El periodista JULIO NOMBELA, escribía de nuestro paisano poeta y político Adelardo López de Ayala, en su sesión "Retratos a la pluma", artículo aparecido en el periódico El Imparcial, año I número 131, del día 17 de agosto de 1867.
Desde entonces concibió una opinión mucho más ventajosa de la que tenía
del hombre de Estado que se negó a concederle lo que constituye el bello ideal
de casi todos los políticos.
Liberal de corazón, pero conservador de buena fe, formó parte de la
misteriosa redacción de El Padre Cobos, y todavía se recuerda el ingenioso rasgo
de que valió para que el jurado absolviese unos versos que había sido
denunciados.
Puso en prosa la idea, le dio la forma de una gacetilla, la publicaron
todos los periódicos y pasó.
-¿Tendréis tan poca lógica, decía sobre poco más o menos en su defensa,
que aprobaréis una idea en prosa y la condenaréis en verso?
Los que acababan de coronar a Quintana no podían considerar como
circunstancia agravante el metro y el ritmo, y el Padre Cobos fue absuelto.
Yo siento mucho que los grandes poetas se meta a políticos: salvas
algunas excepciones, lo que en literatura son unidades, en política se
convierten en ceros colocados a la derecha de una unidad.
Ayala ha logrado figurar también en política, y cuando considero que su
Tanto por ciento se debe acaso tanto a su inspiración como a una ausencia hábil
de la vida política, creo que deben perdonársele los que le admiran como poeta,
las largas temporadas que emplea sus privilegiadas facultades en esa, en mi
concepto, estéril lucha de la política, tal como la comprenden los que son a un
tiempo políticos y poetas, políticos y médicos, políticos y comerciantes.
Su vida pública es demasiado conocida, y yo solo he ofrecido un retrato
privado.
Estoy seguro de que los que le ven y le juzgan sin tratarle, pronuncian
esta frase:
-¡Debe de ser muy altivo!
Así parece a primera vista.
Difícilmente puede hallarse una fisonomía que revele un alma con más
propiedad que la suya.
Basta verle para pensar: ¡Es un poeta!
Asistiendo a la representación de sus obras o leyéndolas se le adivina; y
es porque lo mismo en su rostro que en sus obras está su alma.
Su figura parece arrancada de un cuadro de Velásquez, todo el vigor de
las líneas del gran pintor, toda la corrección de su dibujo, toda la belleza
sombría de su color, se encuentra en las facciones del poeta.
Es la condensación de la belleza física y moral de aquel siglo que han
inmortalizado Calderón y Lope.
Los que le tratan íntimamente aseguran que la severidad que revela su
rostro desaparece en el seno de la confianza, que es franco y expansivo, que
tiene profundamente arraigado en el alma el sentimiento de la justicia, que a
cada instante brotan de sus labios en la conversación pensamientos elevados,
frases bellísimas, chistes ingeniosísimos.
Añaden que es generoso hasta la prodigalidad, y que ni se envanece con
los aplausos, ni se irrita con las censuras.
En cuanto a la actividad de su inteligencia, he oído esta frase:
-Ha pensado para un siglo y ha escrito para un año.
Dicen que es perezoso, y no tenemos más remedio que creerlo.
-Jamás hace uso de su voluntad –he oído decir a uno de sus amigos- pero
cuando quiere una cosa, su voluntad le obedece. Entonces el manso arroyo que
acaricia las flores, se convierte en
torrente impetuoso.
¿Por qué no querrá que el teatro español sea lo que él entiende que debe
ser?
¿Por qué, como otros tantos poetas, se ha olvidado al sentarse en los
escaños del Congreso. De pedir, no protección, sino libertad, aire, vida para
las letras y las artes?
Desde hace algunos años vive en compañía de Arrieta, su íntimo amigo, su
hermano.
Los dos han nacido para comprenderse.
Yo bien quisiera que Adelardo López de Ayala tuviera alguna que otra
excentricidad, que fuera por ejemplo un gran nadador o un excelente gimnasta,
que madrugase mucho o trasnochase, que hiciera sus delicias la salsa mahonesa o
tuviese siquiera la costumbre de fumar en pipa.
Parece que estos datos aderezan mejor y hacen más sabrosos los retratos a
la pluma; pero bajo este punto de vista el gran poeta vive como un simple
mortal.
Únicamente añadiré que ha sido nombrado académico, y que el discurso de
recepción que tiene preparado –un estudio de Calderón- es a juzgar por mis
noticias, un trabajo inspirado.
Hoy se encuentra en Guadalcanal, su patria, en el seno de su querida
familia; tal vez allí concluye alguna de esas obras que brotan de su pluma y
que tienen el privilegio de levantar el ánimo del público y de dar vida al
arte.
Si es su Último deseo, el mío es que no sea su último triunfo.
JULIO
NOMBELA
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