martes, 9 de septiembre de 2014

Guadalcanal en los libros y guías de viajes (siglos XVI – XIX) (2 de 5)

                                                Por Salvador Hernández González
                                                Revista de Guadalcanal año 2014

En uno de sus viajes a Extremadura, Hernando Colón emprendió el camino de regreso a Sevilla a través de nuestra Sierra[1]. Así comenta que “partí de Valverde para Guadalcanal que ay dos leguas grandes de cerros e syerras quanto más adelante. E a más que llegamos a Guadalcanal con media legua subimos una sierra que estará de subida e abaxada media legua e desde esta syerra en adelante fasta Sevilla es Syerra Morena”. Nuestra localidad “es lugar de mil quinientos vecinos, está entre dos syerras en un valle hondo e es del Maestradgo de Santyago. E es en la Syerra Morena el postrer lugar del Maestradgo de Santyago. Es tierra de Sevilla e es lugar de buenos vinos”.  
Guadalcanal fue también lugar de paso de otro ilustre viajero, el humanista, escritor y político veneciano Andrea Navagero (1483 – 1529). Entre sus múltiples actividades, fue embajador de la República de Venecia ante la corte de Carlos V, entre 1525 y 1528, para gestionar un tratado de paz entre la Sginoria veneciana y España y lograr la libertad  de Francisco I, rey de Francia. En el desempeño de este cometido se incorporó al cortejo del largo viaje que hizo la Corte con destino a Andalucía para la celebración de las bodas de Carlos V e Isabel de Portugal en 1526. De este periplo nos dejó escrito una crónica que constituye uno de los más antiguos y  conocidos libros de viajes por España. La comitiva regia partió de Toledo en febrero de dicho año 1526 con destino a Andalucía, siguiendo el itinerario que a través de Talavera de la Reina conducía a Extremadura, a la cual se ingresaba por la zona de Guadalupe, para descender por la comarca de la Serena hacia las campiñas pacenses y desde aquí atravesar la Sierra Morena sevillana para alcanzar el valle del Guadalquivir. Siguiendo esta ruta, los primeros días de marzo se emplearon en atravesar Guadalupe y poblaciones de la Serena como Campanario, Quintana y Campillo, para continuar, ya en la campiña, por Berlanga y alcanzar pronto Guadalcanal, como así lo refiere el propio Navagero[2]:
“El día 6 [de marzo] cruzamos Guadalcanal, a dos leguas, pasando en el camino los torrentes de Molincete y Sotillo; hay también otro cauce llamado Alcanal, del que toma nombre el pueblo. El mismo día llegamos a Cazalla, a tres leguas; Guadalcanal y Cazalla son dos pueblos grandes, con más de mil vecinos cada uno; tienen abundancia de bonísimos vinos y se hallan en un paraje de Sierra Morena llamado Sierra [de] Constantina, en la que también hay un pueblo de este nombre, a poca distancia de los anteriores, asimismo abundante de buenos vinos. Todo el terreno de Guadalupe al Ana y del Ana a esta parte se llama Extremadura, y es al que los antiguos llamaban Betulia. La Sierra Morena son los Montes Marianos”.
A finales del siglo XVI nuestra comarca registró el paso de otro interesante personaje, el noble alemán Erich Lassota de Steblovo. Se trata de un militar que durante cuatro años, de 1580 a 1584, estuvo al servicio de Felipe II, tomando parte no sólo en las jornadas guerreras de la conquista de Portugal, sino también en la expedición que se llevó a cabo contra los insumisos habitantes de la isla Tercera. Este personaje pertenecía a la rama silesiana de una noble y antigua familia polaca. En 1579, hallándose en Praga, se enteró de las pretensiones que el monarca español tenía sobre la corona de Portugal (que había quedado sin titular por la muerte en África del joven rey don Sebastián) y de la posibilidad de enrolarse en las tropas mercenarias que se estaban reclutando a tal fin. Fue entonces cuando Lassota, impulsado de sus deseos de ver mundo y de contribuir con su espada a una campaña que esperaba sería victoriosa, volvió a su patria a fin de realizar los preparativos necesarios para guerrear en la Península Ibérica. A tal efecto se dirigió a Italia, por ser allí el punto a que debían acudir y donde se congregaban los alistados para formar las banderas alemanas que tomarían parte, junto a los españoles, en la nueva campaña. Su llegada a España se produjo el 6 de febrero de 1580 al arribar al puerto de Cartagena. Desde este punto su contingente retomó la travesía marítima para desembarcar en la localidad gaditana de El Puerto de Santa María. Aquí se inició la ruta terrestre hacia el frente de guerra luso, que les llevaría a atravesar las provincias de Cádiz y Sevilla con destino a Extremadura como punto de enlace con la frontera portuguesa. Terminada la campaña, volvió a Silesia y entró en 1585 en Praga al servicio del emperador Rodolfo, para pasar más tarde al servicio del archiduque Maximiliano, que aspiraba al torno de Polonia[3]. Con respecto a su recorrido por la sierra sevillana, éste comenzó el 27 mayo de dicho año 1580 atravesando la Ribera del Huéznar en Villanueva y prosiguió por Constantina, San Nicolás y Alanís, para llegar el 2 de junio a Guadalcanal, “grande y hermosa villa, a dos millas”, desde donde se dirigieron al día siguiente a Ahillones para proseguir su recorrido por la región extremeña[4].
Ya en el siglo XVIII, la Ilustración supone una época clave para la literatura viajera, pues no en vano el libro de viajes se configura ahora como género literario. Para el pensamiento ilustrado, el viaje representaba una de las vías del conocimiento, como forma de aprendizaje y adquisición de saberes. El viajar permitía acercarse a la variedad del hombre dentro de la especie y a la diversidad de las culturas en el tiempo y en el espacio. Así el viajero adquiere conciencia de la diversidad cultural, que se observará sin perjuicios, con objetividad. Frente a la tradición libresca de los siglos anteriores – recordemos que algunos viajes eran pura ficción literaria, al elaborarse mediante el acopio de datos de aquí y de allá, especialmente de los diccionarios geográficos que comienzan su despegue editorial – ahora en el siglo XVIII los viajeros pretenden reflejar lo que ven, sin inspirarse en los libros, convirtiéndose en observadores positivos.



[1] Ibídem, tomo I, págs. 286 – 287.
[2] NAVAGERO, Andrés: Viaje a España del Magnífico señor Andrés Navagero (1524 – 11526) Embajador de la República de Venecia ante el Emperador Carlos V. Editorial Castalia, Valencia, 1951. Págs. 51 – 52.
[3] GARCÍA MERCADAL, José: Op. cit., vol. II, págs. 411 – 412.
[4] Ibídem, pág. 414.

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