El periodista JULIO NOMBELA, escribía de nuestro paisano poeta y político Adelardo López de Ayala, en su sesión "Retratos a la pluma", artículo aparecido en el periódico El Imparcial, año I número 131, del día 17 de agosto de 1867.
RETRATOS A LA PLUMA
ADELARDO LÓPEZ DE AYALA
En una tarde de otoño de 1845 se
hallaba un joven de diez y seis a diez y siete años en el hogar de una posada
de la calle Alhóndiga de Sevilla.
Servía la comida una de las
mozas, cuando llegaron dos alguaciles, y encarándose con el joven:
-¿Vive en esta posada –le
preguntaron- un estudiante a quien llama Abelardo López de Ayala?-
-Aquí ha vivido, le contestó con
la mayor serenidad; pero se ha marchado esta mañana a su pueblo con unos
arrieros.
-El caso es que teníamos órdenes
de prenderle.
-Pues amigos, lo que es hoy no
son Vds. Los que le llevarán a la cárcel.
Retirándose los alguaciles, el
joven terminó su frugal comida, y media hora después salía de Sevilla con
dirección a Guadalcanal.
Él era el que buscaban: pero su
pecado, si alguno había cometido, no era más que un pecado poético.
Los estudiantes se habías
colocado en una actitud revolucionaria. Asistían a l las clases con el airoso
sombrero calañés y la capa torera, el rector no creía que este traje profano
fuese el mas a propósito para penetrar en el santuario de la ciencia, se
obstino en desterrarlo, la cuestión de las capas y sombreros reapareció sobre
el tapete, circuló entre el gremio estudiantil una calorosa alocución escrita
en magníficas octavas reales, y como autor de esta proclama y jefe del motín
por aclamación de sus compañeros, se dispuso el arresto del poeta, que desde el
principio de su carrera conseguía con la fuerza de su poderoso talento dominar,
subyugar a los que le veían y le escuchaban.
Pronto
pasó el nublado, y el joven estudiante volvió a Sevilla, donde vivió algunos
años, no estudiando, sino adorando el teatro antiguo español y soñando tal vez
con los laureles que más tarde ha ceñido su frente.
La
primera poesía que publicó Los dos artistas, produjo un gran efecto y sus
amigos no tardaron en ser sus admiradores. A todos asombraba su prodigiosa
manera de concebir y su brillante modo de expresar.
Escribió
por entonces una leyenda de la que solo se han publicado algunos fragmentos: titúlase
Amores y desventuras, y tiene por asunto los amores de D. Rodrigo y la
Cava. Una tragedia inédita, El Puñal y el
veneno, fue también obra de aquellos primeros años juveniles empleados en
sentir y en amar todo lo bello, todo lo noble, todo lo grande.
Pero
el inspirado poeta era un estudiante desaplicado.
Llegó
para él el momento de tomar el grado de bachiller, y aunque gozaba de gran
prestigio entre sus catedráticos, a punto estaban ya de reprobarle, cuando se
le ocurrió a su maestro de literatura D. Antonio Rodríguez Zapata, proponerle
que disertara sobre la novela española.
Llamó
al genio y el genio le respondió.
¿Qué
no diría para conseguir que le aprobasen por unanimidad los que sabían su
desaplicación?.
Poco
después escribió su comedia Los dos Guzmanes, y a esta obra siguió El hombre de
Estado, escrita en Sevilla en una casa de la calle de los Alcázares, que
designaba el vulgo con el nombre de La
Casa del loco, por habitar un pobre demente en uno de los
cuartos del piso bajo.
¡Qué
contraste! ¡Un mismo techo cobijaba la luz y el caos, las facultades
intelectuales en todo su apogeo y en toda su decadencia!
Sediento
de esa noble ambición de gloria, que hoy debe ser contrabando, puesto que los
poetas que vienen a Madrid a hacer fortuna no se atreven a declararla, apenas
ganó un pleito que sostenía contra la Hacienda , se trasladó a la corte.
Necesitando
traspasar su matrícula porque estudiaba leyes, rogó a un pariente suyo,
diputado a la sazón, que le recomendase al director de instrucción pública.
Desempeñaba
este cargo D. Antonio Gil y Zárate, y el pariente de Ayala, creyendo que el
célebre literato se interesaría más por con recomendado sabiendo que era poeta,
le dijo que hacia dramas.
Algún
tiempo después, despachó favorablemente el director la instancia del estudiante
y al noticiarlo al diputado:
-Diga V. a ese joven, -añadió Gil
y Zárate- que estudie y no se meta a escribir dramas.
Visitó
el poeta a una familia aristocrática de Madrid emparentada con la suya, hablo
de sus proyectos; la señora de la casa, amante de las letras, pidió al joven el
drama para leerlo, y sobre un velador estaba cuando un hombre de Estado a quien
deben mucho las letras española, el conde de San Luis, fijó su vista en el
manuscrito, un día que fue a visitar a aquella distinguida familia.
Algún
tiempo después recibía Abelardo López de Ayala una expresiva carta cintándole
para asistir a la lectura de su drama en casa de D. Manuel Cañete, secretario y
amigo del conde de San Luis, que había leído la obra, y había adivinado el
porvenir de su autor.
El
efecto que produjo esta lectura fue asombroso: un poeta ilustre, quizás el que
mas entusiastas ovaciones ha alcanzado en la escena española, exclamó después
de oír una de las brillantes escena de El hombre de Estado:
-Cambiaría por ella todas mis
obras.
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