NOTAS PARA LA HISTORIA DE LA COFRADÍA DE LA SOLEDAD DE GUADALCANAL, DURANTE EL SIGLO XIX.
Por Germán Calderón Alonso
Revista de Guadalcanal año 1997
III. LA RESPUESTA DEL CLERO DE SAN SEBASTIÁN.
Pero tenemos ya que ver la respuesta de otra parroquia, San
Sebastián. Por ella informó el mismo dos de julio el teniente de cura párroco
D. Vicente Salvador que expresó las razones que le asistían para considerar
infundadas e injustificables las pretensiones de los hermanos de la Soledad.
Por un lado ya era antigua la petición de la hermandad de
que las parroquias asistieran a su procesión. Tampoco era el primer paso la
exposición que se había hecho al alto tribunal. En un tercer lugar se vierten
acusaciones graves sobre la corporación
pues literalmente se dice: “... ha largo tiempo que se abriga esta idea, no ha mucho que se promovió esta cuestión, no por pureza de
sentimientos religiosos sino, por mera vanidad y ostentación mundana y por el
deseo de crear una preeminencia que jamás ha existido ¡Sensible es el extravío
que en este punto se advierte en las ideas evangélicas y en el espíritu de
nuestro divino dogma”. Las mismas acusaciones de siempre: se le achaca a las
cofradías la riqueza de sus procesiones, la mundanidad que demuestran en sus
desfiles procesionales. Pero las acusaciones llegan a más pues de dice que la
corporación “... quiere con perjuicio de tercero, un lujo, ostentación y pompa
innecesarios, sólo por vanidad para aparentar orgullo y superioridad sobre los
demás”. D. Vicente Salvador alega que “...no es ciertamente el exterior mundano
el que eleva los actos de nuestra sublime religión, sino la fe ardiente y pura,
el recogimiento de las costumbres y la sencillez y dignidad de las prácticas y
ceremonias”. En fin, la teoría de la preeminencia de las costumbres sencillas y
puras sobre la pompa habitual en las cofradías de todos los lugares y tiempos,
cuestión que hoy sigue viva y latente y tan de actualidad como en el siglo XIX.
Pero hay más y aquí está, como hemos dicho en repetidas ocasiones, el meollo de
la cuestión de lo que la anterior argumentación es un simple adorno puede que
hasta retórico. A todo lo anterior se une el que intentaba, según el sacerdote,
fomentar el espíritu de rivalidad entre las tres parroquias, destacando el
primer puesto de Santa María. La verdad es que no creemos que se le pudiera
echar demasiada leña al fuego de por si tan encendido. No se quería, en ninguna
manera, reconocer el carácter de Iglesia Mayor a una de las tres. Para el cura
teniente de San Sebastián bajo la capa del culto que debía tributarse a Jesús
Yacente se ocultaban otras dos intenciones que él venía a considerar diríamos
bastardas: dotar de una excesiva solemnidad a la procesión y ratificar la preeminencia
de Santa María. Según continuaba contando hacía dos meces, es decir en mayo,
ante el visitador, el clero de las dos parroquias preteridas “procurando
destruir toda idea de rivalidad y de servidumbre que envilece” convino “motu
propio” asistir a la procesión del Santo Entierro. Ahora bien no cedía sin
compensaciones pues el de Santa María en contrapartida debería asistir a las
procesiones de los otros dos, singularmente a las citadas del Hábeas Christi. A
continuación vemos en el texto una serie de interesantes preguntas retóricas
pues se nos dice: “Si es sólo la suntuosidad y solemnidad de la religión lo que
se procura ¿Por qué no se accedió a esta justa y equitativa demanda?, ¿No son todos
los pasos y procesiones de la pasión y muerte de nuestro Redentor de igual importancia
y consideración?, ¿Cuáles no merecen practicarse y recordarse con augusto y majestuoso
esplendor?. Desde nuestro punto de vista del día de hoy, la respuesta en parte
estaría clara pues, por inveterada costumbre, la procesión del Santo Entierro
ciertamente se considera oficial y más importante que las demás. Y ello ocurre
en la generalidad de los lugares donde se celebra. Ahora mismo este aserto se
discute. Pero para el clero de Santa Ana y San Sebastián, no estaba nada claro
y hay que reconocerles su valiente defensa de sus derechos.
Siguen las preguntas retóricas: “Si había pureza de
motivos y delicadeza de sentimientos ¿Por qué no se aceptó la proposición y se
impuso voluntariamente el Clero y la cofradía solicitantes la carga que
espontáneamente se imponían las clerecías de Santa Ana y San Sebastián?. En fin, se acusa al clero
de Santa María de desear imponer su predominio y de no dejarse llevar por la
pureza de motivos, lo que quizás parecería
más grave. Pero sigue más pues se afirma que ninguna de las tres
parroquias tiene tiempo para asistir a las funciones de las otras y lo más
importante, ninguna puede exigirlo ni hasta ahora lo ha hecho. Ante esta falta de derecho y
costumbre sólo se podía exigir, según el teniente cura, esta obligación si
existía reciprocidad de servicios prestados gratuita y voluntariamente. Un
verdadero toma y daca. Se afirma que si estos servicios fueran forzosos e
interesados perderían su grandeza. Se aduce que “la violencia y el interés
empañan el refulgente esplendor de las prácticas y ceremonias religiosas”. Por
otra parte se dice que no se puede alegar la
asistencia del clero al entierro de un sacerdote. Vuelven a aparecer las
razones que exponía el párroco de Santa Ana. A estos funerales se iba porque
así lo ordenaban las constituciones de la hermandad de sacerdotes de San Pedro,
las cuales abundaban en poblaciones con numeroso clero y que también existían
en Guadalcanal, conservando hoy documentación de ella en el Archivo General del
Arzobispado. Por otra parte se recuerda que no existían conexiones entre este
entierro y el de Cristo. Al Santo Entierro asistía todo el clero con
sobrepelliz acompañado de los sirvientes de los diversos templos. Y lo más
importante es que se dice que iban “sólo por pura devoción y voluntariamente,
no por cumplimiento, y vana ostentación como sucede en aquel”. Existe una
cierta contradicción en las palabras de D. Vicente Salvador que diciendo huir
de la ostentación reconoce que se asiste a los entierros de sacerdote por puro
cumplimiento, guardando unas reglas. En resumen, tras larga exposición, el
teniente de cura párroco de San Sebastián pide al secretario del tribunal de
órdenes que exponga a éste alto organismo los motivos que tienen ambas
clerecías para no asistir a la procesión a fin de que pudiera apreciarlos y,
consiguientemente, juzgarlos.
Pero veamos el informe del visitador eclesiástico que nos
echará mucha luz sobre este enojoso asunto.
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