Salvador Hernández González
Revista Guadalcanal año 2005
A simple vista podemos advertir que la caja de los muros es la primitiva. Así lo revela no sólo su aparejo de tipo toledano, es decir, compuesto por mampostería alternando con hiladas de ladrillo, tan propio del mudéjar de la Sierra , sino también la portada gótico – mudéjar del muro derecho o de la Epístola , formada por un arco apuntado con rosca de ladrillo encuadrado en alfiz. Otra portadita con arco apuntado se descubre por el interior del templo en el muro izquierdo o del Evangelio. Y a los pies se abre otra portada compuesta por un arco escarzano, que debe fecharse ya en el siglo XVI. También deben ser obra quinientista los pórticos, tanto el de los pies como el del frente lateral del templo, aunque levantados en el mismo emplazamiento de los primitivos portales medievales. El primero está conformado por arcos de medio punto que apean sobre columnas con capitel del tipo denominado “de castañuela “, muy usual en la arquitectura renacentista sevillana del siglo XVI. Por su parte, el pórtico lateral lo integra una arquería igualmente de medio punto, aunque en este caso descansando sobre pilares cuadrados. La elegancia y sobriedad de su composición clasicista queda matizada por la nota de sabor mudéjar aportada por el alfiz en el que se inscribe cada arco, habiendo desaparecido la techumbre que cubría este espacio. Esta ambivalencia estilística entre el mudejarismo que se resiste a desaparecer y el renacimiento que avanza imparable, propia de ese momento de cambio representado por la transición de los siglos XV al XVI, se encuentra perfectamente representada en estos interesantes pórticos, que subrayan el ambiente de recogimiento eremítico propio del lugar. Otro elemento de interés que todavía perdura procedente de la primitiva edificación son unos tondos o medallones de piedra, con diversos motivos tallados, como escudos, rosetas, etc., que probablemente procedan de las claves de la desaparecida bóveda gótica que cubrió el presbiterio hasta las intervenciones del Barroco. Tampoco podemos olvidar la pila de agua bendita, labrada en piedra a base de gallones o estrías, que bien pudiera ser obra medieval.
En momento impreciso de
los siglos XVII o XVIII el edificio ocultó sus formas gótico – mudéjares bajo
los ropajes de la estética barroca. Aprovechando la caja de los muros y
respetando los pórticos quinientistas, se transformó radicalmente el sistema de
cubiertas y los alzados interiores de la nave del templo. Así, el espacio interior
adquirió una nueva fisonomía al articular sus muros por medio de una serie de
pilastras de orden dórico, de las que arrancan los arcos fajones de medio punto
que compartimentan en tramos la bóveda de cañón con lunetos con la que se cubrió
el templo, excepción hecha del presbiterio, que como espacio central de la
liturgia recibió una bóveda semiesférica sobre pechinas, subrayando así su
centralidad funcional. Y en íntima conexión con el presbiterio a través de la
hornacina abierta al desaparecido retablo mayor, el camarín horadado en el
testero establecía un eje visual con la portada de los pies, definiendo un
espacio – camino que conducía las miradas de los fieles hacia la imagen
venerada en este habitáculo sagrado. El camarín, creación muy típica del
barroco hispánico, aparece en este caso como un volumen independiente anexo a
la nave pero comunicada con ella. Su cubierta, consistente en una cupulita, se
trasdosa al exterior por medio de un tambor octogonal coronado por una linterna
ciega. La masa de esta cubierta del camarín forma, junto con la del presbiterio,
un atractivo binomio visual, estableciendo un agraciado juego de volúmenes de
marcado sabor popular que podemos encontrar en otras construcciones similares
de Andalucía y la Baja
Extremadura , comarca esta última de la que Guadalcanal formó
parte como sabemos hasta el siglo XIX y con la que mantiene estrechos vínculos
históricos, especialmente visibles en su patrimonio monumental.
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