Paisaje de San Sebastián (Colombia) |
Por José Mª Álvarez Blanco
Como las fuerzas del padre Diego, aunque estaban
alentadas del las generosidades del espíritu no eran de bronce, sucumbieron a
la continuación de la fatiga, sobreviniéndole unas calenturas penosísimas, mal
que se hacía más aflictivo por verse sin médico que le asistiera, sin compañía
de amigos, en un páramo desierto y lejos de todo alivio humano. Grandes fueron
los trabajos, soledad y penas que el P. Fr. Diego, sufrió en esta enfermedad;
porque si había de comer alguna cosa, la tenía que guisar él, y esto de un día
para otro, siendo lo ordinario cocer hoy un poco de pescado para comerlo
mañana. Con esto se le agravó al P. Fr. Diego el accidente de modo que fue
preciso enviar a Tucunaca un indio para que le avisase al hermano Fr. Blas,
pidiéndole que pasase a San Sebastián a poner cobro en las cosas de la misión
por si Dios se lo llevaba. Vino el hermano Fr. Blas, y quiso Dios que a los
pocos días le faltase al Padre Fr. Diego la calentura, que nunca más le
repitió, y, viendo la mejoría, se volvió Fr. Blas a su pueblo.
A esta razón llegaron a Cartagena
[de Indias] siete religiosos Capuchinos de la provincia de Castilla, para hacer
misión en Darién. Venía entre ellos en venerable siervo de Dios Fr. Francisco
de Pamplona, que era el que la tal misión había solicitado; y todos fueron con
fraternal amor y gran caridad hospedados en Cartagena por el P. F. Gaspar de
Sevilla, prefecto de la misión de Uraba, y sus compañeros, lo cual es otra
prueba evidente de lo que dejamos dicho en el capítulo XI, El hermano Fr.
Francisco de Pamplona fue con otros PP. al Darién donde supo que el P. Fr.
Diego estaba en San Sebastián, y le envió a decir que quería pasar a verlo y
comunicar con él algunas materias, noticia que recibió gustosísimo el P. Fr.
Diego, y lleno todo de júbilo le respondió que viniese en buena hora, y que se
trajese un sacerdote para que le confesase, porque hacía muchos meses que
carecía de los dichosos frutos de aquel Venerable Sacramento, aunque por la
misericordia de Dios se hallaba en conciencia tal, que en todos ellos no había
dejado de decir misa ni un día tan sólo.
Emprendió el viaje en una lancha
para hacer su visita el hermano Fr. Francisco llevando por su compañero al
Padre Fr. Basilio De Valde-Nuño, y levantándose
un viento recio hizo naufragar la canoa en que navegaban los dos pobres
misioneros, de modo que salieron a tierra por milagro, todos mojados y muertos
de frío; y por ser tarde, y el terreno
de intricadas malezas, les fue preciso quedarse en el campo aquella noche, en
la cual fue imponderable lo que padecieron de el hambre, sed, desnudez y
desabrigo, tanto que estuvieron para rendir el último aliento a las crueles
manos de trabajos tan crecidos.
Al día siguiente llegaron al pueblo
de San Sebastián tan destrozados que no les faltaba sino espirar, pero el P.
Fray Diego que tenía ya noticias de que venían, les recibió cariñosamente,
hízoles muchos agasajos, dioles de comer de lo que te nía prevenido y les hizo
todos los obsequios posibles. Permitió Dios que los indios matasen en aquella
ocasión un venado, y como ellos por sus supersticiones no se lo comen, se lo
trajeron todo al P. Fr. Diego, el cual tuvo con eso para regalar a sus
amantísimos huéspedes. A los dieciocho días se volvió el P. Fr. Basilio a su
misión del Darien con el hermano Fr. Francisco y el P. Fr. Diego quedó sólo
como antes, muy pesaroso de la ausencia y amable compañía de los dos misioneros
con quienes tuvo gran consolación su espíritu; y esta fue la única ocasión en
que pudo confesarse en dieciocho meses que vivió allí sin compañero (P. Cord.
Ms.120).
Entretanto
estaba en Cartagena el P. Fr. Gaspar de Sevilla investigando todas las cosas
que pasaban en la misión, proveyendo desde allí lo que juzgaba más conveniente
y conociendo que de los ocho religiosos que habían quedado estaban todos
enfermos sin poder cobrar la salud perdida, menos el P. Fr. Diego de
Guadalcanal, y el hermano Fr. Blas de Ardales, y que estos estaban separados
cada uno en su pueblo con grandísimo desconsuelo de ambos, por hallarse
privados de la amable compañía de los religiosos, dio orden de que el hermano
Fr. Blas con todas las cosas pertenecientes a la misión desamparase el pueblo
de Tucunaca o Tunucuna y se pasase al de San Sebastián para acompañar al P. Fr.
Diego. Puso Fr. Blas en ejecución la orden del Prelado, y fue cosa de admiración
el sentimiento, pena y quebranto que mostraron los indios en su despedida. Habíalos
tratado este religioso con grandísimo agrado, afabilidad y cariño, y como este
es un imán tan poderoso para los corazones que, aunque sean como el hierro
duro, los atrae, se hallaban los suyos cautivos del agrado del Fr. Blas, por lo
que sintieron mucho su separación>>.
(Texto procedente de la obra: “Reseña histórica de la provincia capuchina de Andalucía. Varones
ilustres en ciencia y virtud que florecieron en ella desde su fundación hasta
el presente por el M.R.P. Ambrosio de Valencina”. Tomo V. Capítulo XIII.
pp. 132-139. Sevilla, 1908).
Poco puedo añadir sobre este
segundo Diego de Guadalcanal, salvo que el topónimo Tunucuna o
Tucunaca corresponde actualmente a un arroyo; en cambio San
Sebastián es un
municipio de la República de Colombia,
localizado al sur del departamento del Cauca, fundado en 1562 por Pedro
Antonio Gómez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario