jueves, 17 de enero de 2013

COFRADÍA DE LA SOLEDAD DE GUADALCANAL, DURANTE EL SIGLO XIX. (2)


NOTAS PARA LA HISTORIA DE LA COFRADÍA DE LA SOLEDAD DE GUADALCANAL, DURANTE EL SIGLO XIX.
Por Germán Calderón Alonso
Revista de Guadalcanal año 1997


III.      LA RESPUESTA DEL CLERO DE SAN SEBASTIÁN.

Pero tenemos ya que ver la respuesta de otra parroquia, San Sebastián. Por ella informó el mismo dos de julio el teniente de cura párroco D. Vicente Salvador que expresó las razones que le asistían para considerar infundadas e injustificables las pretensiones de los hermanos de la Soledad.
Por un lado ya era antigua la petición de la hermandad de que las parroquias asistieran a su procesión. Tampoco era el primer paso la exposición que se había hecho al alto tribunal. En un tercer lugar se vierten acusaciones graves sobre la  corporación pues literalmente se dice: “... ha largo tiempo que se abriga esta  idea, no ha mucho que se  promovió esta cuestión, no por pureza de sentimientos religiosos sino, por mera vanidad y ostentación mundana y por el deseo de crear una preeminencia que jamás ha existido ¡Sensible es el extravío que en este punto se advierte en las ideas evangélicas y en el espíritu de nuestro divino dogma”. Las mismas acusaciones de siempre: se le achaca a las cofradías la riqueza de sus procesiones, la mundanidad que demuestran en sus desfiles procesionales. Pero las acusaciones llegan a más pues de dice que la corporación “... quiere con perjuicio de tercero, un lujo, ostentación y pompa innecesarios, sólo por vanidad para aparentar orgullo y superioridad sobre los demás”. D. Vicente Salvador alega que “...no es ciertamente el exterior mundano el que eleva los actos de nuestra sublime religión, sino la fe ardiente y pura, el recogimiento de las costumbres y la sencillez y dignidad de las prácticas y ceremonias”. En fin, la teoría de la preeminencia de las costumbres sencillas y puras sobre la pompa habitual en las cofradías de todos los lugares y tiempos, cuestión que hoy sigue viva y latente y tan de actualidad como en el siglo XIX. Pero hay más y aquí está, como hemos dicho en repetidas ocasiones, el meollo de la cuestión de lo que la anterior argumentación es un simple adorno puede que hasta retórico. A todo lo anterior se une el que intentaba, según el sacerdote, fomentar el espíritu de rivalidad entre las tres parroquias, destacando el primer puesto de Santa María. La verdad es que no creemos que se le pudiera echar demasiada leña al fuego de por si tan encendido. No se quería, en ninguna manera, reconocer el carácter de Iglesia Mayor a una de las tres. Para el cura teniente de San Sebastián bajo la capa del culto que debía tributarse a Jesús Yacente se ocultaban otras dos intenciones que él venía a considerar diríamos bastardas: dotar de una excesiva solemnidad a la procesión y ratificar la preeminencia de Santa María. Según continuaba contando hacía dos meces, es decir en mayo, ante el visitador, el clero de las dos parroquias preteridas “procurando destruir toda idea de rivalidad y de servidumbre que envilece” convino “motu propio” asistir a la procesión del Santo Entierro. Ahora bien no cedía sin compensaciones pues el de Santa María en contrapartida debería asistir a las procesiones de los otros dos, singularmente a las citadas del Hábeas Christi. A continuación vemos en el texto una serie de interesantes preguntas retóricas pues se nos dice: “Si es sólo la suntuosidad y solemnidad de la religión lo que se procura ¿Por qué no se accedió a esta justa y equitativa demanda?, ¿No son todos los pasos y procesiones de la pasión y muerte de nuestro Redentor de igual importancia y consideración?, ¿Cuáles no merecen practicarse y recordarse con augusto y majestuoso esplendor?. Desde nuestro punto de vista del día de hoy, la respuesta en parte estaría clara pues, por inveterada costumbre, la procesión del Santo Entierro ciertamente se considera oficial y más importante que las demás. Y ello ocurre en la generalidad de los lugares donde se celebra. Ahora mismo este aserto se discute. Pero para el clero de Santa Ana y San Sebastián, no estaba nada claro y hay que reconocerles su valiente defensa de sus derechos.
            Siguen las preguntas retóricas: “Si había pureza de motivos y delicadeza de sentimientos ¿Por qué no se aceptó la proposición y se impuso voluntariamente el Clero y la cofradía solicitantes la carga que espontáneamente se imponían las clerecías de Santa Ana  y San Sebastián?. En fin, se acusa al clero de Santa María de desear imponer su predominio y de no dejarse llevar por la pureza de motivos, lo que quizás parecería  más grave. Pero sigue más pues se afirma que ninguna de las tres parroquias tiene tiempo para asistir a las funciones de las otras y lo más importante, ninguna puede exigirlo ni hasta ahora  lo ha hecho. Ante esta falta de derecho y costumbre sólo se podía exigir, según el teniente cura, esta obligación si existía reciprocidad de servicios prestados gratuita y voluntariamente. Un verdadero toma y daca. Se afirma que si estos servicios fueran forzosos e interesados perderían su grandeza. Se aduce que “la violencia y el interés empañan el refulgente esplendor de las prácticas y ceremonias religiosas”. Por otra parte se dice que no se puede alegar la  asistencia del clero al entierro de un sacerdote. Vuelven a aparecer las razones que exponía el párroco de Santa Ana. A estos funerales se iba porque así lo ordenaban las constituciones de la hermandad de sacerdotes de San Pedro, las cuales abundaban en poblaciones con numeroso clero y que también existían en Guadalcanal, conservando hoy documentación de ella en el Archivo General del Arzobispado. Por otra parte se recuerda que no existían conexiones entre este entierro y el de Cristo. Al Santo Entierro asistía todo el clero con sobrepelliz acompañado de los sirvientes de los diversos templos. Y lo más importante es que se dice que iban “sólo por pura devoción y voluntariamente, no por cumplimiento, y vana ostentación como sucede en aquel”. Existe una cierta contradicción en las palabras de D. Vicente Salvador que diciendo huir de la ostentación reconoce que se asiste a los entierros de sacerdote por puro cumplimiento, guardando unas reglas. En resumen, tras larga exposición, el teniente de cura párroco de San Sebastián pide al secretario del tribunal de órdenes que exponga a éste alto organismo los motivos que tienen ambas clerecías para no asistir a la procesión a fin de que pudiera apreciarlos y, consiguientemente, juzgarlos.
Pero veamos el informe del visitador eclesiástico que nos echará mucha luz sobre este enojoso asunto.



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