Salvador Hernández González
Revista de Guadalcanal año 2014
Esta es la época en la que se consolida la moda del Grand Tour o viaje europeo de estudios y formación, que acabará incorporando a España como una de sus etapas, en virtud de sus atractivos paisajes, su pasado marcado por la presencia islámica que le daba un sello peculiar frente al resto de Europa, su patrimonio monumental y artístico o la variedad y riqueza de sus costumbres, gastronomía, expresiones festivas, etc. Se consolidan una serie de rutas “típicas” que recorren el país de norte a sur, con entrada por el País Vasco o Cataluña, para atravesarla
Meseta en dirección a Andalucía.
Revista de Guadalcanal año 2014
Autorretrato de Antonio Ponz |
Esta es la época en la que se consolida la moda del Grand Tour o viaje europeo de estudios y formación, que acabará incorporando a España como una de sus etapas, en virtud de sus atractivos paisajes, su pasado marcado por la presencia islámica que le daba un sello peculiar frente al resto de Europa, su patrimonio monumental y artístico o la variedad y riqueza de sus costumbres, gastronomía, expresiones festivas, etc. Se consolidan una serie de rutas “típicas” que recorren el país de norte a sur, con entrada por el País Vasco o Cataluña, para atravesar
Estos viajeros, tanto extranjeros como nacionales, estaban
movidos por diferentes intereses que iban desde el simple placer de viajar para
conocer otros lugares y otras gentes, hasta el viaje de estudio, bien de la Arqueología y de la Historia del Arte, bien
de la geografía y de la naturaleza. En este sentido, una obra clásica fue el Viaje de España de Antonio Ponz, obra
que cimenta la historiográfica artística española y que ha sido considerada
como el primer catalogo de nuestro patrimonio monumental. En el volumen VIII,
que comprende el camino descendente desde las tierras de Castilla – León a
través de la provincia de Cáceres para atravesar Extremadura en dirección a
Andalucía, Ponz atraviesa nuestra comarca y plasma unas sintéticas impresiones
sobre su paso por nuestra población[1]:
“Guadalcanal, perteneciente a
la Orden de
Santiago, es villa, a lo que dicen, de mil vecinos, abundante de viñas,
olivares, y demás cosechas, con dos parroquias, dos conventos de monjas y dos
de frailes. A distancia de un cuarto de legua entre norte y oriente están las
famosas minas de plata, en que se trabaja actualmente con utilidad. Se ha
formado de los jornaleros y jefes que hay en ellas una mediana población, y son
dignas de ver las máquinas inventadas para su desagüe; y asimismo sus
profundísimos pozos, particularmente uno de ellos, donde se trabaja al
presente”.
Precisamente las célebres minas fueron el motivo de la visita de
otro erudito, el naturalista irlandés Guillermo Bowles, nacido en Cork
alrededor de 1720 y fallecido en Madrid en 1780. Debió estudiar leyes en
Inglaterra, para pasar a París hacia 1740, donde se aplicó al cultivo de la
historia natural, la química y la metalurgia. Aquí conoció a Antonio de Ulloa,
quien gestionó la contratación del irlandés por parte del gobierno español para
mejorar los sistemas de explotación de las minas de mercurio de Almadén en la
provincia de Ciudad Real. Posteriormente realizó otra misión de estudio en las
antiguas minas de Guadalcanal, con lo que inició a partir de entonces numerosas
expediciones por toda la península en compañía de algunos técnicos. El
resultado de estos estudios y exploraciones geológico – mineras lo recogió en
su Introducción a la Historia natural y a la Geografía física de
España, obra que conoció varias ediciones (1775, 1782 y 1789) y que en
realidad no se trata de un libro de viajes, sino de un compendio del estado de
las riquezas naturales españolas de la época, que resulta muy ilustrativo sobre
nuestros paisajes y medio natural[2].
El trabajo de campo se acometió en 1754, con punto de partida en las minas de
mercurio de Almadén. De aquí se adentró en Extremadura y alcanzó Guadalcanal,
entonces perteneciente a dicha región, de cuyas explotaciones mineras nos dejó
una semblanza en los siguientes párrafos que transcribimos íntegros dado el
interés de esta poco conocida obra como fuente para el estudio del medio físico
local en el pasado[3]:
“Desde aquí [Berlanga] en cuatro horas llegamos a Guadalcanal
por un llano y algunas colinas que hay hasta el pie de Sierra Morena, de la
cual se andan dos leguas antes de entrar en dicha villa, que tendrá de
setecientos a ochocientos vecinos. Hay en sus cercanías abundancia de zumaque, cuya
hierba se corta en el mes de agosto, y su tallo, hojas y flores se muelen y
llevan a vender a Sevilla para curtir cueros.
Las cimas de las montañas de Sierra Morena que hay alrededor de
Guadalcanal son todas redondas como bolas, juntas unas con otras, y casi de la
misma altura; en lo cual se diferencian de las restantes de España, que, por lo
regular, son puntiagudas, especialmente las de los Pirineos, donde se levantan
picos sobre picos, pudiendo éstas compararse al mar agitado de una borrasca; y
las de Guadalcanal a la uniformidad de las olas en tiempo bonancible y sereno.
Las piedras de estas montañas son muy duras, y se parecen en el
color a las piedras que llaman de Turquía[4];
su figura es como la de la pizarra compuesta de hojas; descansan o sientan
perpendicularmente, y corren de oriente a poniente. Escupen el aceite y el
agua, y por eso no son a propósito para amolar.
La mina está a una legua de la villa en el terreno más bajo de
aquellos alrededores cercado de cerros. En la beta del pozo nombrado
Campanilla, que está a doce pasos de otro llamado Pozo – rico, se ven tres
betas que descienden y van a dar a este último. La una viene de levante y la
otra de poniente, y se juntan con la tercera, que es la buena, cortando la
dirección de las pizarras de norte a sur para formar el tronco de la vena.
Estas betas son pequeñas, pues no tienen más de tres pulgadas de ancho; pero
van acompañadas de cierta dirección regular de tierra en forma de beta de dos
pies de anchura con piedrecillas de cuarzo; todo lo cual es extraño, y no hay a
que compararlo en el país. La gran beta corre de norte a sur, según se descubre
por más de doscientos pasos en la superficie. Hay dos arroyadas, que
regularmente no corren en el estío, por ser país muy seco, las cuales tienen su
curso del este al oeste, al pie de dos cerros contrapuestos a cosa de 300 pasos
de distancia uno de otro. Estas dos arroyadas parece son los límites de la
mina, porque se observa que ni los antiguos ni los modernos han cavado jamás al
sur ni al norte de los dos cerros referidos, no obstante que han hecho quince
pozos al este y oeste del Pozo – rico, llamado así porque de él se extraía el
mineral, bajando a buscarle por el pozo vecino dicho Campanilla. En éste hice
yo excavar cerca de cincuenta pies por orden del Ministerio, para ver si las
galerías estaban hundidas como se aseguraba; y a dicha distancia hallamos el
agua, y vimos que la madera de la escalera estaba toda podrida, bien que las
galerías se mantenían sólidas y firmes. Por los escombros se infiere que esta
mina se componía de cuarzo, espato blando de color de ratón, pizarra
aherrumbrada, hornestein, piritas, algo de plomo y mucha plata. En el Pozo rico
abundan tanto las aguas de materia vitriólica, que las maderas están llenas de
hermosos cristales de vitriolo marcial, o verde; y al lado del pozo de San
Antonio hay una mina o banco de vitriolo nativo en la piedra.
[1]
PONZ, Antonio: Viaje de España, vol. VIII. Madrid, 1784. Págs. 217 – 218.
[2]
RECIO ESPEJO, José Manuel:
“Guillermo Bowles: un naturalista por la España de mediados del siglo XVIII”, Boletín de la Real Academia de
Córdoba de Ciencias, Bella Letras y Nobles Artes, nº 150 (2006), págs. 69 –
80.
[3]
BOWLES, Guillermo: Introducción a la Historia Natural y
a la Geografía Física
de España. Madrid, 1782. Págs. 63 – 68.
[4]
[Nota de Bowles] “Costureica, en francés gris de Turquía, es
piedra arenisca, o amoladera, de grano muy fino y color pardo. Estando blanda y
enxuta, muerde bien en el acero, pero untada con aceite se endurece: puesta al
fuego se emblanquece; y si es mucho el calor se medio vitrifica.
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