lunes, 9 de marzo de 2009

Tanto va el cántaro a la fuente...


Por la sombra que vemos en la parte baja de la fotografía, debía ser por la tarde cuando el fotógrafo la realizó. También pensamos que la época del año posiblemente fuera verano, porque sólo tres niños –en la mitad de la fotografía junto a la capilla de San Vicente- se atreven a transitar, a una hora en que posiblemente sus padres duerman la siesta.

Hace poco tiempo observamos esta vista desde el mismo lugar que el fotógrafo uso para conseguir esta instantánea, y la primera impresión que nos quedó es que la iglesia de Santa Ana se encuentra más baja. Aunque al fijarnos mejor, lo que realmente comprobamos, es que excepto los edificios que se ven en primer plano, la mayoría han subido una planta.

Guadalcanal no ha crecido en extensión, pero sí en altura. Lo que nuestros abuelos usaron como habitáculo para guardar la paja y alimentar a las caballerías, nosotros lo hemos usado para que nuestros hijos edifiquen la casa, que les servirá para iniciar la convivencia de una nueva familia.

Volvemos a mirar la sombra inferior de la fotografía y dudamos que sea la sombra, ya que es imposible –creemos- que se pueda producir la misma, cuando además –si nos fijamos- la sombra de los naranjos apunta hacia otro lado. Posiblemente sea la parte superior del campanario, lo que nosotros vemos como sombra.

Pero la verdad es, que nada de eso tiene importancia, cuando el objeto de nuestros comentarios es otro. Nosotros queremos hablarles de esa otra figura, que principia a abandonar la plaza, con un cántaro sobre los hombros.

Con un cántaro sobre los hombros y en una fotografía de los años cincuenta, no puede ser otro que Ito. Ahora no nos viene a la memoria sus apellidos, pero como otros personajes de aquélla época, no le hace falta.

Recordamos que vivía en la calleja de San Sebastián, junto con su hermana, y con otro hermano. Le recordamos cada día que íbamos a la Plaza, una y otra vez bajando los dos escalones de la fuente, que los naranjos no nos dejan ver, y acercar el cántaro a uno de los tres caños, para llenarlo de agua. Tenía en el hombro una especie de correa, que le ayudaría a transportar más cómodamente la vasija de agua.

Nos preguntamos ¿cuántos cántaros acarrearía al día y que estipendio recibiría por cada uno de ellos?. Una perra gorda, o un real posiblemente, o quizás sólo llegara a un mendrugo de pan.

Es curioso, pero a pesar de los años transcurridos, seguimos recordando su cara, con aquella cabeza siempre pelada al rape y la boina sobre ella, con aquella sonrisa desdentada, y los ojos tristemente alegres.

Volvemos a mirar las sombras, y de nuevo dudamos, ahora nos fijamos en la sombra de Ito y en la farola que ha dejado atrás, y efectivamente, sí coincide la sombra de la torre, la de Ito y la de la farola, así que nos preguntamos, ¿qué hora y qué periodo del año eligió el fotógrafo para hacerla?.

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