NOTAS PARA LA HISTORIA DE LA COFRADÍA DE LA SOLEDAD DE GUADALCANAL, DURANTE EL SIGLO XIX.
Por Germán Calderón Alonso
Revista de Guadalcanal año 1997
IV.
EL INFORME DEL VISITADOR ECLESIÁSTICO.
Era a la sazón visitador, como ya dijimos, D. José Gómez
Jurado, párroco de Ntra. Sra. de los Ángeles de Bienvenida, villa santiaguista que
también dependía del Priorato de San Marcos de León. El visitador, delegado por
el gobernador eclesiástico de Priorato, había visitado Guadalcanal. El 18 de
julio elevó un interesante informe desde la villa en la cual ejercía la cura de
almas. Nos interesa, y mucho, lo que cuenta pues entendemos que, en principio,
es la parte neutral en este engorroso conflicto. En primer lugar dice que
acudió ante él D. Ignacio Vázquez pidiendo la concurrencia a la procesión de
ambas parroquias. El visitador se informó, sabiéndolo D. Antonio Calleja,
comisionado de la hermandad, y dijo que ambas no asistían porque la cofradía no tuvo el detalle y la
urbanidad de invitarlas. Por otro lado, y aquí aparece un claro indicio de la
razón que asistía al visitador para mostrar la poca disposición que tenía hacia
la hermandad, informa que la corporación que había asistido a la audiencia fue
“bien pública y escandalosa”. Luego D. José Gómez nos da noticias muy
interesantes sobre esta confraternidad:
1.- Destaca primeramente que se compone de las “personas
principales” de la villa por lo cual decidió inspeccionarla en los últimos días
de su labor, lo cual él consideraba una deferencia.
2.- Tras mandar un oficio para que asistieran a la visita, los
hermanos no fueron y tras una junta enviaron una comisión compuesta por el ya
citado mayordomo D. Ignacio Vázquez, D. José Sánchez Vida y D. Manuel Tristán,
la cual expuso, nada más y menos, que no creía estar en el caso de someterse a
la visita. También exponía que existía la corporación por sí sola, sin públicos
cuestores. A su vez dijeron que poseían nuevas constituciones y por último que
resistirían a todo trance el “conocimiento” de cualquier juez eclesiástico. La
verdad es que se nos escapa cuales serían las pretensiones de los cofrades con
tan franca insubordinación, que no podía ni antes ni hoy, quedar impune.
3.- Ante este estado, lo menos que puede decir el visitador es que
las pretensiones del Sr. Sánchez en nombre de la corporación, eran erradas y
pueriles y que incluso el eclesiástico “más ignorante y estúpido cerraría los
labios de tan débil opositor”. Lo cierto es que, según él, actuó de una manera
paciente y mansa e intentó adoctrinar y convencer a los hermanos de su error.
Resultó que manifestaron que deseaban que autorizara sus papeles, por tanto le
entregaron el libro de cuentas y viéndolo, advirtió que las últimas reglas no
estaban autorizadas, por lo cual procedió a hacerlo, advirtiéndole una cuestión
muy interesante y que hoy se nos antoja elemental: les pidió que firmaran tanto
las actas como las cuentas, pues había alguna que no lo habían sido.
4.- Por otra parte destaca el visitador, que la cofradía no sólo se
mantenía de las limosnas de sus miembros, pues en dos o tres años aparecían
nombrados pedidores públicos para recoger limosnas. O sea, se recurría a un
medio muy habitual aún en nuestros días para mantenerse, el nombramiento de demandantes.
5.- Pero luego sobrevinieron los enredos, pues una vez censuradas
las cuentas, se llamó a la cofradía, acudiendo la comisión ya citada que,
contrariamente a lo ocurrido en su primera comparecencia, se enfrentó al
visitador diciendo que semejante intervención eclesiástica era “contraria en
todo a las Leyes del Reino”. El juez, como es lógico, alegaba que este tipo de
acciones propias de la visita se encontraban recogidas en las constituciones
sinodales del Priorato y en la de todos los obispados españoles. Los osados
hermanos argüían de nuevo que no
necesitaban el permiso de juez eclesiástico alguno y se bastaban sólo con el
permiso de la autoridad local para procesionar. Todo ello se nos antoja una
actitud ilógica y rebelde. El visitador le reiteró sus razones y adujo algunas
nuevas, intentando en vano convencerles de que para gozar las indulgencias y
privilegios concedidos por los Papas, y que encabezaban el libro de la
cofradía, era indispensable permanecer sumisos a la autoridad de los jueces
eclesiásticos. Así servían a Jesús y a su Madre. D. José Sánchez contestó, nada menos, que la cofradía no
quería las gracias espirituales y que su culto era sólo exterior. Ante esta
postura que, desde luego, suponemos que no pudo menos que enfadar enormemente
al visitador, éste hace una pregunta retórica: “no prueba esto lo que informan
sus señores tenientes de cura?”.
Después el visitador pone de punta de perejil a los cofrades.
La verdad es que, en principio, parece que no es para menos. Merece la pena
copiar sus lamentos: “Oh cuan cierto es, aunque harto triste creerlo en los
cofrades o hermanos de la más humilde, obediente de todas las criaturas a la
voz de un simple sacerdote podrá esta Señora llamar hijos y proteger a
semejantes devotos ¿llevará ante el trono de su Hijo las oraciones que estos le
dirijan?, cuan cierto es que en vez de obsequiarla la contristan, la ofenden,
la deprimen, y que se abstengan de pedir a su Hijo Divino por semejantes
cofrades, para no ser reconvenida por estas duras palabras: “Este pueblo me
honra con los labios, y su corazón está lejos de mí, no puedo acceder a sus
súplicas”.
Nos encontramos, pues, con un grupo de cofrades díscolos y
rebeldes ante la autoridad eclesiástica como ha sido muy común a lo largo de la
historia. En este caso, la sublevación era grande y quizás se apoyaba en el
ambiente general reinante en España. El visitador usa argumentos teológicos
tachándolos de desafectos a la misma Virgen María, que veneraban con el título
de Soledad. Siguió intentando instruirlos, como dice San Pablo, y el fruto fue
que quedaron al parecer convencidos y le suplicaron que les diera una “censura
de flores”, que no hemos podido averiguar lo que era y una lista de gracias.
Ahora bien, no reconocían derecho alguno de visitador por lo que éste,
lógicamente enojado, no accedió a sus pretensiones. Y le recordó, citando a San
Pablo, que en vez de cumplir sus obligaciones, hacían lo contrario. Tres días
les dio a los tercos hermanos para cambiar, y a su término se presentó el
secretario, el presbítero D. José Prieto, que era también uno de los más
antiguos, rogándole que no tomara las medidas que merecían los cofrades, pues
podía asegurarle que a excepción de muy pocos, todos se sometían a la autoridad
eclesiástica. Otros de ellos le aseguraron lo mismo, por lo cual “usando de la
lenidad evangélica, hija de aquel Dios que por sólo un fruto perdona millares
de culpados”, les devolvió el libro de cuentas que recogió del citado secretario.
A pesar de eso, cuando dirigió oficio de despedida a D.
Ignacio Vázquez como teniente de alcalde primero, “y ya más bien con el pie en
el estribo y concluido mi cometido”, el mismo secretario le enseñó una carta en
la que el expresado municipe y mayordomo de la corporación decía que ésta había
llevado muy mal la pacífica gestión del presbítero Prieto, considerando que
había humillado a la hermandad, y que hiciera saber. Como veremos, la mediación
clerical no fue bien recibida. El visitador dice que ya no era tiempo para
proceder, aunque consideraba que la oposición no era muy grande. Después dice
que todo ello se lo había dicho verbalmente al mismo secretario del tribunal de
las Órdenes, al cual ahora se dirigía, reiterándole lo extraño que era que,
aunque se resistían a la autoridad que él ejercía como visitador y
representante del tribunal, se dirigían a éste en súplica de gracias, pidiendo
como si fuera una corporación “religiosa” cuando, en el fondo, no reconocen
superior. En resumidas cuentas, que le extrañaba o parecía una desfachatez muy
grande, que se arrogaran el título de “sociedad cristiana” los que rompían los lazos que la unían a ésta y los reducían
a la nada, cuando les venía bien. Tras esta exposición tan prolija e
interesante el visitador pedía al gobernador eclesiástico que informara al tribunal
“con el mayor acierto”.
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