sábado, 13 de septiembre de 2014

Guadalcanal en los libros y guías de viajes (siglos XVI – XIX) (3 de 5)

                                             Salvador Hernández González
                                          Revista de Guadalcanal año 2014
Autorretrato de Antonio Ponz

      Esta es la época en la que se consolida la moda del Grand Tour o viaje europeo de estudios y formación, que acabará incorporando a España como una de sus etapas, en virtud de sus atractivos paisajes, su pasado marcado por la presencia islámica que le daba un sello peculiar frente al resto de Europa, su patrimonio monumental y artístico o la variedad y riqueza de sus costumbres, gastronomía, expresiones festivas, etc. Se consolidan una serie de rutas “típicas” que recorren el país de norte a sur, con entrada por el País Vasco o Cataluña, para atravesar la Meseta en dirección a Andalucía.
Estos viajeros, tanto extranjeros como nacionales, estaban movidos por diferentes intereses que iban desde el simple placer de viajar para conocer otros lugares y otras gentes, hasta el viaje de estudio, bien de la Arqueología y de la Historia del Arte, bien de la geografía y de la naturaleza. En este sentido, una obra clásica fue el Viaje de España de Antonio Ponz, obra que cimenta la historiográfica artística española y que ha sido considerada como el primer catalogo de nuestro patrimonio monumental. En el volumen VIII, que comprende el camino descendente desde las tierras de Castilla – León a través de la provincia de Cáceres para atravesar Extremadura en dirección a Andalucía, Ponz atraviesa nuestra comarca y plasma unas sintéticas impresiones sobre su paso por nuestra población[1]:
“Guadalcanal, perteneciente a la Orden de Santiago, es villa, a lo que dicen, de mil vecinos, abundante de viñas, olivares, y demás cosechas, con dos parroquias, dos conventos de monjas y dos de frailes. A distancia de un cuarto de legua entre norte y oriente están las famosas minas de plata, en que se trabaja actualmente con utilidad. Se ha formado de los jornaleros y jefes que hay en ellas una mediana población, y son dignas de ver las máquinas inventadas para su desagüe; y asimismo sus profundísimos pozos, particularmente uno de ellos, donde se trabaja al presente”.
Precisamente las célebres minas fueron el motivo de la visita de otro erudito, el naturalista irlandés Guillermo Bowles, nacido en Cork alrededor de 1720 y fallecido en Madrid en 1780. Debió estudiar leyes en Inglaterra, para pasar a París hacia 1740, donde se aplicó al cultivo de la historia natural, la química y la metalurgia. Aquí conoció a Antonio de Ulloa, quien gestionó la contratación del irlandés por parte del gobierno español para mejorar los sistemas de explotación de las minas de mercurio de Almadén en la provincia de Ciudad Real. Posteriormente realizó otra misión de estudio en las antiguas minas de Guadalcanal, con lo que inició a partir de entonces numerosas expediciones por toda la península en compañía de algunos técnicos. El resultado de estos estudios y exploraciones geológico – mineras lo recogió en su Introducción a la Historia natural y a la Geografía física de España, obra que conoció varias ediciones (1775, 1782 y 1789) y que en realidad no se trata de un libro de viajes, sino de un compendio del estado de las riquezas naturales españolas de la época, que resulta muy ilustrativo sobre nuestros paisajes y medio natural[2]. El trabajo de campo se acometió en 1754, con punto de partida en las minas de mercurio de Almadén. De aquí se adentró en Extremadura y alcanzó Guadalcanal, entonces perteneciente a dicha región, de cuyas explotaciones mineras nos dejó una semblanza en los siguientes párrafos que transcribimos íntegros dado el interés de esta poco conocida obra como fuente para el estudio del medio físico local en el pasado[3]:
“Desde aquí [Berlanga] en cuatro horas llegamos a Guadalcanal por un llano y algunas colinas que hay hasta el pie de Sierra Morena, de la cual se andan dos leguas antes de entrar en dicha villa, que tendrá de setecientos a ochocientos vecinos. Hay en sus cercanías abundancia de zumaque, cuya hierba se corta en el mes de agosto, y su tallo, hojas y flores se muelen y llevan a vender a Sevilla para curtir cueros.
Las cimas de las montañas de Sierra Morena que hay alrededor de Guadalcanal son todas redondas como bolas, juntas unas con otras, y casi de la misma altura; en lo cual se diferencian de las restantes de España, que, por lo regular, son puntiagudas, especialmente las de los Pirineos, donde se levantan picos sobre picos, pudiendo éstas compararse al mar agitado de una borrasca; y las de Guadalcanal a la uniformidad de las olas en tiempo bonancible y sereno.
Las piedras de estas montañas son muy duras, y se parecen en el color a las piedras que llaman de Turquía[4]; su figura es como la de la pizarra compuesta de hojas; descansan o sientan perpendicularmente, y corren de oriente a poniente. Escupen el aceite y el agua, y por eso no son a propósito para amolar.
La mina está a una legua de la villa en el terreno más bajo de aquellos alrededores cercado de cerros. En la beta del pozo nombrado Campanilla, que está a doce pasos de otro llamado Pozo – rico, se ven tres betas que descienden y van a dar a este último. La una viene de levante y la otra de poniente, y se juntan con la tercera, que es la buena, cortando la dirección de las pizarras de norte a sur para formar el tronco de la vena. Estas betas son pequeñas, pues no tienen más de tres pulgadas de ancho; pero van acompañadas de cierta dirección regular de tierra en forma de beta de dos pies de anchura con piedrecillas de cuarzo; todo lo cual es extraño, y no hay a que compararlo en el país. La gran beta corre de norte a sur, según se descubre por más de doscientos pasos en la superficie. Hay dos arroyadas, que regularmente no corren en el estío, por ser país muy seco, las cuales tienen su curso del este al oeste, al pie de dos cerros contrapuestos a cosa de 300 pasos de distancia uno de otro. Estas dos arroyadas parece son los límites de la mina, porque se observa que ni los antiguos ni los modernos han cavado jamás al sur ni al norte de los dos cerros referidos, no obstante que han hecho quince pozos al este y oeste del Pozo – rico, llamado así porque de él se extraía el mineral, bajando a buscarle por el pozo vecino dicho Campanilla. En éste hice yo excavar cerca de cincuenta pies por orden del Ministerio, para ver si las galerías estaban hundidas como se aseguraba; y a dicha distancia hallamos el agua, y vimos que la madera de la escalera estaba toda podrida, bien que las galerías se mantenían sólidas y firmes. Por los escombros se infiere que esta mina se componía de cuarzo, espato blando de color de ratón, pizarra aherrumbrada, hornestein, piritas, algo de plomo y mucha plata. En el Pozo rico abundan tanto las aguas de materia vitriólica, que las maderas están llenas de hermosos cristales de vitriolo marcial, o verde; y al lado del pozo de San Antonio hay una mina o banco de vitriolo nativo en la piedra.



[1] PONZ, Antonio: Viaje de España, vol. VIII. Madrid, 1784. Págs. 217 – 218.
[2] RECIO ESPEJO, José Manuel: “Guillermo Bowles: un naturalista por la España de mediados del siglo XVIII”, Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bella Letras y Nobles Artes, nº 150 (2006), págs. 69 – 80.
[3] BOWLES, Guillermo: Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España. Madrid, 1782. Págs. 63 – 68.
[4] [Nota de Bowles] “Costureica, en francés gris de Turquía, es piedra arenisca, o amoladera, de grano muy fino y color pardo. Estando blanda y enxuta, muerde bien en el acero, pero untada con aceite se endurece: puesta al fuego se emblanquece; y si es mucho el calor se medio vitrifica.

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