El periodista JULIO NOMBELA, escribía de nuestro paisano poeta y político Adelardo López de Ayala, en su sesión "Retratos a la pluma", artículo aparecido en el periódico El Imparcial, año I número 131, del día 17 de agosto de 1867.
Los que asistieron a la lectura ponderaron
el genio del poeta, y no se hablaba en todas partes mas que del próximo triunfo
que aguardaba a Adelardo López de Ayala.
El
Comité del teatro Español se reunió para el oír el drama.
El
Sr. Gil y Zárate, presidente, tenía la costumbre de dormirse durante la lectura
de las obras.
Aquel
día no se durmió, y levantándose al final y acercándose al joven poeta para
estrechar su mano:
-Me vuelvo atrás, le dijo: no
estudie V., y haga usted dramas.
El
éxito de esta segunda lectura, y el efecto que producía la presencia del poeta,
la arrogancia de su porte, la dignidad de su actitud, la entereza de su
carácter, allí donde los jueves supremos estaban acostumbrados a ver al genio
hacer genuflexiones, formaron el pedestal de su reputación.
Antes
de conocer el fallo del público, le consideraban ya los autores dramáticos; y
los actores y los que andaban entre bastidores.
Ese
es, ese es, decía cuando pasaba, el autor del Hombre de Estado.
Para
comprender la energía de su carácter basta citar un rasgo.
Ensayabase
su drama; asistía a los ensayos, se le ocurrió hacer una observación a un actor
y la hizo.
Valero
dirigía la escena, y enérgico también y acostumbrado a dominar:
-Yo soy el director, le dijo, y
estoy aquí para hacer las correcciones necesarias.
-Pues yo soy el autor –contestó
Ayala-, y de desde este momento retiro el drama.
Terciaron
las circunstancias, y no sin gran trabajo lograron que continuaran los ensayos.
El
drama se representó, tuvo mal éxito, puede decirse que fue silbado, y sin
embargo, dio al poeta una gran reputación.
Este
fenómeno no ha tenido ejemplo.
Hoy
mismo, cuando se habla de Ayala, dicen la crítica y el público: “el distinguido
autor del Hombre de Estado.”
Como no me propongo hacer estudios,
sino retratos íntimos, solo añadiré que el público y la crítica son justos.
Adelardo López de Ayala fue desde
entonces lo que debía ser, lo que es, uno de los primeros poetas dramáticos de
nuestra época.
No
pararon sus derrotas en El hombre de Estado,: un drama Venganza y Perdón, una
zarzuela política: El Conde de Castrilla, fueron horrorosamente silbados; pero
la fascinación de su genio no cesaba de influir sobre el público.
Ayala era
siempre Ayala.
Estoy por
asegurar que ni aun los autores dramáticos, sus compañeros, se alegraban de sus
derrotas.
No me
acuerdo haber oído a ninguno murmurar de Ayala; y este es otro fenómeno de su
vida.
La
comedia Los dos Guzmanes se representó después del Hombre de Estado y más tarde
los triunfos de Rioja y de la bellísima zarzuela Guerra a Muerte, bastaron para
indemnizarle de sus derrotas.
Al Tejado
de vidrio, que es una de las primeras obras del teatro moderno, siguió si no
recuerdo mal El curioso impertinente, comedia que escribió con Hurtado; El
tanto por ciento consolidó su gloria y le hizo objeto de la ovación más
entusiasta que el talento ha logrado de la admiración pública..
Se abrió
una suscripción para costearle una corona de oro; los poetas le ofrecieron un
álbum preciosísimo.
Ayala regaló
la corona a su madre, a su adorada madre, que la conserva como una reliquia del
amor filial.
El álbum
es una de las prendas más queridas de su corazón.
No
satisfechas sus aspiraciones con la gloria literaria, traspasó los dorados
umbrales de la vida política.
Algunos
creen que por ambición de mando: los que le conocen a fondo aseguran que por
ambición de hacer bien.
La prueba
es que ha podido ocupar altos puestos, y solo ha sido momentáneamente director
del Conservatorio.
Refiérese
además que propuesto para uno de los más elevados cargos de la nación:
-Reconozco
su gran talento, dijo el Presidente del Consejo de Ministros a uno de sus
colegas, pero no ha hecho nada que justifique lo que merece y V. me pide para
él.
Cuando
Ayala supo esta respuesta, agradeciendo que hubieran pensado en él para una
distinción que no la había solicitado, ni la deseaba:
-Si todos
los jefes de los gabinetes fueran así, exclamó, otra sería la suerte de España.
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