miércoles, 24 de noviembre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 25


En Asturias las columnas de López Ochoa tropezaron con grandes dificultades. Las columnas de Balmes, Bosch y Yagüe no pasaron de los desfiladeros. Un Batallón de Cazadores pro­cedente de Marruecos -nos participaron de Ceuta-, al embar­car, entró en el barco cantando la «Internacional». Se dio la orden a la marina de que lo detuvieran en El Ferrol. El General Balmes, desde Busdongo, me dijo por teléfono que López Ochoa había ordenado suspender las hostilidades. Fui a ver al Ministro y éste a Lerroux; ninguno sabía nada. Por fin, pudimos averi­guar, a través de López Ochoa, que éste estaba en conversacio­nes con el diputado socialista González Peña, jefe de la rebelión asturiana (ambos eran masones). Pactada la paz entre los dos, se procedió la recogida de fusiles y del dinero procedente del Banco de España (unos catorce millones). Se envió al Coronel Aranda para auxiliar a López Ochoa, el cual, una vez en Oviedo, me informó por teléfono que los rebeldes tenían una gran can­tidad de fusiles nuevos cuya procedencia se ignoraba.
Cuando, en 1932, fui con mi columna de Alicante a Sevilla para los sucesos de Sanjurjo me encontré con que en el Parque Militar de Artillería había 40.000 fusiles y 300.000 cartuchos. Si el movimiento revolucionario del General Sanjurjo hubiese sido de extrema izquierda, asaltado el Parque, hubieran tenido para armar un ejército. Se lo comuniqué al Ministro Diego Hidalgo Durán, quien me preguntó:
-"¿Qué solución ve usted para esto?"
-"Pues ordenar a los Capitanes Generales de las ocho Re­giones Militares que quiten los cerrojos a los fusiles que están en los Parques y que se depositen aquéllos en un Regimiento de Infantería."
Se abrió una carpeta en la que se guardaron los "cumpli­mentados" de todas las regiones, pero aquí viene lo extraordi­nario: la República creó un Consorcio de Industrias Militares que no dependían del Ministerio de la Guerra y por ello el Co­ronel de la fábrica de fusiles de Trubia no se dio por enterado. Informé de esto al Coronel Aranda y éste me contestó que el citado Coronel, cuando había estallado la revolución en Astu­rias, había abandonado la fábrica y se había refugiado en el Cuartel de infantería de Pelayo dejando abandonado 30.000 fusiles que pasaron a los rebeldes.
El Coronel Aranda hizo una gran labor, pues recogió casi todos los fusiles que habían salido de la fábrica. Se hizo tam­bién un gran número de prisioneros y con ello terminó la rebe­lión de Asturias.
El Ministro Diego Hidalgo se trasladó a Asturias para hacer una inspección acompañado del General Franco y del Secretario del Gabinete político, don Gaspar Morales. Durante su ausencia se hizo cargo de la cartera don Alejandro Lerroux. Pocos días después de reincorporarse a su cargo el señor Hidalgo, se levan­tó en las Cortes el Conde de Rodezno y solicitó al señor Lerroux la presencia de don Diego Hidalgo en el banco azul. El señor Rodezno increpó al Ministro:
-"Señor Ministro, a través de una editorial de Madrid, Ru­sia está introduciendo una gran cantidad de libros de propagan­da comunista. Me aseguran que en esa editorial tiene don Diego Hidalgo participación en el negocio."
Ante una expectación enorme, Hidalgo respondió:
-"Es cierto, pero yo no sabía que mi dinero amparaba esa campaña."
Terminó el debate y al día siguiente el señor Lerroux exigió la dimisión de don Diego Hidalgo y se hizo cargo definitivamen­te de la cartera, a la vez que continuaba con la Presidencia.
Al despedirse, don Diego Hidalgo me habló:
-"Han hecho sobre mí grandes presiones para que le qui­tase a usted el cargo y he respondido que mientras fuese yo Ministro no se lo quitaría porque hay muy pocas personas que reúnan la doble cualidad de ser honradas y leales.
"Yo también le había tomado gran afecto a aquel hombre que con el tiempo, en mis días desgraciados, se portó conmigo de una manera noble y caballerosa, ayudándome en todo lo que pudo.
En cuanto tomó posesión del cargo, Lerroux me dijo:
-«¿Cómo se puede recompensar a los Generales Batet y López Ochoa?"
Le contesté: “«Como la República ha suprimido los em­pleos de Teniente General, no cabe ascenderlos. No queda más recompensa que darles a cada uno la Cruz Laureada. Pero hay que hacer expedientes donde se pueda declarar en pro y en contra y sospecho que van tener muchos votos desfavorables. Sin embargo, me voy a apoyar en un fundamento que tiene ya un precedente histórico. Cuando terminó victoriosamente el desembarco de Alhucemas, el Presidente interino del Gobierno, marqués de Magaz, estudió el reglamento de la Cruz de San Fernando y se encontró con la sorpresa de que tenía que for­marse expediente. Con feliz inspiración, el primer artículo del reglamento se modificó de la forma siguiente: «Cuando se trate de premiar con la Laureada a los Generales en Jefe, únicamente el Rey con su Gobierno podrá apreciar los méritos»."
A don Alejandro le gustó mucho:
-"Hágalo usted."
Así se hizo.
-"Ahora -me dijo después el Ministro- me lo deja a los dos disponibles: primero el premio y luego el castigo, porque no sé si sabrá, mi General, que estos dos señores han estado en correspondencia el uno con la Generalitat y el otro con González Peña, jefe de la rebelión asturiana."
Después de la revolución de Asturias, el General López Ochoa, a quien se había concedido la Laureada, vino a verme. Me anunció mi ayudante su presencia.
-"Dígale que entre inmediatamente."
Franco, que estaba conmigo y que no se llevaba bien con López Ochoa, se escondió.
-"Vengo a verte porque al mismo tiempo que se me ha concedido la Laureada se me ha concedido igualmente la Cruz de San Hermenegildo. Por lo tanto, vengo a que se me den los atrasos" -manifestó López Ochoa.
-"Pues mira -le contesté-, con motivo de la revolución de Asturias y la de Barcelona se me ha acabado el dinero para atenciones del personal. Tendrás que esperar a que me den am­pliación de créditos."
Salió del despacho como una bomba y entonces surgió el General Franco de su escondite y dijo:
-"Si me cuentan esto en un café no me lo creo, que te ene­mistes con este tipo por una cuestión de dinero."
-"Pues es verdad lo que le he dicho, tengo dinero para ali­mentación del personal y para el ganado, pero no en el capítulo de Cruces."
-"Así no te harás muchos amigos" -reflexionó Franco.
Un día me preguntó don Alejandro:
-"¿Qué ha sucedido para que se ocupe Sidi Ifni?"
Le respondí que, ocupando el Ministerio el señor Azaña, me llamó a su despacho:
-"He recibido un telegrama cifrado del Jefe del Gobierno francés, en el que me dice que en nuestro territorio de Sidi Ifni hay bandoleros que dan golpes de mano en territorio francés y se refugian luego en Sidi Ifni. Me dice que si España no ocu­pa aquella plaza la ocuparán ellos. Mi General, esto es grave, si mandamos allí fuerzas y las reciben a tiros, tendré un debate político en la Cámara y caerá el Gobierno. Necesito un hombre que, con habilidad política, ocupe aquel territorio que jamás hemos tomado. ¿Tiene usted ese hombre?
-"Sí, señor: el Coronel Bautista Sánchez González."
-"Ocúpese entonces del asunto."
Por conducto de la Alta Comisaría, me puse al habla con el Coronel, el cual, profundamente agradecido, me manifestó: -"Muchas gracias, mi General, pero dígale al Gobierno que estoy en Ketama, cuyo territorio he pacificado por mi amistad con los Caides, y si me ausento es posible que estalle aquí la rebelión."

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