Salvador Hernández González
Revista Guadalcanal año 2005
Pocas décadas
después, el testimonio de la
Visita Canónica de 1575
nos revela que el edificio mantiene su misma estructura, con su única
nave dividida en tramos por medio de arcos de ladrillo y cubierta con techumbre
de madera de castaño, excepto en el presbiterio, cerrado por medio de una reja
y que se cubría con la bóveda de crucería gótica iniciada a fines de la
centuria anterior. Del mismo modo, junto a los ingresos del templo permanecen
los pórticos con sus arcos de ladrillo sobre pilares. El corto patrimonio
artístico mueble de la ermita está integrado, aparte de la imagen del titular,
por las esculturas de San Blas, Santa Lucía y San Lázaro colocadas en sendos
altares laterales. Igualmente modesto era el ajuar litúrgico, del que sólo se
podía destacar un cáliz de plata.
Otra cuestión
que se recoge en estos informes de la
Orden de Santiago es el funcionamiento y mantenimiento de
estos templos rurales, que solían estar a cargo de un mayordomo responsable de
la gestión y administración de sus bienes ante la autoridad eclesiástica. Su
labor al frente de la ermita de la que eran responsables era controlada
mediante la inspección efectuada por los Visitadores de la Orden , que procedían con ocasión
de la Visita Canónica ,
celebrada periódicamente, a la toma de cuentas al objeto de evaluar su
situación económica, con el fin de que el culto divino estuviese convenientemente
atendido en sus medios materiales. Así el primer mayordomo del que tenemos noticia
es Alonso García Carranco en 1494, quien expuso que en aquel año los ingresos
de la ermita de San Benito habían ascendido a 578 maravedís, gastando en
contrapartida 678 maravedís en materiales de construcción, por lo que resultaba
un déficit de 100 maravedís. No obstante, García Carranco expuso que se le
debían a la ermita 500 maravedís que se prestaron al Concejo de la villa para
financiar la obra que entonces se había acometido en la iglesia de San
Sebastián . Otros mayordomos fueron Hernán García de Flores, en 1548, y Hernán
Mexía, que lo era al año siguiente, quien aseguró que los ingresos en este
último año habían ascendido a 1.873 reales. Algunas décadas más tarde, el
mayordomo Juan Martín Tejedor, que había desempeñado su cargo en 1574, presentó
los ingresos de la ermita, que alcanzaban los 6.559 maravedís anuales,
obtenidos por la limosna de San Benito y Santa Lucía, por lo recolectado en el
bacín fijo que existía en la parroquia y por la renta de dos fanegas de tierra
propiedad de la ermita. En cambio, la huerta y la casa anejas al templo no
producían beneficio alguno, pues el usufructo correspondía al ermitaño
encargado de su custodia y mantenimiento.
En el templo
se hallaban establecidas dos capellanías, es decir, fundaciones piadosas
promovidas por particulares que asignaban a la iglesia una serie de rentas procedentes
de ciertos bienes – como tierras, casas, etc. – para ser invertidas en el pago
de una serie de misas en sufragio por el alma del fundador. Este tipo de
fundación solía ser a perpetuidad, manteniéndose en tanto que se pagase la
renta establecida al efecto, cuyo pago como decimos gravaba sobre las
propiedades amortizadas para este fin. En el caso de la ermita de San Benito
sabemos que en 1549 se servían dos capellanías. La primera estaba atendida por
el clérigo Perianes Pedro Yanes, quién tenía obligación de decir una misa a la
semana, costeada de la renta proporcionada por tres viñas en la Laguna , Molinillo y Calera,
un parral, tres zumacales en Huerta del Gordo, Cuesta de la Horca y Castillejo, y
tierras al Encinal de Valverde, Majada, Mata de la Orden y Donadío. De la
segunda se ocupaba el clérigo Pedro de Ortega, con la carga de decir cien misas
en diez años, recayendo el pago de esta obligación sobre diversos bienes, como
una casa en la calle del Rico, una bodega, tres pedazos de castañal en el valle
de Setenil, un pedazo de tierra con cuatro o cinco olivos junto al monasterio
de San Francisco, y dos mil maravedís de renta de unas viñas en la Calera.
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