domingo, 3 de febrero de 2013

COSAS SOBRE LÓPEZ DE AYALA - (1 de 3)




El periodista JULIO NOMBELA, escribía de nuestro paisano poeta y político Adelardo López de Ayala, en su sesión "Retratos a la pluma", artículo aparecido en el periódico El Imparcial, año I número 131, del día 17 de agosto de 1867.

RETRATOS A LA PLUMA

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA

En una tarde de otoño de 1845 se hallaba un joven de diez y seis a diez y siete años en el hogar de una posada de la calle Alhóndiga de Sevilla.
Servía la comida una de las mozas, cuando llegaron dos alguaciles, y encarándose con el joven:
-¿Vive en esta posada –le preguntaron- un estudiante a quien llama Abelardo López de Ayala?-
-Aquí ha vivido, le contestó con la mayor serenidad; pero se ha marchado esta mañana a su pueblo con unos arrieros.
-El caso es que teníamos órdenes de prenderle.
-Pues amigos, lo que es hoy no son Vds. Los que le llevarán a la cárcel.
Retirándose los alguaciles, el joven terminó su frugal comida, y media hora después salía de Sevilla con dirección a Guadalcanal.
Él era el que buscaban: pero su pecado, si alguno había cometido, no era más que un pecado poético.
Los estudiantes se habías colocado en una actitud revolucionaria. Asistían a l las clases con el airoso sombrero calañés y la capa torera, el rector no creía que este traje profano fuese el mas a propósito para penetrar en el santuario de la ciencia, se obstino en desterrarlo, la cuestión de las capas y sombreros reapareció sobre el tapete, circuló entre el gremio estudiantil una calorosa alocución escrita en magníficas octavas reales, y como autor de esta proclama y jefe del motín por aclamación de sus compañeros, se dispuso el arresto del poeta, que desde el principio de su carrera conseguía con la fuerza de su poderoso talento dominar, subyugar a los que le veían y le escuchaban.
            Pronto pasó el nublado, y el joven estudiante volvió a Sevilla, donde vivió algunos años, no estudiando, sino adorando el teatro antiguo español y soñando tal vez con los laureles que más tarde ha ceñido su frente.
            La primera poesía que publicó Los dos artistas, produjo un gran efecto y sus amigos no tardaron en ser sus admiradores. A todos asombraba su prodigiosa manera de concebir y su brillante modo de expresar.
            Escribió por entonces una leyenda de la que solo se han publicado algunos fragmentos: titúlase Amores y desventuras, y tiene por asunto los amores de D. Rodrigo y la Cava. Una tragedia inédita, El Puñal y el veneno, fue también obra de aquellos primeros años juveniles empleados en sentir y en amar todo lo bello, todo lo noble, todo lo grande.
            Pero el inspirado poeta era un estudiante desaplicado.
            Llegó para él el momento de tomar el grado de bachiller, y aunque gozaba de gran prestigio entre sus catedráticos, a punto estaban ya de reprobarle, cuando se le ocurrió a su maestro de literatura D. Antonio Rodríguez Zapata, proponerle que disertara sobre la novela española.
            Llamó al genio y el genio le respondió.
            ¿Qué no diría para conseguir que le aprobasen por unanimidad los que sabían su desaplicación?.
            Poco después escribió su comedia Los dos Guzmanes, y a esta obra siguió El hombre de Estado, escrita en Sevilla en una casa de la calle de los Alcázares, que designaba el vulgo con el nombre de La Casa del loco, por habitar un pobre demente en uno de los cuartos del piso bajo.
            ¡Qué contraste! ¡Un mismo techo cobijaba la luz y el caos, las facultades intelectuales en todo su apogeo y en toda su decadencia!
            Sediento de esa noble ambición de gloria, que hoy debe ser contrabando, puesto que los poetas que vienen a Madrid a hacer fortuna no se atreven a declararla, apenas ganó un pleito que sostenía contra la Hacienda, se trasladó a la corte.
            Necesitando traspasar su matrícula porque estudiaba leyes, rogó a un pariente suyo, diputado a la sazón, que le recomendase al director de instrucción pública.
            Desempeñaba este cargo D. Antonio Gil y Zárate, y el pariente de Ayala, creyendo que el célebre literato se interesaría más por con recomendado sabiendo que era poeta, le dijo que hacia dramas.
            Algún tiempo después, despachó favorablemente el director la instancia del estudiante y al noticiarlo al  diputado:
-Diga V. a ese joven, -añadió Gil y Zárate- que estudie y no se meta a escribir dramas.
            Visitó el poeta a una familia aristocrática de Madrid emparentada con la suya, hablo de sus proyectos; la señora de la casa, amante de las letras, pidió al joven el drama para leerlo, y sobre un velador estaba cuando un hombre de Estado a quien deben mucho las letras española, el conde de San Luis, fijó su vista en el manuscrito, un día que fue a visitar a aquella distinguida familia.
            Algún tiempo después recibía Abelardo López de Ayala una expresiva carta cintándole para asistir a la lectura de su drama en casa de D. Manuel Cañete, secretario y amigo del conde de San Luis, que había leído la obra, y había adivinado el porvenir de su autor.
            El efecto que produjo esta lectura fue asombroso: un poeta ilustre, quizás el que mas entusiastas ovaciones ha alcanzado en la escena española, exclamó después de oír una de las brillantes escena de El hombre de Estado:
-Cambiaría por ella todas mis obras.

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