Por Antonio Gordón Bernabé. Revista de Guadalcanal año 1981
Era costumbre desde muy antiguo que los fallecidos cristianos se enterrasen en las iglesias, y así vino sucediendo en Guadalcanal, donde desde 1241 se haría en la única iglesia existente entonces, que era la mezquita bendecida, con la advocación de Nuestra Señora Santa Ana. Posteriormente, al dividirse el pueblo en tres collaciones o barrios parroquiales, se hacía en cada una de las tres iglesias correspondientes.
En ocasiones, bien por saturación o por voluntad del difunto, se recurría a las iglesias del Espíritu Santo,
El barrio de Santa Ana comprendía las calles de Juan Pérez, Fox, Granillos, Santa Ana, Berrocal Grande o Espíritu Santo, Berrocal Chico o calle Alta, Larga de San José, llamada antes calle del Arco y Sevilla fuera, calleja de Miera, calleja de
Entre las personas ilustres que descansan en ella, se encuentra el Vicario don Juan Pérez, que fue cura de esta iglesia a finales del siglo XVI y principios del XVII, que tenía sus casas de morada en la calle que tomó su nombre y todavía es conocida como calle Juan Pérez. También yace en ella don Cristóbal Gordón, caballero de
Existían varias clases de enterramientos en las bóvedas, con precios que iban de tres a veinticuatro reales; muchos se sepultaban en las capillas, como la de
En febrero de 1849 se saturó de cadáveres y se convirtió la iglesia del Espíritu Santo en cementerio destinado para los fallecidos de Santa Ana hasta julio del mismo año.
En julio de 1855 se inauguró el cementerio común en los llanos de San Francisco, quedando así hasta nuestros días, por lo que, llos que no habían cumplido diez años en esa fecha, quedaron para siempre en Santa Ana, y según los libros de defunciones he contabilizado 195 párvulos y 161 adultos, que hacen un total de 356 difuntos los que se encuentran actualmente bajo las losas de Santa Ana, además de miles de restos.
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