No obstante,
dentro de estos rasgos generales de las iglesias serranas, la ermita de San
Benito contaba y cuenta con un rasgo distintivo que la diferencia de otros ejemplos
similares en la comarca: la presencia de los pórticos que rodean el templo por
los pies y el muro lateral derecho o de la Epístola. Estos
interesantes soportales, que aparecen en otros templos de la localidad, como
Santa Ana o Guaditoca, deben relacionarse con la estética del mudéjar
extremeño , donde este tipo de arquerías
son frecuentes y se hallan representadas en ejemplos tan cercanos como la
ermita de la Virgen
del Ara en la vecina población de Fuente del Arco o la bellísima plaza mayor de
Llerena, en cuya parroquia de Nuestra Señora de la Granada se repite la misma
fórmula estética en las galerías altas que asoman a dicho espacio urbano.
Aunque los actuales soportales de San Benito no son los primitivos, sino
producto de intervenciones posteriores, la presencia de este tipo de pantalla
arquitectónica se documenta perfectamente en el citado informe de la Visita Canónica de
la Orden de
Santiago de 1494, en el que se señala que “ a la entrada de la ermita estaba
un portal bien hecho de ladrillo con sus arcos y un antepecho en que asientan
los pilares de los dichos arcos “, cubriéndose este espacio con madera
tosca, jara y teja vana. En el frente lateral se disponía otra galería, cuyos
arcos descansaban sobre tres pilares, siendo la cubierta del mismo tipo que la
del portal de los pies del templo. La ermita contaba además con otras
dependencias secundarias de servicio, como un aposento junto al portal de los
pies “para los que vienen a la ermita a velar y a sus devociones “, un
corral en el que estaba sembrado un olivo, y la casa del ermitaño.
Pasando al
interior del templo, presidía el presbiterio un altar en el que se veneraban
una escultura de Cristo Crucificado y la imagen del titular San Benito, vestido
con un roquete de lienzo y portando una cruz pequeña de madera, completándose
el ornato con una pintura sobre tabla que representaba a la Virgen. Otros
altares eran el de Nuestra Señora, con imagen de la Virgen con el Niño
albergada en una hornacina de madera, más otras dos efigies de las que no se
indica su advocación; y el de Santa Lucía, en el que se daba culto a la imagen
de esta santa y la de San Blas. Este modesto patrimonio artístico se completaba
con un corto ajuar litúrgico integrado por piezas como un cáliz de plata con su
patena, otro cáliz de estaño y diversas vestiduras y ornamentos sagrados.
A fines de la
centuria se emprenderán algunas obras de reforma en la ermita de San Benito.
Así sabemos que en 1498 se comenzó a reedificar la capilla mayor, cuyas obras
proseguían una década más tarde, cubriéndose con una bóveda de crucería de ladrillo,
decorada con cinco claves de piedra ,
algunas de las cuales deben ser las que hoy aparecen incrustadas en el muro
lateral derecho como elementos decorativos.
Las
intervenciones en el templo continuarían a lo largo del siglo XVI. En este sentido
podemos apuntar que en 1550 se disponía, sobre la reja que separaba el
presbiterio de la nave, unas pinturas que representaban a los doce apóstoles,
las cuales se hallaban en fase de ejecución en esa fecha y que todavía en 1575
no se habían concluido, por lo cual los Visitadores exhortaron al mayordomo
Pedro Ortega a que las acabase en el plazo de seis meses.
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