que no hemos llegado a ellas porque están más al oeste
que las que habemos descubierto. [...] Si el relato de Hernán Gallego [dijo] la
verdad, a saber, que las Islas Salomón se encuentran en latitudes 7º a 12º sur,
a 1.450 millas de Lima, no se podía
hallarlas. [...] Por tanto, debemos pensar que dichas islas no están
detrás, sino delante»
Y la tercera razón
está relacionada indirectamente
«En cuanto a la
tercera razón, la ignorancia, no hay nada que añadir. Lo cierto es que navegó
[...] sin conocer otra longitud que la que cada uno determinó por estimación: entonces
es posible que el error venga del que ha hecho la estimación, o del propio
navegante, y que hubiera pensado recorrer menos camino que el realmente
navegado»
La palabra clave aquí es «ignorancia», que no es sinónimo de «falta de rigor». En ese momento, la «longitud» no era más que la distancia recorrida entre el punto de
partida, e incluso en línea recta, algo que, en el mar es bastante utópico. Sin
embargo, se recuerda que sin los instrumentos adecuados, no podríamos conocerla
y que era necesario conformarse con estimarla, lo que era muy aleatorio, porque
dependía de la experiencia del piloto que tenía el piloto de las prestaciones
de su barco, porque era muy difícil darse cuenta de la presencia de una
corriente favorable en los trópicos, que lleva hacia el oeste, y con frecuencia
llega a ser de un nudo[1] (1 milla/hora), lo que haría que el barco recorriera hasta
24 millas al día, y podría explicar, al menos parcialmente, algunos errores de
posición.
Sin embargo, cuando se examinan de cerca, estos «errores»
se hacen más comprensibles. Según Hernán Gallego, las Salomón estaban a 1.450
leguas de Lima, o 4.930 millas náuticas, cuando en realidad, 7000 kilómetros
separan San Cristóbal de Perú, en línea recta. La diferencia, enorme, de ±
2.000 millas, de hecho, a grosso modo
correspondería aproximadamente a un fallo de un nudo cada uno de los 82 días que
había durado el viaje. En cuanto a Quirós, pensaba que estaba a 850 leguas,
2.890 millas de Tahuata (Marquesas) en Santa Cruz, pero la distancia real es de
3.250 millas: la diferencia 360 millas, muestra que durante una travesía de cinco
semanas, se equivoca en 10 millas (0,4 nudos) por día. Se constata así que
Quirós era dos veces menos equivocado que Gallego: sin duda tenía una intuición
más fina sobre la marcha de su barco y era mejor marinero, lo que confirmaría
la veracidad de su conclusión: las islas que buscaba estaban «antes», es decir, en el oeste de Santa
Cruz. Le hubiera bastado realmente recorrer 239 millas náuticas (440 km) que
quedan más o menos a la misma latitud para llegar a San Cristóbal. Pero las
condiciones de vida a bordo se convirtieron en tan terribles que el objetivo ya
no era explorar el océano, sino la necesidad urgente de llegar a una «tierra cristiana[2]»
¿Qué añadieron los viajes de Mendaña y Quirós a
la tierra habitada?. Está claro que en Europa en el siglo XVIII, no sólo se
sabía de la existencia de las Islas Salomón, las Marquesas y Tierra del
Espíritu Santo (actual Vanuatu), sino también de la navegabilidad del estrecho
de Torres que aparece sin lugar a dudas
en los mapas publicados por De Brosses en 1756, en los que ocupan un lugar
destacado extractos de los relatos de Quirós y Philibert Commerson, botánico y
cirujano de Bougainville, que escribió en su diario: «En los mares del Sur hemos reconocido
las tierras de Quirós, que son una parte de las tierras australes ...».
Además, Dalrymple del Servicio Hidrográfico del Almirantazgo británico había
informado Joseph Banks antes de su partida de los descubrimientos ya realizados
en el Pacífico, en una carta de su puño y letra, y los había publicado en 1767,
mostrando en particular, la ruta de Torres a través del estrecho, de acuerdo
con el Memorial de Arias («el hizo la del
oeste, teniendo siempre a la derecha otra tierra, muy grande que bordeó en más
de 600 leguas [ ... ] hasta Bachan y Terrenate[3]») . Nosotros no seguiremos pues el Dictionnaire d’Histoire Maritime que afirma, en la entrada «Descubrimiento y exploración de los mares
del sur».. «....de 1567 a 1596, una
fase española sin grandes consecuencias y perdida de vista por la Europa no
hispánica» pero que sin embargo concluye: «Por lo menos en los mapas mundi se veía
encogerse el continente austral», sin preocuparse de la paradoja[4].
En lo que se refiere a la perpetua sospecha de
ocultamiento (la «inexactitud de las indicaciones
dadas de forma deliberada o no»), con las que los españoles habrían rodeado
sus descubrimientos[5], Quirós parece
responder de antemano, siempre se trata de las Islas Salomón: «Su posición no podría ser tan secreta porque
había cuatro pilotos cuando fueron descubiertas, ni ellos ni todas las personas
que estaban con ellos, podían ignorarlas». Nunca se imaginó que un «secreto» compartido por tanta gente pudiera
permanecer en las sombras. No sólo se había aprovechado de esta inevitable
circulación de los conocimientos, cuando tuvo que ir desde Santa Cruz a Manila,
«sin un mapa, y sólo con la ayuda de lo
que se decía[6]» sino que fue hasta
allí para su provecho cuando la Corona hizo oídos sordos a sus proyectos, difundió
por toda Europa sus textos, que contenían información y suposiciones de las
islas descubiertas y por descubrir[7]. En 1610, el Consejo
de Indias tuvo a bien ordenar que se recuperaran todos estos textos «se imprimieran y se distribuyeran a los
españoles y los extranjeros, incluidos los borradores» esto era inútil y Quirós
escribió al rey cuatro años más tarde «todo
el mundo lo sabe[8]»
[1]Según las Instructions
Nautiques, la velocidad de la corriente ecuatorial sur «est comprise entre 0,5 et plus de 2 nœuds»,
SHOM, Paris, Imprimerie Nationale, 1973, Série K, volume IX, p. 42.
[2] Véase a
este respecto: Annie Baert, «L’angoisse
des immensités océanes», en Bernard Rigo (s.d.), L’espace-temps, Bulletin du LARSH n° 2, Papeete, 2005, éd. Au Vent
des Îles, pp. 89-105.
[3] Serge Tcherkézoff,
en Tahiti-1768, Jeunes filles en pleurs,
Papeete, 2004, éd. Au Vent des Îles, pp. 55 et 146 ; George Collingridge: The Discovery of Australia, Sydney,
1895, réed. 1987, pp. 200 et 234; Memorial del Dr. Juan Luis Arias al Rey
Felipe IV, Madrid, 1631-1633, en Austrialia
Franciscana, op. cit., I, p. 236.
[4] Paris, 2002, Robert Laffont, Coll. Bouquins, I, p.
142. Advertimos que en este artículo, que todo lo que concierne a «la fase
española » es impugnable: la dirección de la expedición de 1567, el origen del
nombre de las islas Salomón, cuyos indígenas serían «Papues caníbales», el establecimiento de una «colonia» en Santa Cruz, los abusos de poder de doña Isabel, el «descubrimiento» de Guam y de Manille, la vuelta a México por «el famoso galeón», para terminar en «lunas
de miel sucesivas».
[5] Lugar común que se
vuelve a encontrar por ejemplo en Philippe Bachimon, Tahiti, entre mythes et réalités, Paris, 1990, éd. du CTHS, p. 128;
en Jean-Jo Scemla, Le Voyage en Polynésie,
Paris, 1994, Robert Laffont, Coll. Bouquins, p. XXIX; en Jean Guiart, Découverte de l’Océanie, co-éd. Haere
Po, Papeete & Le Rocher-à-la-Voile, Nouméa, 2000, I, p. 80, etc.
[7]Véase a este respecto: Annie
Baert, «Des îles bien peu secrètes. Les récits de trois voyages espagnols dans
le Pacifique aux XVIè et XVIIè siècles et leur diffusion à travers l'Europe et
l'Amérique», Revue Française d'Histoire
du Livre, Bordeaux, n° 94-95, 1997, p. 165-186.
[4] Paris, 2002, Robert Laffont, Coll. Bouquins, I, p.
142. Advertimos que en este artículo, que todo lo que concierne a «la fase
española » es impugnable: la dirección de la expedición de 1567, el origen del
nombre de las islas Salomón, cuyos indígenas serían «Papues caníbales», el establecimiento de una «colonia» en Santa Cruz, los abusos de poder de doña Isabel, el «descubrimiento» de Guam y de Manille, la vuelta a México por «el famoso galeón», para terminar en «lunas
de miel sucesivas».
[5] Lugar común que se
vuelve a encontrar por ejemplo en Philippe Bachimon, Tahiti, entre mythes et réalités, Paris, 1990, éd. du CTHS, p. 128;
en Jean-Jo Scemla, Le Voyage en Polynésie,
Paris, 1994, Robert Laffont, Coll. Bouquins, p. XXIX; en Jean Guiart, Découverte de l’Océanie, co-éd. Haere
Po, Papeete & Le Rocher-à-la-Voile, Nouméa, 2000, I, p. 80, etc.
[7]Véase a este respecto: Annie
Baert, «Des îles bien peu secrètes. Les récits de trois voyages espagnols dans
le Pacifique aux XVIè et XVIIè siècles et leur diffusion à travers l'Europe et
l'Amérique», Revue Française d'Histoire
du Livre, Bordeaux, n° 94-95, 1997, p. 165-186.
[9]Carlos Barreda, Nova Imago Mundi, op. cit., pp. 121-122.
Las «Capitulaciones» están reproducidas en las
pp. 257-260, y las Instrucciones en pp. 263-286 de esta obra.
[10]Relation du premier voyage autour du monde de Magellan, Paris, 1991, Libraire Jules
Tallandier, pp. 95-96 ; texto español en La primera vuelta al mundo, op. cit., p. 191.
[11]Además del hecho de que
Magallanes no había respetado la prohibición de mezclarse en las rivalidades
eventuales entre las autoridades locales, lo que le había costado la vida, en
Mactan (Filipinas), el 27 de abril de 1521.
[12] Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los
castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (1601), ed. Universidad Complutense de
Madrid, 1991, II, p. 253.
[13]Le concedió, además de
recompensas financieras, un blasón con la célebre leyenda «primus circumdedisti me», al igual que a algunos de sus compañeros
y a uno de ellos armó caballlero (Herrera, op.
cit., II, pp. 382 et 404).
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