Por Sergio Mena - Revista de Guadalcanal año 2013
Aquella mañana
de otoño tenía que hacer unas gestiones en el centro de Madrid. Una de ellas me
obligaba a ir al Barrio de Salamanca porque tenía una reunión en la calle
Príncipe de Vergara a la altura de Goya. Para los que no vivan o no conozcan la
idiosincrasia de los distritos de la capital de España, es pertinente indicar
que el referido barrio se encuadra como uno de los más castizos y nobles de
todos los que hay en el centro de la ciudad con una planta ortogonal llena de
edificios del siglo XIX. Es una de las conurbaciones con mayor nivel de vida,
ya no solo de España sino de toda Europa, con la más extensa zona de compras de
lujo de la capital que nació de un plan de ensanche inspirado en los
desarrollos urbanísticos de Haussmann en París.
¿Y por qué
cuento todo esto? Porque aquella mañana de otoño, camino de mi cita, pasé por
la calle Ayala.
Dicho así, no
inspira ningún sentimiento. Ayala es un apellido vasco originario del valle del
mismo nombre en Álava y la nomenclatura de la calle madrileña no especifica
nada más que ese aséptico indicativo. “Ayala, Ayala… Anda, ¿tendrá algo que ver
con el de Guadalcanal?”. Así que cuando llegué de vuelta a casa me puse a
indagar por internet y…¡bingo!
No tardé en
dar con una web que hablaba del origen de los nombres de las calles de Madrid.
Tal y como sospeché, la referida de nombre “Ayala” no se basa en la toponimia,
sino que honra al literato y político guadalcanalense del que todos hemos oído
hablar, no una, sino mil veces. Y bien que lo honra, porque la calle Ayala no
es una calle más de las más de 9.000 que hay en la ciudad, sino que es - o ha
sido – testigo y protagonista de numerosos vestigios ligados a la historia de
Madrid y de España. En ella estuvo la primera sede de la Agencia EFE , doblando
la esquina de su final en el Paseo de la Castellana se encuentra el famoso restaurante
Embassy y las hermanas Molinero aún siguen teniendo su atelier donde
confeccionaban las colecciones de Valentino.
“Y entonces,
¿por qué le pusieron su apellido a esta calle?” Pues por una razón muy
sencilla. Míticamente nos podría venir a la imaginación una razón lírica, como
de reconocimiento a su figura como gran dramaturgo y político, pero la
explicación es mucho más mundana. López de Ayala – conocido en aquella época
solo como “Ayala” - murió el 30 de diciembre de 1879 a los 51 años de edad
cuando disponía a casarse con la actriz Elisa Mendoza Tenorio, pero una
enfermedad le rompió todos sus planes. A saber, su matrimonio, presidir el
Gobierno y ver terminada la casa que se estaba construyendo en la que hoy es su
calle a la altura de Velázquez (un poco más abajo de donde yo tenía mi cita).
Como iba a ser el lugar de su vivienda, el ayuntamiento decidió cambiar su
antiguo nombre de “Pajaritos” por el del guadalcanalense y, cosas de la vida,
en su palacete vivió años después otro presidente del Consejo de Ministros:
Miguel Primo de Rivera.
Ayala, que en
el momento de su muerte se había convertido en todo un fenómeno social, fue
agasajado en sus exequias como si de un príncipe indio se tratara. Las crónicas
de la época no escatimas elogios, adjetivos y loas para glosar la figura del
malogrado político. La comitiva concluyó su procesión en el camposanto de San
Justo, al lado de la pradera y la ermita de San Isidro que Goya hiciera famosas
en sus cuadros. “El cadáver era colocado sobre el carro fúnebre que debía
conducirlo a su última morada, en el cementerio de San justo”, aseguraba Juan
G. Landero en ABC en una crónica a los cincuenta años de su muerte[1].
Al igual que el Barrio de Salamanca rezuma nobleza en sus esquinas, la
sacramental de San Justo es todo un oropel de alto poder adquisitivo funerario.
Pero, ¿dónde
se encuentra exactamente la tumba de López de Ayala? “¿Existirá aún?”, me
pregunté. Así que deshice los compromisos del día siguiente y lo dediqué a
buscar a la insigne figura entre los interminables paseos del camposanto.
Camino de San Justo
El cementerio
fue erigido en 1847 en el Cerro de las Ánimas
y ocupa unos 102.000 metros cuadrados divididos en patios,
que, dicho en román paladino vienen a ser unos diez campos de fútbol de
pasillos, panteones, losas, nichos, cruces, estatuas y demás complementos
mortuorios. El día que me pasé por allí el gris del cielo hacía juego con el
mármol de las miles de tumbas que jalonaban los corredores. Siguiendo las
indicaciones de la bibliografía que había consultado, me dirigí hacia el
Panteón de los Hombres Ilustres, que, según algunas fuentes contenía “los
cuerpos de Larra, José de Espronceda, Bretón de los Herreros, los hermanos
Álvarez Quintero y Adelardo López de Ayala”[2].
[1] G. Landero, Juan (1929) “En el cincuentenario de
la muerte de López de Ayala”. Sevilla: Diario ABC (edición
Andalucía). Martes 31 de diciembre. Página 6.
[2] VV.AA. (2011) “El Panteón de los Hombres Ilustres de Madrid celebra el
175 aniversario de la muerte del pintor Rosales” http://noticias.lainformacion.com/interes-humano/funeral/el-panteon-de-los-hombres-ilustres-de-madrid-celebra-el-175-aniversario-de-la-muerte-del-pintor-rosales_S1PZULHETLyB5EnGcDSeT2/
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