sábado, 11 de mayo de 2013

Notas histórico – artísticas en torno a la ermita de San Benito - 4



Por Salvador Hernández González 
Revista Guadalcanal año2005

La ermita de San Benito debió jugar desde fechas tempranas un importante papel en la religiosidad popular de Guadalcanal, al convertirse en lugar de peregrinación y escenario de distintas celebraciones festivas. En este sentido, ya vimos como la Visita de 1494 recoge la existencia de un aposento destinado al alojamiento de los que venían a pasar la noche en vela en la ermita entregados al culto. Esta práctica de las veladas nocturnas parece que iba acompañada de un comportamiento poco decoroso de los devotos, lo que unido al exceso en la comida y la bebida daba lugar a situaciones muy poco edificantes. Para remediar estos males, presentes en otras manifestaciones de la religiosidad popular de aquellos siglos, la autoridad eclesiástica efectuaba continuas llamadas a la observancia de un comportamiento correcto y digno de un fiel cristiano. En esta línea y para el caso que nos ocupa, en la Visita de 1575 los visitadores dejaron ordenado que cesasen “ las juntas en las iglesias y ermitas, que el vulgo llamada veladas, por los grandes inconvenientes que de esto han sucedido “. Tales inconvenientes eran desde luego la relajación de la moral y la perversión de costumbres, que acababan convirtiendo las devociones en “ chocarrerías grandes y deshonestidades feas “. Por ello conminaron al mayordomo Pedro de Ortega a que cerrase la ermita a la puesta del sol y no la abriese hasta el día siguiente ya amanecido, “de tal manera que por ningún caso mujer alguna pueda entrar puesto el sol en la dicha ermita en ningún tiempo a rezar ni otra cosa, ni quedarse dentro con ocasión de velar mujer ni hombre “. Esta advertencia cobraba especial valor para la celebración de la festividad de San Benito y su octava, días en los que la afluencia de fieles cobraba especial incremento. Por ello y para disuadir de su estancia a los devotos huéspedes adictos a hacer noche en la ermita, los visitadores determinaron eliminar la chimenea que estaba en la hospedería, con lo cual se restaban atractivos a estas polémicas veladas nocturnas.
Si bien este informe de 1575 alude muy de pasada a la existencia de una cofradía de San Benito, de la que era mayordomo el mismo que lo era de la ermita, lo cierto es que al llegar el siglo XVIII debió experimentar un proceso de reorganización, con la intención de dar un nuevo impulso a este lugar de culto. Tal iniciativa correspondió al ermitaño Manuel de Acuña, conocido como el anacoreta Manuel de la Cruz, quien en torno a 1712 fundó una cofradía para individuos de ambos sexos, con el título de Nuestra Señora de la Consolación y San Benito, siendo confirmada su erección canónica en virtud de un breve dado en Roma el 5 de marzo de 1722 por el Papa Inocencio XIII. Esta hermandad debió desaparecer a consecuencia de los críticos acontecimientos del siglo XIX, pues en un informe de 1875 se le cita como desaparecida desde hacía muchos años “y no hay memoria de ella “  . A fines del siglo XVIII la ermita de San Benito sigue formando parte del ciclo festivo de la religiosidad popular, como lo apunta el informe del Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 1791. En este interesante documento, de tanto valor para la historia local, se señala que los fieles concurrían a San Benito el domingo infraoctavo a la festividad de la Natividad de la Virgen, estando la atención del templo a cargo de un ermitaño, aunque la renta de la ermita era muy modesta, de tan solo cien reales.
Con la llegada del siglo XIX sobrevendría una época de crisis y decadencia para la religiosidad popular, marcada por hechos tan negativos como la invasión napoleónica y las sucesivas desamortizaciones decretadas por los gobiernos liberales, con su secuela de expolio artístico, cierre de templos y pérdida de recursos económicos para el culto. Estos acontecimientos tuvieron evidentemente su incidencia negativa en la ermita de San Benito. Como nos cuenta el ya citado informe de 1875, “dicho santuario fue casi destruido en la invasión de los franceses a principios del siglo presente “, aunque las alhajas, ropas de las imágenes y ornamentos fueron salvados por el mayordomo Don Bartolomé Olmedo y Rico, si bien no conservó estos enseres, sino que vendió las mejores piezas sin autorización “y se apropió de su importe, que no pudo ser reintegrado por haber fallecido sin dejar bienes “. Otra de las consecuencias de esta coyuntura bélica de la invasión napoleónica fue la pérdida de la cerca de tierras contiguas a la ermita, en virtud de las incautaciones de propiedades eclesiásticas determinadas por el gobierno intruso. Pasado el vendaval de la guerra, vendría la restauración. El 24 de julio de 1819 José Vázquez, vecino de Guadalcanal, pidió al Prior de San Marcos de León que se le entregasen “las alhajas, ornamentos, vestidos de imágenes, papeles y demás efectos que habían quedado“ de esta iglesia de San Benito, al tiempo que se comprometía a restaurar la ermita y sus imágenes a sus expensas, como así lo hizo. Al pasar la responsabilidad de la ermita a manos particulares, la jurisdicción eclesiástica debió perder un tanto el control sobre la misma, hasta tal punto que en 1875 el párroco José Climaco Roda revela en su informe dirigido al Arzobispo de Sevilla que “todos los ornamentos, alhajas y efecto, y hasta las llaves están en poder de una familia de esta villa desde hace sesenta años “. Uno de los miembros de esta familia, como él mismo clérigo expone, era María Vázquez, hija del citado José Vázquez, en cuyo domicilio se encontraba todo lo perteneciente a San Benito. Tampoco era satisfactorio el estado de conservación del templo, para cuya restauración se había enajenado el aposento de la parte baja del camarín anejo al presbiterio. 

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