Por José Ramón Muñoz Criado y Sergio
Mena Muñoz
Revista de Guadalcanal – año 2014
El aumento de
producción trajo también nuevas oportunidades de negocio. Cada hornada suponía
fabricar unas 1.000 piezas y el horno tenía una capacidad limitada. Por ello en
casa de los Muñoz tomaron la decisión de centrar su producción en cacharros que
optimizaran al máximo el espacio reducido, aprovechando al máximo la
productividad del horno. El mismo sistema que ideó en 1953 el creador de IKEA,
Ingvar Kamprad, que inventó los muebles desmontados en embalajes planos para
que optimizaran el espacio de almacenaje y transporte. Desde entonces el
sistema de red de venta por medio del ferrocarril se amplió y se comenzó a usar
para traer piezas de alfarería más grandes ya hechas desde Bailén, Lora del Río
y Fuente del Arzobispo. Y también empezaron a traer naranjas a granel desde
Palma del Río que vendían por docenas y medias docenas, así como vinagre y
carbón. La alfarería había hecho una diversificación de su negocio, pero
tampoco sabían que se llamaba así.
Tal cantidad
de carga de trabajo hizo que Segundo aplicara una de las finalidades por las
cuales existen las empresas según el economista Adam Smith, que es crear
empleo. Si ya había contratado en su momento a José, tras el abandono de éste incorporó
a su equipo a otro salvaterrense, Ángel. Comenzó también a experimentar con los
minerales tan abundantes en Guadalcanal. Apuntaba en un cuaderno sus
evoluciones al usar más cantidad de óxido de hierro, al aumentar la temperatura
de cocción a más de mil grados, al añadir sílex, yeso, berilio, circonio o feldespato.
Hacía I+D+i sin saber siquiera que existiera ese concepto.
Segundo volvió
a demostrar con el tiempo que la competencia mercantil no está reñida ni con la
amistad ni con la camaradería ni con el compañerismo sectorial. La vida da
tantas vueltas que a veces sus piruetas son tan retorcidas que marean. José, el
primer alfarero que trajo a Guadalcanal, terminó instalándose por su cuenta en
la calle Sevilla. Por tanto, el otrora patrón de José se quedó solo al frente
de un negocio que no conocía (lo suyo eran los refractarios) y ante la
imposibilidad de poder dar abasto a todos sus pedidos, Segundo Muñoz accedió a
que su ayudante Ángel cambiara de empresa y se fuera a trabajar con él, a pesar
de ser su competencia directa y de haberle ‘robado’ en su día a José. El
vástago de los Muñoz, también llamado José, comenzó entonces a trabajar junto
con su padre en la empresa, continuando la saga familiar más adelante con su
tienda de ultramarinos, calzado y loza.
Epílogo
Y si a la
estrella de la radio la mató el vídeo, el negocio de la alfarería se lo llevó
por delante la llegada del plástico. Pero para entonces Segundo ya estaba a
punto de la jubilación y lo que hizo fue, una vez más, reinventarse y procurar
que sus hijos se ganaran la vida en otros ámbitos aprovechando la gran cantidad
de proveedores que había conocido en su vida profesional. Sus vecinos le
acogieron muy bien desde el primer momento en que llegó a Guadalcanal. Ganó
muchos amigos y no se le recuerda ningún enemigo. Cuando era muy anciano solía
pasearse por la Plaza
con su bastón y su eterno sombrero de ala ancha muy parecido al Stetson clásico
canturreando alguna coplilla. Tal fue el respeto y el cariño que le depararon
sus convecinos que se le concedió el honor de guardar las llaves de la ermita
de la Virgen
de Guaditoca. Cualquiera que quería ir hasta más allá de Altarejos y preguntaba
a algún vecino, recibía como respuesta “primero tienes que ir a por la llaves a
la alfarería”.
Segundo
falleció en Guadalcanal en 1986 y en su cementerio de San Francisco reposan sus
restos junto con los de su mujer. Lo mismo ocurre con todos los Muñoz que
llegaron en 1919 desde Salvatierra de los Barros y que, con el paso de los
años, hicieron de Guadalcanal su pequeña nueva patria.
Hoy día, los continuadores
de la saga Muñoz por el mundo se enorgullecen de haber heredado su carácter
emprendedor, de haber creado empresas en beneficio de la sociedad (los seis nietos
cuentan con negocios propios, algunos hasta en Australia), de tener como
ejemplo a un hombre querido y respetado en Guadalcanal por su humildad, su
trabajo y su afabilidad. Ahora que se reclaman figuras carismáticas que sirvan
de guía, ¿no habría que volver la vista a los procuradores de valores
constructivos? Es hora de dar visibilidad a los héroes anónimos cotidianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario