En la Cárcel Modelo estaban Alcalá Zamora y otros políticos, quienes constituyeron un gobierno provisional.
La primera bandera de la República apareció en el Palacio de Comunicaciones; luego se vieron millares de ellas en todos los balcones. La muchedumbre se dirigió a Palacio, pero se le adelantó un grupo de jóvenes de la Milicia Republicana que, cogidos de las manos y dando la espalda al Palacio, constituyeron una barrera para que nadie osara molestar a la Reina y a sus hijos.
Aquella noche parto para Ceuta, donde ostento el cargo de Comandante Militar y Delegado del Gobernador General de Cádiz, más Presidente de la Junta de Obras del Puerto. En mi breve ausencia aquello había cambiado mucho. Mi cargo de Delegado del Gobernador Civil había pasado a un oficial de telégrafos.
En Tetuán, el Alto Comisario, General Jordana, se negó a izar la bandera de la República por no tener noticias oficiales del cambio de régimen. Le dieron dos horas de plazo para enterarse; cuando el plazo expiró, la multitud encontró la puerta cerrada, trató de abrirla y entonces la guardia mora, por orden del Coronel Capaz, la recibió a tiros. Entró por la fuerza y arrastró al Coronel Capaz. Se buscó al General Jordana, mas éste, amparado por el Coronel Martínez Monje, se escapó en un coche y logró llegar a Gibraltar.
La disciplina se había relajado. Una bandera del tercio se insubordinó en el Zoco de Arba. Me llamó el General Sausa y ambos convinimos aquella noche que tres tambores de regulares rodeasen el Zoco para hacer prisioneros a los insurgentes. Estos, desarmados, fueron conducidos a Ceuta donde se los licenció.
Marché a Madrid a reanudar el Curso de Coroneles. Allí me enteré de la toma de posesión del nuevo Ministro de la Guerra, señor Azaña, quien se llevó de asesor a Saravia. Según me dijeron, establecieron un gabinete negro que informaba sobre las personas. La primera disposición fue publicar el Decreto sobre Retiro por el cual se otorgaba el sueldo completo a los que lo solicitasen, cualquiera fuesen sus años de servicio. Tuvo un gran éxito: se produjeron muchas vacantes y se redujeron las plantillas, pues de dieciséis divisiones quedaron ocho.
Al poco tiempo de ser proclamada la República me ascendieron a General. Juré la nueva bandera como militar apolítico que era, que debe, ante todo, lealtad a su Patria.»
Mi padre, al tener noticia de su próximo ascenso, le propuso la ayudantía a Castejón. Este, según me contó, puso sus condiciones, pues no estaba dispuesto a marcharse a cualquier sitio.
-«Puede que solicite Alicante» -le informó mi padre.
-«Entonces sí me voy con usted.»
Habían terminado los años de África. Allí había hecho prácticamente su carrera: allí obtuvo los ascensos a Comandante y a Coronel por méritos de guerra; allí ganó sus Cruces Rojas del Mérito en Campaña y la Legión de Honor que obtuvo combatiendo junto a los franceses contra Abd-el-Krim. Una de las medallas, la María Cristina, le fue regalada por su regimiento. Pensaban obsequiársela de platino y brillantes, pero mi padre, que era la austeridad y la integridad personificada, se negó a ello; sólo aceptó una condecoración corriente de metal blanco. Lo homenajearon con una comida.
Y así cerramos un capítulo de nuestras vidas... Embarcamos los cuatro, mi padre, con sus cruces bien ganadas, mi madre y nosotras dos con un mono y un osa de tamaño natural, regalos del regimiento.
Tras las aguas tumultuosas del Estrecho se quedó Marruecos. Mis padres no lo volverían a ver. Mis recuerdos son imprecisos y, sin embarga, una vez un marroquí me enseñó unas postales de Larache y yo reconocí la Plaza de España con sus soportales.
------- V -------
La primera bandera de la República apareció en el Palacio de Comunicaciones; luego se vieron millares de ellas en todos los balcones. La muchedumbre se dirigió a Palacio, pero se le adelantó un grupo de jóvenes de la Milicia Republicana que, cogidos de las manos y dando la espalda al Palacio, constituyeron una barrera para que nadie osara molestar a la Reina y a sus hijos.
Aquella noche parto para Ceuta, donde ostento el cargo de Comandante Militar y Delegado del Gobernador General de Cádiz, más Presidente de la Junta de Obras del Puerto. En mi breve ausencia aquello había cambiado mucho. Mi cargo de Delegado del Gobernador Civil había pasado a un oficial de telégrafos.
En Tetuán, el Alto Comisario, General Jordana, se negó a izar la bandera de la República por no tener noticias oficiales del cambio de régimen. Le dieron dos horas de plazo para enterarse; cuando el plazo expiró, la multitud encontró la puerta cerrada, trató de abrirla y entonces la guardia mora, por orden del Coronel Capaz, la recibió a tiros. Entró por la fuerza y arrastró al Coronel Capaz. Se buscó al General Jordana, mas éste, amparado por el Coronel Martínez Monje, se escapó en un coche y logró llegar a Gibraltar.
La disciplina se había relajado. Una bandera del tercio se insubordinó en el Zoco de Arba. Me llamó el General Sausa y ambos convinimos aquella noche que tres tambores de regulares rodeasen el Zoco para hacer prisioneros a los insurgentes. Estos, desarmados, fueron conducidos a Ceuta donde se los licenció.
Marché a Madrid a reanudar el Curso de Coroneles. Allí me enteré de la toma de posesión del nuevo Ministro de la Guerra, señor Azaña, quien se llevó de asesor a Saravia. Según me dijeron, establecieron un gabinete negro que informaba sobre las personas. La primera disposición fue publicar el Decreto sobre Retiro por el cual se otorgaba el sueldo completo a los que lo solicitasen, cualquiera fuesen sus años de servicio. Tuvo un gran éxito: se produjeron muchas vacantes y se redujeron las plantillas, pues de dieciséis divisiones quedaron ocho.
Al poco tiempo de ser proclamada la República me ascendieron a General. Juré la nueva bandera como militar apolítico que era, que debe, ante todo, lealtad a su Patria.»
Mi padre, al tener noticia de su próximo ascenso, le propuso la ayudantía a Castejón. Este, según me contó, puso sus condiciones, pues no estaba dispuesto a marcharse a cualquier sitio.
-«Puede que solicite Alicante» -le informó mi padre.
-«Entonces sí me voy con usted.»
Habían terminado los años de África. Allí había hecho prácticamente su carrera: allí obtuvo los ascensos a Comandante y a Coronel por méritos de guerra; allí ganó sus Cruces Rojas del Mérito en Campaña y la Legión de Honor que obtuvo combatiendo junto a los franceses contra Abd-el-Krim. Una de las medallas, la María Cristina, le fue regalada por su regimiento. Pensaban obsequiársela de platino y brillantes, pero mi padre, que era la austeridad y la integridad personificada, se negó a ello; sólo aceptó una condecoración corriente de metal blanco. Lo homenajearon con una comida.
Y así cerramos un capítulo de nuestras vidas... Embarcamos los cuatro, mi padre, con sus cruces bien ganadas, mi madre y nosotras dos con un mono y un osa de tamaño natural, regalos del regimiento.
Tras las aguas tumultuosas del Estrecho se quedó Marruecos. Mis padres no lo volverían a ver. Mis recuerdos son imprecisos y, sin embarga, una vez un marroquí me enseñó unas postales de Larache y yo reconocí la Plaza de España con sus soportales.
------- V -------
«Durante la guerra civil, en las guerras de Cuba y Filipinas, en la de Marruecos, desde 1900, se aplicaron distintas modalidades en los ascensos según los criterios de los Ministros.
Un día trajeron a mi despacho un expediente y vi que decía que para ascender por méritos de guerra se necesitaba citarlos en la Orden General del Ejército, abrir un expediente en el cual el Juez admitiese declaraciones en pro y en contra, cerrarlo con su parecer y remitirlo al Consejo Supremo de Guerra y Marina, el que, después de estudiarlo, lo entregaría al Ministro para que, a su vez, en forma de Proyecto de Ley lo enviase a las Cortes.
Hice el siguiente resumen al Ministro: «Que el Dictador Primo de Rivera, no teniendo Cortes, los aprobó por Decreto. Es la única mácula que tienen los expedientes que están terminados. Propongo a Vuestra Excelencia que se envíen aquéllos al Consejo de Estado y que éste dictamine si es procedente enviarlo a las Cortes de la República."
El Ministro se quedó suspenso y luego manifestó: "Conforme."
Así se hizo. Cuando se supo en el Ministerio la resolución se produjo un gran revuelo, pues había muchas ideas encontradas.
Un día recibí una instancia de la señora del General Sanjurjo, que estaba preso en el Dueso. Ella expuso que, como su marido había sido privado de la carrera y de los emolumentos, su familia vivía de los subsidios de los amigos de su marido.
Me dirigí al señor Ministro: "He estudiado este asunto y he consultado con las diversas secciones del Ministerio que, casi por unanimidad, conceptúan esta instancia de asunto político. En el Anuario Militar figura un paisano en la relación de jefes y oficiales laureados. Se llama Luis García Rodríguez. Este oficial se distinguió notablemente en Ceuta y en Tetuán, por lo que el General Primo de Rivera lo ascendió a Comandante y le dio la Laureada de San Fernando, mas sus compañeros le formaron Tribunal de Honor porque había realizado las operaciones militares con un escuadrón de cincuenta caballos en lugar de cien y cobraba su sueldo del Estado. Sin embargo, en la sentencia no se le privó de la Laureada. Este, señor Ministro, es un antecedente, pues entiendo que un oficial expulsado del Ejército por un Tribunal de Honor ha cometido un delito para ellos de mayor importancia que la sublevación del General Sanjurjo, que fue un delito político."
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