Revista
Guadalcanal año 2012
I.- INTRODUCCIÓN
Indianos, conventos y concejos representan tres
eslabones que encadenados adecuadamente nos ayudan a comprender parte del
funcionamiento de la sociedad durante el Antiguo Régimen, la mentalidad
religiosa que lo presidía, la implantación y el desarrollo de la oligarquía
concejil, así como la circulación del crédito privado. En el caso que nos ocupa
nos centramos en un indiano guadalcanalense, Álvaro de Castilla, un convento de
esta misma localidad, el de las Concepcionistas, y un concejo, el de Llerena en
concreto, personaje e instituciones íntimamente ligados por cuestiones financieras
desde principios del XVII hasta finales del XVIII.
Como es conocido, la emigración a India tuvo una extraordinaria repercusión en la Península , más allá del
consecuente descenso de población. También es sabido que los indianos mandaron
a nuestra Península parte de los ahorros generados en beneficio de sus
familiares, algunos de los cuales lo utilizaron para ennoblecerse mediante la
compra de oficios concejiles (regidurías, escribanías, alguacilazgos,
alferezazgos…), dando paso a lo que ciertos autores llaman oligarquía[1]
concejil de origen indiano. Es el caso, por ejemplo, de Guadalcanal, cuyo
concejo quedó gobernado durante el XVII y XVIII por un cuerpo de regidores
perpetuos, siendo la mayoría de sus capitulares descendientes de indianos
locales. Así, apellidos como Ortega, Valencia, Carranco, Castilla,
Morales, Bonilla, Jiménez, Freire,
Yanes, Ayala, Sotomayor, etc., son frecuentes en la nómina de regidores
perpetuos de la villa a lo largo del Antiguo Régimen[2],
gobernando el concejo y su hacienda según sus particulares intereses y en
detrimento de los del resto del vecindario.
Pues bien, al margen de esta ayuda familiar, una
buena parte del dinero generado por los emigrantes a Indias fue destinado para
la fundación de capellanías, obras pías y conventos, a tono con la mentalidad
religiosa de la época. Con dichas fundaciones, además de instituir ciertas
obras de caridad (construcción y mantenimiento de hospitales, construcción de
pósitos y su provisión de trigo, redención de cautivos, becas de estudio, dote
para huérfanas pobres…) el fundador obligaba a la institución a perpetuar su
memoria con misas y otros actos litúrgicos programados y propuestos en
redención de su alma y la de sus antecesores y sucesores. Por ello, aparte de
mandar el dinero preciso para el levantamiento de hospitales, capillas o
conventos, añadían otra importante cantidad para mantener con dignidad a la
institución fundada, incluyendo cláusulas en el documento de fundación para que
dicho dinero se prestarse mediante censo a personas e instituciones solventes,
con cuyos réditos se perpetuara dicha fundación, cumpliendo así sus fines.
[1] Se entiende por oligarquía a la forma de gobierno en
la que el poder queda restringido a un reducido grupo de personas.
[2] En la respuesta 28 al Catastro de Ensenada (1753)
nos dan puntual relación de estos oligarcas locales, quienes, aparte sus
tierras y ganados, aparecen involucrados en las actividades económicas más
rentables, según se aprecia en otras respuestas al referido Catastro. Se
trataba de Nicolás de Ortega y Toledo, como alférez mayor perpetuo, y de 13
regidores perpetuos más: don Francisco de Castilla y Miranda, don Andrés Ortega
Ponce de León, don Ignacio de Ortega Ibarte, don Cristóbal González Zancada,
don Cristóbal Jiménez Caballero, don Diego Jiménez Caballero, don Francisco de
Cavanilla y Monsalve, don Agustín Javier de Morales, don Diego Maeda de Otayo,
don Pedro de Heredia, don Francisco Benero y Don Alonso López. Aparte los
referidos, existían otros regidurías perpetuas cuyos dueños no lo ejercían. Son
los casos de don Juan Jiménez Canalo (presbítero), don Diego de Cavanilla
(clérigo de menores), don Cristóbal de Arana Sotomayor, don Francisco de Fuentes
Freire, don Alonso Yañez de la
Calva (presbítero), don Diego Gálvez Rubio, don Melchor de
Ayala y Sotomayor (veedor y obrero mayor de los edificios propios de las
encomiendas de la provincia de León de la Orden de Santiago), don Luis Hidalgo (clérigo de
menores) y don Melchor de Cabrera (presbítero). En 1791, según la segunda
respuesta al Interrogatorio, sólo los dueños de cuatro de estas regidurías
perpetuas utilizaban sus oficios.
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