Guadalcanal a 29 de marzo de 2009
A mis abuelos
A Estrella
PRESENTACIÓN
Con la Venia de nuestro párroco don Gabriel Sánchez, Excelentísimo Alcalde de Guadalcanal, Ilustrísimas Autoridades, Hermanos y Hermanas Mayores de las distintas hermandades, cofrades, familiares y amigos que me acompañáis en este día:
Hoy el corazón me está volviendo a palpitar.
No sólo por los nervios, que los tengo. Sino también por la satisfacción, el orgullo y el agradecimiento que siento hacia vosotros por elegirme, animarme y confiarme tan importante labor como lo es, el ser pregonero de la Semana Santa de mi pueblo, de la Semana Santa de Guadalcanal.
Es en estos momentos iniciales de nervios, de palpitar y de orgullo cuando más me acuerdo de la figura de Inmaculada Navarrete.
Aquella mujer de ideas libres con la que dí mis primeros pasitos en el mundo del periodismo y que tanto bien me hizo en el devenir de mi carrera.
Sabedora de mi afición por esta nuestra Semana de Pasión se dirigía a mí muy a menudo con el apelativo de “manasantero”; nombre con el que se conoce en su tierra a aquéllos que al igual que a nosotros nos mueve el sentir, la pasión y el trabajo por la Semana Santa.
Recuerdo como en más de una ocasión me relató lo que supuso para ella ser pregonera, hasta en dos ocasiones, en su pueblo malagueño. La satisfacción de llegar a todas las personas que como ella, y como nosotros hoy sentimos tan de cerca esta misteriosa pasión.
Es por eso que hoy comienzo con el recuerdo de aquel maravilloso tiempo que pasé en aquella redacción. Aquellas conversaciones y aquel preludio de lo que hoy soy.
Puedo decir pues, que mi mentora, por increíble que parezca, fue la gran Inmaculada Navarrete que hace tres años me metió ese gusanillo de ser yo el que hoy Veintinueve de marzo de dos mil nueve sea quien os traiga el mensaje de todo “manasantero” al pueblo de Guadalcanal.
Vaya mi agradecimiento a quien tanto me enseñó.
EL RECUERDO
"Dime y lo olvido. Enséñame y lo recuerdo. Involúcrame y lo aprendo"
Palabras de Benjamin Franklin que me sirven hoy para describir el sentir de un niño que aún no sabía leer ni escribir y que ya conocía todas las denominaciones de cada una de las hermandades de su pueblo.
Un niño que se movía al compás de la banda de los Alabarderos.
Que conocía a los diferentes titulares que cada primavera desfilaban en sus pasos por la calles de su pueblo.
Un niño que no deseaba otra cosa en el mundo que no fuera ser costalero. Los sueños de este niño comenzaron a fraguarse sin que él lo supiese. Al poco de nacer, su tío lo hacía hermano de la Hermandad de la Borriquita. Aquella que en mil novecientos setenta y nueve fundara el memorable don Antonio. Quien le iba a decir a él que nunca jamás la abandonaría.
La pasión, que poco a poco se le iba inculcando a este niño dio más de un quebradero de cabeza a su madre. A quien no le quedaba otra que aceptar los deseos del enano cuando se le antojaba hacer su particular ofrenda floral a la Virgen. ¿A qué Virgen? A la que tocara en ese momento.
Tampoco se libraba la mujer de construir pasos de cartón y papel de aluminio para el entretenimiento de éste y de su hermano Iván.
Tampoco su padre se libraría de aquel sentimiento y había de cargar con él a los ensayos de costalero que todas las semanas llevaba a cabo junto al resto de las cuadrillas del paso de misterio del Santo Entierro y de la Virgen de la Paz.
Su padre se ubicaba en la trabajadera correspondiente mientras el niño desafiaba al frío, escuchaba el maltrecho casette y aseguraba que algún día sería él quien ocuparía ese lugar.
Los abuelos también tuvieron que ver, claro que si, en que la pasión y el sentimiento nunca se apagasen.
Aquella casa llena de retratos de hijos y nietos, que cada Semana Santa se adornaba de claveles y gladiolos que los numerosos retoños les llevaban de recuerdo. No existía otra festividad mayor para este niño que no fuera la de ver con sus propios ojos como daba la bienvenida Jesús en aquel siempre maravilloso Domingo de Ramos.
Lo interminable que se hacían el lunes y el martes santo a la espera de que el miércoles por fin volvieran las procesiones.
Ese atardecer infinito que cubría de belleza a Aquél que aguantaba con humildad y paciencia la fustigación a la que era sometido.
El destello de ilusión que llevaba consigo "el Amarrao" en su subida hacia su calle preferida: la calle Santa Ana.
El amanecer del Nazareno que componía una inimaginable postal a su paso por el Palacio, para posteriormente ser clavado en la cruz y poder verlo en la calle Concepción mientras su madre la Virgen de los Dolores portaba rastros de la lluvia de pétalos que desde el cielo caían.
El auge llegaba cuando se echaba la noche y bajo su capucha de nazareno se sumaba a la pena y al recogimiento por la muerte de nuestro Señor, y bastaba con echar la vista atrás para comprobar el amargo semblante de quien tanto lo quiso.
¿Ahí se acababa la Semana Grande para él? Pues no. Fuese como fuere el Domingo había otra, la de la Resurrección y allá que iba, y allá que se me moría de pena porque entonces si que acababa algo grande.
La afición y el sentir no decaían pero hacía falta un nuevo paso.
Una involucración mayor.
Y dicho pasó llegaría en el año noventa y uno. Cuando otra vez su tío lo animó para que formara parte de aquéllos que por entonces no tenían nombre y que todos llamaban Alabarderos.
Ocho añitos y un tambor que casi le superaba en altura
Ocho años y un sofocón porque al enano esta vez se le antojaba tocarle a Nuestro Padre Jesús.
Muchas noches de frío, muchos dolores de pies. Muchos picores y entrillones con el casco de la antigua centuria romana.
Zapatones del cuarenta y tres y manos que incluso en sueño seguían el ritmo de la procesión.
Caminatas interminables hasta el campo de fútbol, la cárcel vieja, el hospital de los Milagros, el callejón de la Cava, la sacristía, o la iglesia de Santa Ana.
Ahí comenzaba a fraguarse también otra pasión. La de la música cofrade. Era una forma más de participar de aquello tan grande. De Nuestra Semana.
La curiosidad del niño iba en aumento y no podía conformarse con un solo instrumento. Tras tres años en la percusión, decidió cambiarse a la noble corneta.
Bajo la batuta del inolvidable Luis, el del repuesto, aprendió música. Lo suficiente para comprender que aquello que sonaba era puro sentimiento.
La pasión ahora iba in crescendo. ¿Por qué conformarse con verla en alguna esquina si ahora podía estar presente en cada paso que daba?
¿Por qué no aportar un granito de arena?
¿Por qué no ser uno de tantos que sacrifica su tiempo para hacer de Guadalcanal punto de referencia cofrade en toda la geografía andaluza?
El niño se hizo adolescente sin apenas darse cuenta.
La adolescencia dio paso a la madurez y todo bajo el manto de algo tan bonito como vivir de un sentimiento tan puro, tan comprometido como el de ser cofrade.
Todo el que me inculcó una tradición, unos valores, unas aficiones lo hizo sin saber que hoy me siento muy agradecido de ser parte de mi Semana Santa.
Palabras de Benjamin Franklin que me sirven hoy para describir el sentir de un niño que aún no sabía leer ni escribir y que ya conocía todas las denominaciones de cada una de las hermandades de su pueblo.
Un niño que se movía al compás de la banda de los Alabarderos.
Que conocía a los diferentes titulares que cada primavera desfilaban en sus pasos por la calles de su pueblo.
Un niño que no deseaba otra cosa en el mundo que no fuera ser costalero. Los sueños de este niño comenzaron a fraguarse sin que él lo supiese. Al poco de nacer, su tío lo hacía hermano de la Hermandad de la Borriquita. Aquella que en mil novecientos setenta y nueve fundara el memorable don Antonio. Quien le iba a decir a él que nunca jamás la abandonaría.
La pasión, que poco a poco se le iba inculcando a este niño dio más de un quebradero de cabeza a su madre. A quien no le quedaba otra que aceptar los deseos del enano cuando se le antojaba hacer su particular ofrenda floral a la Virgen. ¿A qué Virgen? A la que tocara en ese momento.
Tampoco se libraba la mujer de construir pasos de cartón y papel de aluminio para el entretenimiento de éste y de su hermano Iván.
Tampoco su padre se libraría de aquel sentimiento y había de cargar con él a los ensayos de costalero que todas las semanas llevaba a cabo junto al resto de las cuadrillas del paso de misterio del Santo Entierro y de la Virgen de la Paz.
Su padre se ubicaba en la trabajadera correspondiente mientras el niño desafiaba al frío, escuchaba el maltrecho casette y aseguraba que algún día sería él quien ocuparía ese lugar.
Los abuelos también tuvieron que ver, claro que si, en que la pasión y el sentimiento nunca se apagasen.
Aquella casa llena de retratos de hijos y nietos, que cada Semana Santa se adornaba de claveles y gladiolos que los numerosos retoños les llevaban de recuerdo. No existía otra festividad mayor para este niño que no fuera la de ver con sus propios ojos como daba la bienvenida Jesús en aquel siempre maravilloso Domingo de Ramos.
Lo interminable que se hacían el lunes y el martes santo a la espera de que el miércoles por fin volvieran las procesiones.
Ese atardecer infinito que cubría de belleza a Aquél que aguantaba con humildad y paciencia la fustigación a la que era sometido.
El destello de ilusión que llevaba consigo "el Amarrao" en su subida hacia su calle preferida: la calle Santa Ana.
El amanecer del Nazareno que componía una inimaginable postal a su paso por el Palacio, para posteriormente ser clavado en la cruz y poder verlo en la calle Concepción mientras su madre la Virgen de los Dolores portaba rastros de la lluvia de pétalos que desde el cielo caían.
El auge llegaba cuando se echaba la noche y bajo su capucha de nazareno se sumaba a la pena y al recogimiento por la muerte de nuestro Señor, y bastaba con echar la vista atrás para comprobar el amargo semblante de quien tanto lo quiso.
¿Ahí se acababa la Semana Grande para él? Pues no. Fuese como fuere el Domingo había otra, la de la Resurrección y allá que iba, y allá que se me moría de pena porque entonces si que acababa algo grande.
La afición y el sentir no decaían pero hacía falta un nuevo paso.
Una involucración mayor.
Y dicho pasó llegaría en el año noventa y uno. Cuando otra vez su tío lo animó para que formara parte de aquéllos que por entonces no tenían nombre y que todos llamaban Alabarderos.
Ocho añitos y un tambor que casi le superaba en altura
Ocho años y un sofocón porque al enano esta vez se le antojaba tocarle a Nuestro Padre Jesús.
Muchas noches de frío, muchos dolores de pies. Muchos picores y entrillones con el casco de la antigua centuria romana.
Zapatones del cuarenta y tres y manos que incluso en sueño seguían el ritmo de la procesión.
Caminatas interminables hasta el campo de fútbol, la cárcel vieja, el hospital de los Milagros, el callejón de la Cava, la sacristía, o la iglesia de Santa Ana.
Ahí comenzaba a fraguarse también otra pasión. La de la música cofrade. Era una forma más de participar de aquello tan grande. De Nuestra Semana.
La curiosidad del niño iba en aumento y no podía conformarse con un solo instrumento. Tras tres años en la percusión, decidió cambiarse a la noble corneta.
Bajo la batuta del inolvidable Luis, el del repuesto, aprendió música. Lo suficiente para comprender que aquello que sonaba era puro sentimiento.
La pasión ahora iba in crescendo. ¿Por qué conformarse con verla en alguna esquina si ahora podía estar presente en cada paso que daba?
¿Por qué no aportar un granito de arena?
¿Por qué no ser uno de tantos que sacrifica su tiempo para hacer de Guadalcanal punto de referencia cofrade en toda la geografía andaluza?
El niño se hizo adolescente sin apenas darse cuenta.
La adolescencia dio paso a la madurez y todo bajo el manto de algo tan bonito como vivir de un sentimiento tan puro, tan comprometido como el de ser cofrade.
Todo el que me inculcó una tradición, unos valores, unas aficiones lo hizo sin saber que hoy me siento muy agradecido de ser parte de mi Semana Santa.
LA DISTANCIA
Que poco entendía de Semana Santa aquél que dijo un día que la distancia hacía el olvido.
Hoy desde este atril no tengo más remedio que acordarme de todo aquél que por distintos motivos no podrá disfrutar del embrujo de nuestra Semana de Pasión.
No percibirá el embriagador aroma del azahar de los naranjos de su adorada Plaza de España cuando comience a aflorar el piano del Cristo del Amor.
Añorará el reflejo de los cirios reflejados en tu bendita cara Señora de la Paz.
Llorará mientras sus oídos tratan de recordar la voz del capataz del Cristo de los verdes que con fervor guía a sus hermanos costaleros hasta la mismísima gloria.
Velará a nuestra par por la imagen que acompaña a las notas de Amargura.
Su pelo se erizará cuando recuerde su niñez y la solemnidad del Viernes tarde.
Y soñará con la Concepción cuando por la calle Guaditoca asome un año más ese Cristo de las Aguas para perderse después en las tiniebla y resucitar un día después para goce de nuestras almas bajo un cielo inmaculado con la esperanza de que el próximo año pueda dar rienda suelta a su divina devoción.
Todo ello no me es ajeno, y es que hace un año por estas fechas temía que llegara la hora de que diese comienzo ese Domingo de Ramos.
Ese Domingo de Ramos en que por primera vez en mi vida no estaría presente.
Aquella tacita de plata me quería para ella en fecha tan señalada.
Aquella ciudad que con tanto cariño me acogió y de la que tanto me acuerdo me ofrecía su particular visión de ésta, mi fiesta.
Hoy le estoy muy agradecido, ya que de no ser por aquel tiempo jamás me hubiera dado cuenta de lo que siento yo por ti, Guadalcanal.
Me resulta muy difícil describir lo que sentí aquel domingo de marzo, cuando en la puerta de aquella iglesia esperaba que el milagro se produjese.
Que de alguna manera me llevase con los míos y poder disfrutar de mi Burra y de mi gente.
Sus bellas imágenes, la alegría de sus gentes, los sones de su pasión... nada podía hacer que me olvidara de todo aquello que añoraba.
Mi pena, sin embargo, se agrandó a medida que las nubes aparecían en el cielo de aquel nefasto Miércoles Santo.
Aquel sagrado día que tantas lágrimas costó a mis amigos cofrades.
Como un niño que despierta de un mal sueño, deseé mediante una llamada que una voz amiga y lejana me mintiese y con alegría me dijese, nuestro Peña está en la calle.
No hubo en mi corazón sino un sabor amargo pensando en el dolor de todo un pueblo llorando aquel deseo del señor.
A ti paisano, que hoy lejos te encuentras
espero que mi palabra te llegue
y que sinceramente entiendas
que se de tu pesar.
Yo que un día dije Gracias Cádiz
pero yo quiero a mi Guadalcanal.
DOMINGO DE RAMOS
A los que este año sí que podamos estar, a buen seguro, nos despertará el primer rayo de luz de la mañana.
Un rayo especial puesto que no se trata de un día como otro cualquiera, sino del Domingo de Ramos.
Todo guadalcanalense que haya pasado su infancia en este maravilloso pueblo sabe de lo que hablo, cuando digo, que se trata de un día muy especial.
Una mañana cargada de luz, color, devoción y todo un sin fin de sentimientos que aún quedan por nombrar y que el hombre, en todos sus años de historia, no ha conseguido.
En este día, todos miramos al cielo disipando cualquier abismo de desorden en una mañana que se hizo para el disfrute.
Recorrer su calles con las brisas de la primavera resulta un placer solo al alcance de unos pocos.
Los aromas se entremezclan unos con otros haciendo muy difícil explicar la explosión de vida que se almacena en nuestros corazones.
Con paso firme y decidido caminamos hacia esa Plaza de los Naranjos, que en días como este cobran mayor protagonismo y nos ofrecen otra de las maravillas de la naturaleza.
La bendita flor cobra vida y nos anuncia el principio de aquello que venimos esperando todo un año. La antesala de nuestra pasión.
Los minutos en esa plaza se hacen eternos mientras observamos como acuden matrimonios con sus hijos, parejas de novios, amigos y amigas.
Sus gestos, sus sonrisas e incluso sus nervios adquieren matices muy diferentes en este gran Domingo.
Los minutos pasan y se acerca la hora, cuando de pronto nuestro corazón late al ritmo del tambor en paso de ordinario.
A lo lejos se divisa una marea de gorras blancas y cinturones celestes. Se trata de la Banda de Cornetas y Tambores que acude fiel a su cita para acompañar a su Señor. Al que le deben el nombre y al que le dedicarán como de costumbre la primera marcha.
Ya queda menos. La venia está pedida y poco a poco se abre el portalón de la iglesia.
En la penumbra y saludando a todo un pueblo el Cristo del Amor montado en su borriquita.
En el aire un repique de campanas alerta de que todo comienza. Guadalcanal, alégrate, tu Cristo está en la calle.
Junto a Él su madre María Santísima del Rosario, con la cara llena de alegría de ver como un año más, entre Palmas y Azahar su Hijo recibe tan acogedor recibimiento como en el que en este día le brinda su gente.
Los capirotes celestes del cielo de la mañana avanzan lentamente. No hay prisas, el Señor está hoy con nosotros.
Una primera levantá. Un primer aplauso. Una primera marcha, como no, Cristo del Amor.
Todas las miradas ahora se dirigen a tu rostro y no cesarán en ningún momento, puesto que en cada esquina de tu recorrido habrá un sentimiento.
En cada levantá un recuerdo. En cada chicotá una emoción.
Esta fuente inagotable de sensaciones perdurará durante todo el trayecto, seguro de ello estoy.
Y su culmén llegará, como cada año, cuando al filo de las tres de la tarde regreséis bajo vuestro olivo al escenario donde todo comenzó.
A esa Iglesia, donde Don Antonio, ese personaje tan querido en Guadalcanal, tuvo en idea la fundación de la humilde, venerable y entrañable Hermandad de la Borriquita.
Hay tiempo, sin embargo, de echar la vista arriba cuando en la Plaza otra vez, luzca con maestría el sentir del costalero a la voz del capataz.
Cuando el niño, enfundado en su pequeña túnica admire con ternura la grandeza de lo que tiene ante sus ojos.
Una orden más y el paso se gira hacia el pueblo. Para despedirse hasta el año que viene de quienes tanto lo quieren.
Y mentiría si dijese que se lo que sentiré en ese momento. De lo único que estoy seguro, si me lo permiten, es que cuando todo acabe estaré deseando encontrarme con la mirada de los míos y como no, con el abrazo de quienes han luchado este año conmigo para que podamos disfrutar de tan singular mañana.
Un rayo especial puesto que no se trata de un día como otro cualquiera, sino del Domingo de Ramos.
Todo guadalcanalense que haya pasado su infancia en este maravilloso pueblo sabe de lo que hablo, cuando digo, que se trata de un día muy especial.
Una mañana cargada de luz, color, devoción y todo un sin fin de sentimientos que aún quedan por nombrar y que el hombre, en todos sus años de historia, no ha conseguido.
En este día, todos miramos al cielo disipando cualquier abismo de desorden en una mañana que se hizo para el disfrute.
Recorrer su calles con las brisas de la primavera resulta un placer solo al alcance de unos pocos.
Los aromas se entremezclan unos con otros haciendo muy difícil explicar la explosión de vida que se almacena en nuestros corazones.
Con paso firme y decidido caminamos hacia esa Plaza de los Naranjos, que en días como este cobran mayor protagonismo y nos ofrecen otra de las maravillas de la naturaleza.
La bendita flor cobra vida y nos anuncia el principio de aquello que venimos esperando todo un año. La antesala de nuestra pasión.
Los minutos en esa plaza se hacen eternos mientras observamos como acuden matrimonios con sus hijos, parejas de novios, amigos y amigas.
Sus gestos, sus sonrisas e incluso sus nervios adquieren matices muy diferentes en este gran Domingo.
Los minutos pasan y se acerca la hora, cuando de pronto nuestro corazón late al ritmo del tambor en paso de ordinario.
A lo lejos se divisa una marea de gorras blancas y cinturones celestes. Se trata de la Banda de Cornetas y Tambores que acude fiel a su cita para acompañar a su Señor. Al que le deben el nombre y al que le dedicarán como de costumbre la primera marcha.
Ya queda menos. La venia está pedida y poco a poco se abre el portalón de la iglesia.
En la penumbra y saludando a todo un pueblo el Cristo del Amor montado en su borriquita.
En el aire un repique de campanas alerta de que todo comienza. Guadalcanal, alégrate, tu Cristo está en la calle.
Junto a Él su madre María Santísima del Rosario, con la cara llena de alegría de ver como un año más, entre Palmas y Azahar su Hijo recibe tan acogedor recibimiento como en el que en este día le brinda su gente.
Los capirotes celestes del cielo de la mañana avanzan lentamente. No hay prisas, el Señor está hoy con nosotros.
Una primera levantá. Un primer aplauso. Una primera marcha, como no, Cristo del Amor.
Todas las miradas ahora se dirigen a tu rostro y no cesarán en ningún momento, puesto que en cada esquina de tu recorrido habrá un sentimiento.
En cada levantá un recuerdo. En cada chicotá una emoción.
Esta fuente inagotable de sensaciones perdurará durante todo el trayecto, seguro de ello estoy.
Y su culmén llegará, como cada año, cuando al filo de las tres de la tarde regreséis bajo vuestro olivo al escenario donde todo comenzó.
A esa Iglesia, donde Don Antonio, ese personaje tan querido en Guadalcanal, tuvo en idea la fundación de la humilde, venerable y entrañable Hermandad de la Borriquita.
Hay tiempo, sin embargo, de echar la vista arriba cuando en la Plaza otra vez, luzca con maestría el sentir del costalero a la voz del capataz.
Cuando el niño, enfundado en su pequeña túnica admire con ternura la grandeza de lo que tiene ante sus ojos.
Una orden más y el paso se gira hacia el pueblo. Para despedirse hasta el año que viene de quienes tanto lo quieren.
Y mentiría si dijese que se lo que sentiré en ese momento. De lo único que estoy seguro, si me lo permiten, es que cuando todo acabe estaré deseando encontrarme con la mirada de los míos y como no, con el abrazo de quienes han luchado este año conmigo para que podamos disfrutar de tan singular mañana.
Eli, Sonia, Juan, Ismael y Antonio... Gracias por un año inolvidable.
LA MÚSICA
Al éxtasis de pasión de ese gran día, de ese gran Domingo de Ramos, le siguen en nuestro querido pueblo dos días de espera.
Más de cincuenta horas para poder ver una nueva imagen en nuestras calles.
Para seguir dando rienda suelta a nuestro más puro fervor.
Sin embargo, la Semana Santa comenzó, la flor continúa abierta y en el ambiente algo hace suponer que no nos encontramos ante dos días cualesquiera.
Basta con pasear por sus calles una de estas tardes y agudizar el oído para dar fe de lo que digo.
Las notas campean a sus anchas por las calles Andrés Mirón, Costalero y Tres Cruces, porque en el centro justo una banda ensaya.
Se trata de la Asociación Musical Nuestra Señora de Guaditoca. La misma que abría este acto.
Aquella que se convirtiera en la década de los ochenta en otra de las grandes aportaciones de Don Antonio para la Semana Santa de Guadalcanal.
Hoy, desde tierras onubenses a buen seguro se sentirá orgulloso de aquello que creó y de ver como la semilla que él mismo sembró fue creciendo y creciendo hasta convertirse en todo un jardín de buen gusto y de mejor calidad.
A todo guadalcanalense le agrada ver como este grupo humano pasea el nombre de nuestro pueblo y nuestra Patrona por las calles de otras localidades.
Oír el nombre de Guadalcanal en bocas sevillanas y cordobesas supone todo un orgullo para nuestros oídos y verlos crecer en su tarea.... toda una satisfacción.
Pero además, tenemos el inmenso placer de disfrutarlos también en nuestra Semana Grande.
Aún permanece en mi memoria aquel recuerdo de verlos desfilar en ordinario. Todavía me parece increíble comprender cómo podían soportar el ritmo con instrumentos tan pesados como la enorme tuba o el bombo descomunal.
Llegaban y se posaban a un lado de la puerta de la iglesia y tras la salida del palio marchaban con él llenando de dulzor tan lindo caminar.
Cuando don Antonio se marchó muchas fueron las voces de incertidumbre que se mecieron sobre esta formación...
Hoy, aquellas dudas desaparecieron y todo un pueblo puede comprobar como aquel proyecto no se quedó solo en una mera ilusión, sino que gracias al tesón y entusiasmo de sus miembros siguió creciendo hasta llegar a ser punto de referencia en gran parte de nuestra provincia.
Antaño eran prácticamente unos desconocidos para mí. Hoy el orgullo me inunda por decir que estos genios del pentagrama son también mis amigos y que en días como este no podría tener jamás mejor presentación.
Más de cincuenta horas para poder ver una nueva imagen en nuestras calles.
Para seguir dando rienda suelta a nuestro más puro fervor.
Sin embargo, la Semana Santa comenzó, la flor continúa abierta y en el ambiente algo hace suponer que no nos encontramos ante dos días cualesquiera.
Basta con pasear por sus calles una de estas tardes y agudizar el oído para dar fe de lo que digo.
Las notas campean a sus anchas por las calles Andrés Mirón, Costalero y Tres Cruces, porque en el centro justo una banda ensaya.
Se trata de la Asociación Musical Nuestra Señora de Guaditoca. La misma que abría este acto.
Aquella que se convirtiera en la década de los ochenta en otra de las grandes aportaciones de Don Antonio para la Semana Santa de Guadalcanal.
Hoy, desde tierras onubenses a buen seguro se sentirá orgulloso de aquello que creó y de ver como la semilla que él mismo sembró fue creciendo y creciendo hasta convertirse en todo un jardín de buen gusto y de mejor calidad.
A todo guadalcanalense le agrada ver como este grupo humano pasea el nombre de nuestro pueblo y nuestra Patrona por las calles de otras localidades.
Oír el nombre de Guadalcanal en bocas sevillanas y cordobesas supone todo un orgullo para nuestros oídos y verlos crecer en su tarea.... toda una satisfacción.
Pero además, tenemos el inmenso placer de disfrutarlos también en nuestra Semana Grande.
Aún permanece en mi memoria aquel recuerdo de verlos desfilar en ordinario. Todavía me parece increíble comprender cómo podían soportar el ritmo con instrumentos tan pesados como la enorme tuba o el bombo descomunal.
Llegaban y se posaban a un lado de la puerta de la iglesia y tras la salida del palio marchaban con él llenando de dulzor tan lindo caminar.
Cuando don Antonio se marchó muchas fueron las voces de incertidumbre que se mecieron sobre esta formación...
Hoy, aquellas dudas desaparecieron y todo un pueblo puede comprobar como aquel proyecto no se quedó solo en una mera ilusión, sino que gracias al tesón y entusiasmo de sus miembros siguió creciendo hasta llegar a ser punto de referencia en gran parte de nuestra provincia.
Antaño eran prácticamente unos desconocidos para mí. Hoy el orgullo me inunda por decir que estos genios del pentagrama son también mis amigos y que en días como este no podría tener jamás mejor presentación.
Y si esto suena desde costalero, un poco más allá algo grande se pega también al oído.
Allá donde tiene su fin la luz, la vida se hace presente.
Un agudo sonido sale de una corneta mientras la chavalería cruza un paso de peatón.
A medida que te acercas el sonido del cobre se hace latente y un tambor sale a la calle a recibirte.
Cuando pasas al interior un mar de recuerdos sobre una moqueta roja te da la bienvenida.
En una esquina suenan unas palilleras y el resto de sus compañeros entonan un mismo son.
No hay palabras, porque en ese momento es donde comprendes donde se fragua toda la pasión.
Noches frías de agua o nieve. Largas caminatas. Mil y un sacrificios. Es la historia eterna de la Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo del Amor.
Juventud y veteranía se mezclan y cogen de la mano para hacer posible un año más que la pasión no desfallezca.
Y cada año un nuevo deseo, y en cada ensayo una misma ilusión. En cada marcha la alegría y en cada nota un gesto de devoción.
Y todo para que cada Domingo de Ramos cuarenta y seis corazones latan al mismo son.
Para presenciar al domingo siguiente las caritas de satisfacción y en la mente un recuerdo de todo lo que en un año pasó.
No cabría en todo un pregón la cantidad de recuerdos que poseo de esta banda.
Desde que a los ocho años me enfundara un tambor hasta el día de hoy son muchas las vivencias por las que he pasado. Muchos los compañeros que he tenido y muchas las alegrías que me ha dado.
En un día como el de hoy no podía, ni mucho menos olvidarme de ellos.
Parte imprescindible de esta nuestra Semana Santa, ya va siendo hora de que reciba su merecido reconocimiento.
Un reconocimiento avalado por años y años de sacrificio, de entrega y de trabajo. Por lejanos desprecios y recientes descalificaciones.
Hoy todo Guadalcanal ha de saber que existen cuarenta y seis oídos sordos ante un puñado de palabras necias.
Y que son esas palabras las que hacen de la Banda del Cristo del Amolr lo que hoy es. Un ejemplo de superación desde la humildad y la creencia en una serie de valores.
Que nadie se atreva a cuestionarlo.
Allá donde tiene su fin la luz, la vida se hace presente.
Un agudo sonido sale de una corneta mientras la chavalería cruza un paso de peatón.
A medida que te acercas el sonido del cobre se hace latente y un tambor sale a la calle a recibirte.
Cuando pasas al interior un mar de recuerdos sobre una moqueta roja te da la bienvenida.
En una esquina suenan unas palilleras y el resto de sus compañeros entonan un mismo son.
No hay palabras, porque en ese momento es donde comprendes donde se fragua toda la pasión.
Noches frías de agua o nieve. Largas caminatas. Mil y un sacrificios. Es la historia eterna de la Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo del Amor.
Juventud y veteranía se mezclan y cogen de la mano para hacer posible un año más que la pasión no desfallezca.
Y cada año un nuevo deseo, y en cada ensayo una misma ilusión. En cada marcha la alegría y en cada nota un gesto de devoción.
Y todo para que cada Domingo de Ramos cuarenta y seis corazones latan al mismo son.
Para presenciar al domingo siguiente las caritas de satisfacción y en la mente un recuerdo de todo lo que en un año pasó.
No cabría en todo un pregón la cantidad de recuerdos que poseo de esta banda.
Desde que a los ocho años me enfundara un tambor hasta el día de hoy son muchas las vivencias por las que he pasado. Muchos los compañeros que he tenido y muchas las alegrías que me ha dado.
En un día como el de hoy no podía, ni mucho menos olvidarme de ellos.
Parte imprescindible de esta nuestra Semana Santa, ya va siendo hora de que reciba su merecido reconocimiento.
Un reconocimiento avalado por años y años de sacrificio, de entrega y de trabajo. Por lejanos desprecios y recientes descalificaciones.
Hoy todo Guadalcanal ha de saber que existen cuarenta y seis oídos sordos ante un puñado de palabras necias.
Y que son esas palabras las que hacen de la Banda del Cristo del Amolr lo que hoy es. Un ejemplo de superación desde la humildad y la creencia en una serie de valores.
Que nadie se atreva a cuestionarlo.
EL PEÑA
Dos días después llega por fin la tarde tan deseada.
Aquella que remueve en nosotros tantas y tantas sensaciones.
Horas antes empiezan a desfilar los humildes costaleros, con sus fajas, sus zapatillas y su costal.
También aquellos que apresuran el paso con el capirote verde bajo el brazo y un cirio en la otra.
Sus caras se vuelven solemnes al tiempo que se acerca la magia de este Miércoles Santo.
A esa misma hora un niño en el balcón de una casa de las Erillas mira fijamente hacia la iglesia haciendo eterno ese momento.
Todo está preparado para que la caída del sol, puntual como siempre en días como este, dé paso al desborde de todo corazón guadalcanalense.
La fidelidad de un pueblo se agolpa en la salida, donde miradas incesantes contemplan el sacrificio de tan difícil maniobra.
Poquito a poco en el silencio del ocaso vislumbramos su cara y se para el tiempo para que un año más, bajo los sones de la marcha real, te veamos de nuevo en la calle.
Un batir de palmas, una voz entrecortada, los nervios en el estómago... todo ello lo provocas Tú.
Tú, con tu mirada perdida, pesadumbre del sufrimiento, nos haces sentirnos más humanos y solidarios. Más humildes y pacientes.
Y te lo demostramos con devoción cuando en tu primera levantá nuestros gestos se vuelven amor, y nuestras miradas armonía de unas palmas que resuenan llenas de dolor de ver como te fustigan quienes no te supieron querer.
Cuando el silencio se hace de nuevo y el día agoniza tu pesadumbre se vuelve alegría, pues tu humilde cuadrilla, no te lleva, si no que parece que recita poesía.
En su bella oda tu imagen se aleja camino del Palacio mientras tu Madre irrumpe en la devoción pueblerina.
Blanca inmaculada tu tez refleja tantos sentimientos en nuestros corazones que mis palabras no aciertan a describir todo lo que mi mente quisiera.
Tu mirada desconsolada, tus ojos enrojecidos y tu incesante dolor vuelven a congelar a todo un pueblo que te tiende la mano y te lleva en volandas mitigando tu pesar.
La mirada de aquel niño se vuelve agua, cuando su retina refleja tu lindo caminar.
Y observa, sin saber decir una palabra, las manos maestras que tallaron tan fino rostro de mujer.
En el ambiente flotan sensaciones, cuando el incienso guía tu camino y te encuentras Señor en aquella tu calle: la del Costalero.
Aquél que soporta el dolor en su cuello a la vez que tu en la espalda. Aquél a quien tanto le debes, y que sin quejarse te lleva una y otra vez al cielo.
Aquél que en cada revirá pone el alma y la piel, y toda la pureza que en su alma pueda albergar.
Aquél que te cuida y te quiere. Aquél que siempre ahí está.
Por eso, Señor, acuérdate cuando de regreso al templo veas la cara del niño abatido por el sueño y tu pecho se llene de emoción al saber que un día te quiso llevar y no pudo.
Acuérdate de quien tienes debajo, quienes sí que pueden hacer sentir tantas cosas a todo el que te admira.
Acuérdate también tú, Guadalcanal, cuando contemples a tu virgen de la Paz, y devuélvele a ese costalero todo lo que te ha dado, porque sin ellos, ten por seguro, nada sería igual.
Y un año más, no puedo sino desearle lo mejor a esta Hermandad a la que tanto cariño guardo desde el día en que nací.
Hermano Costalero, no tengo otra cosa que decirte, ni palabra más bella, que este año sí, las lágrimas no te impidan ver las estrellas.
Aquella que remueve en nosotros tantas y tantas sensaciones.
Horas antes empiezan a desfilar los humildes costaleros, con sus fajas, sus zapatillas y su costal.
También aquellos que apresuran el paso con el capirote verde bajo el brazo y un cirio en la otra.
Sus caras se vuelven solemnes al tiempo que se acerca la magia de este Miércoles Santo.
A esa misma hora un niño en el balcón de una casa de las Erillas mira fijamente hacia la iglesia haciendo eterno ese momento.
Todo está preparado para que la caída del sol, puntual como siempre en días como este, dé paso al desborde de todo corazón guadalcanalense.
La fidelidad de un pueblo se agolpa en la salida, donde miradas incesantes contemplan el sacrificio de tan difícil maniobra.
Poquito a poco en el silencio del ocaso vislumbramos su cara y se para el tiempo para que un año más, bajo los sones de la marcha real, te veamos de nuevo en la calle.
Un batir de palmas, una voz entrecortada, los nervios en el estómago... todo ello lo provocas Tú.
Tú, con tu mirada perdida, pesadumbre del sufrimiento, nos haces sentirnos más humanos y solidarios. Más humildes y pacientes.
Y te lo demostramos con devoción cuando en tu primera levantá nuestros gestos se vuelven amor, y nuestras miradas armonía de unas palmas que resuenan llenas de dolor de ver como te fustigan quienes no te supieron querer.
Cuando el silencio se hace de nuevo y el día agoniza tu pesadumbre se vuelve alegría, pues tu humilde cuadrilla, no te lleva, si no que parece que recita poesía.
En su bella oda tu imagen se aleja camino del Palacio mientras tu Madre irrumpe en la devoción pueblerina.
Blanca inmaculada tu tez refleja tantos sentimientos en nuestros corazones que mis palabras no aciertan a describir todo lo que mi mente quisiera.
Tu mirada desconsolada, tus ojos enrojecidos y tu incesante dolor vuelven a congelar a todo un pueblo que te tiende la mano y te lleva en volandas mitigando tu pesar.
La mirada de aquel niño se vuelve agua, cuando su retina refleja tu lindo caminar.
Y observa, sin saber decir una palabra, las manos maestras que tallaron tan fino rostro de mujer.
En el ambiente flotan sensaciones, cuando el incienso guía tu camino y te encuentras Señor en aquella tu calle: la del Costalero.
Aquél que soporta el dolor en su cuello a la vez que tu en la espalda. Aquél a quien tanto le debes, y que sin quejarse te lleva una y otra vez al cielo.
Aquél que en cada revirá pone el alma y la piel, y toda la pureza que en su alma pueda albergar.
Aquél que te cuida y te quiere. Aquél que siempre ahí está.
Por eso, Señor, acuérdate cuando de regreso al templo veas la cara del niño abatido por el sueño y tu pecho se llene de emoción al saber que un día te quiso llevar y no pudo.
Acuérdate de quien tienes debajo, quienes sí que pueden hacer sentir tantas cosas a todo el que te admira.
Acuérdate también tú, Guadalcanal, cuando contemples a tu virgen de la Paz, y devuélvele a ese costalero todo lo que te ha dado, porque sin ellos, ten por seguro, nada sería igual.
Y un año más, no puedo sino desearle lo mejor a esta Hermandad a la que tanto cariño guardo desde el día en que nací.
Hermano Costalero, no tengo otra cosa que decirte, ni palabra más bella, que este año sí, las lágrimas no te impidan ver las estrellas.
LOS VERDES
En la mañana del Jueves Santo los minutos se hacen horas.
Los sabores se vuelven amargos al saber que volveremos a verte hoy en la calle padeciendo tu castigo.
Nos gustaría pensar que todo acabó y el de arriba tuvo piedad de Ti, que los que llevas detrás se cansaron y que tu Madre no volverá a sufrir.
Sin embargo, la verdad es otra. La verdad fue otra.
Por eso tu pueblo, hoy igual que ayer, te vuelve a rendir homenaje, y tus fieles no te dejan solos.
Las túnicas rojas se entremezclan con las negras de capa verde cuando aún la luz no se ha vuelto sombra.
Sus pasos resuenan por las calles en el silencio del dolor, con la cara reflejando pesadumbre.
Y en el ambiente un grito de pasión, voces de esperanza, días de devoción.
Se prenden los cirios a la vez que va muriendo un día.
El alma se estremece y el aliento se congela, no fuera a ser que el más mínimo hilo de vida impidiera al capataz guiarte hacia tu salida.
Una vez en la calle el júbilo de tu pueblo mitiga tu dolor y te vistes de esperanza contemplando a tu centuria que aprende del sentir de sus mayores.
Maestro fuiste y, no pudiendo ser de otra manera, las manos de un maestro te tallaron.
Nadie como él podría haber simbolizado mejor la cantidad de sensaciones que en tu cara se acumulan.
Sereno rostro, eterno perdón. Divina clemencia. Bendito amor.
Y que decir de ti, Madre y Señora, que con tu hermosura acaparas miradas y en tu caminar arrastras corazones.
Virgen de la Cruz, que ni tus lágrimas de amargura afean tu belleza y que tu penar mi pueblo sofoca viendo como llevas bajo palio a su patrona y madre, Guaditoca.
El niño ahora sube a Santa Ana. Y desde la esquina de Altozano Bazán espera impaciente que tu cara asome, culminando la cima de Granillos para convertirte en Reina para todo un barrio.
Y llega el momento en que se posa junto a él y su abuela para decirle: ya está aquí tu Virgen,
Esperanza. Santanera de pro.
Tu hijo ya pasó, y desde Carretas el pueblo a sus pies espera el inminente desenlace.
Santa María de la Asunción te aguarda impaciente esperando tu regreso. Pero hay tiempo aún para eso, porque antes Costalero te espera y te reserva el merecido homenaje.
El gentío te vuelve a hacer sentir y la luz vuelve a reflejarse en tu cara, en tu espalda y en tus manos, que maniatadas quisieran dedicarles a ellos los aplausos que te profesan al ritmo de la mejor marcha.
Disfruta ahora que puedes porque se acerca la hora de tu recogida, cuando en la Plaza tu pueblo llore tu regreso al saber que te vestirán de nazareno y te harán cargar con la cruz.
No llores más Vera-Cruz, clama el niño adormilado. No pienses que te pierdo, y reza desde tu altar, reina y madre santanera, por Mi Esperanza en Tu Recuerdo.
Los sabores se vuelven amargos al saber que volveremos a verte hoy en la calle padeciendo tu castigo.
Nos gustaría pensar que todo acabó y el de arriba tuvo piedad de Ti, que los que llevas detrás se cansaron y que tu Madre no volverá a sufrir.
Sin embargo, la verdad es otra. La verdad fue otra.
Por eso tu pueblo, hoy igual que ayer, te vuelve a rendir homenaje, y tus fieles no te dejan solos.
Las túnicas rojas se entremezclan con las negras de capa verde cuando aún la luz no se ha vuelto sombra.
Sus pasos resuenan por las calles en el silencio del dolor, con la cara reflejando pesadumbre.
Y en el ambiente un grito de pasión, voces de esperanza, días de devoción.
Se prenden los cirios a la vez que va muriendo un día.
El alma se estremece y el aliento se congela, no fuera a ser que el más mínimo hilo de vida impidiera al capataz guiarte hacia tu salida.
Una vez en la calle el júbilo de tu pueblo mitiga tu dolor y te vistes de esperanza contemplando a tu centuria que aprende del sentir de sus mayores.
Maestro fuiste y, no pudiendo ser de otra manera, las manos de un maestro te tallaron.
Nadie como él podría haber simbolizado mejor la cantidad de sensaciones que en tu cara se acumulan.
Sereno rostro, eterno perdón. Divina clemencia. Bendito amor.
Y que decir de ti, Madre y Señora, que con tu hermosura acaparas miradas y en tu caminar arrastras corazones.
Virgen de la Cruz, que ni tus lágrimas de amargura afean tu belleza y que tu penar mi pueblo sofoca viendo como llevas bajo palio a su patrona y madre, Guaditoca.
El niño ahora sube a Santa Ana. Y desde la esquina de Altozano Bazán espera impaciente que tu cara asome, culminando la cima de Granillos para convertirte en Reina para todo un barrio.
Y llega el momento en que se posa junto a él y su abuela para decirle: ya está aquí tu Virgen,
Esperanza. Santanera de pro.
Tu hijo ya pasó, y desde Carretas el pueblo a sus pies espera el inminente desenlace.
Santa María de la Asunción te aguarda impaciente esperando tu regreso. Pero hay tiempo aún para eso, porque antes Costalero te espera y te reserva el merecido homenaje.
El gentío te vuelve a hacer sentir y la luz vuelve a reflejarse en tu cara, en tu espalda y en tus manos, que maniatadas quisieran dedicarles a ellos los aplausos que te profesan al ritmo de la mejor marcha.
Disfruta ahora que puedes porque se acerca la hora de tu recogida, cuando en la Plaza tu pueblo llore tu regreso al saber que te vestirán de nazareno y te harán cargar con la cruz.
No llores más Vera-Cruz, clama el niño adormilado. No pienses que te pierdo, y reza desde tu altar, reina y madre santanera, por Mi Esperanza en Tu Recuerdo.
MADRUGÁ
La noche cayó hace tiempo.
Tu rostro desangelado, sin embargo, sigue con nosotros.
Ten paciencia Guadalcanal y aguarda en la sombra, atesorando cada minuto hasta que aparezca el Nazareno.
Detén el tiempo cuando lentamente aparezca el primer farol que alumbre su cara.
Siente cada paso en tu pecho y abrígate con el manto de la multitud que disfruta al igual que tú del anonimato de fieles agrupados por devoción.
Fíjate, cuando esté en la calle, en su gesto desvalido.
Por un momento olvídate de rencores y rencillas que en nada nos ayudan y disfruta de su silencioso caminar.
De madera o de carey la cruz pesa lo mismo si el odio y la mala fe nos acompañan.
Este ha de ser el mensaje de tu salida y mi voz en el deseo.
Él, desde arriba nos contempla como a iguales, bajo el manto de la luna, y en su lento caminar se baña en la multitud, dejando paso un año más a la Virgen de la Amargura.
Acompañada de San Juan, tus lágrimas son agradecidas con un pueblo que te acompaña y miles de almas que te velan.
En la lejanía ves al Cirineo que deja tras de si, un sin fin de cirios encendidos.
Cirios que llegan hasta ti y aun en ti perduran, mezclándose entre notas y silencios que a tu nombre responden, Amargura.
Imagineros y orfebres. Pintores o Poetas. Ninguno de ellos podrá nunca inmortalizar momento más hermoso que el sufrimiento hecho cortejo.
Granillos arriba, en el horizonte se divisa el día. No desfallezcas costalero, alguien te espera en la cima.
El Espíritu Santo se alegra de verte de nuevo allí. Allí donde se forjó aquel año el sueño de ese niño que en su día no pudo describir.
Cuando te volviste para esperar a tu madre y en la gente el gozo de veros juntos.
Un fino hilo de música se abría paso a la vez que empezasteis a moveros.
No sabía que era aquello que sonaba, pero era justo lo que debía. Abel Moreno su compositor, La Madrugá se llamaba.
Hoy el niño sueña con aquel momento hasta que el día lo desvela y su padre al Palacio lleva para ver la recogía.
Disfruta de lo que ve y su garganta hecha un nudo no sabe como explicar que al posarse junto a aquel balcón algo de su alma se desprende.
Ni tampoco sabría decir que es lo que ocurre cuando el hormiguero te despide y en el aire aun perdura...
Tu rostro, tu son, tu nombre... AMARGURA.
Tu rostro desangelado, sin embargo, sigue con nosotros.
Ten paciencia Guadalcanal y aguarda en la sombra, atesorando cada minuto hasta que aparezca el Nazareno.
Detén el tiempo cuando lentamente aparezca el primer farol que alumbre su cara.
Siente cada paso en tu pecho y abrígate con el manto de la multitud que disfruta al igual que tú del anonimato de fieles agrupados por devoción.
Fíjate, cuando esté en la calle, en su gesto desvalido.
Por un momento olvídate de rencores y rencillas que en nada nos ayudan y disfruta de su silencioso caminar.
De madera o de carey la cruz pesa lo mismo si el odio y la mala fe nos acompañan.
Este ha de ser el mensaje de tu salida y mi voz en el deseo.
Él, desde arriba nos contempla como a iguales, bajo el manto de la luna, y en su lento caminar se baña en la multitud, dejando paso un año más a la Virgen de la Amargura.
Acompañada de San Juan, tus lágrimas son agradecidas con un pueblo que te acompaña y miles de almas que te velan.
En la lejanía ves al Cirineo que deja tras de si, un sin fin de cirios encendidos.
Cirios que llegan hasta ti y aun en ti perduran, mezclándose entre notas y silencios que a tu nombre responden, Amargura.
Imagineros y orfebres. Pintores o Poetas. Ninguno de ellos podrá nunca inmortalizar momento más hermoso que el sufrimiento hecho cortejo.
Granillos arriba, en el horizonte se divisa el día. No desfallezcas costalero, alguien te espera en la cima.
El Espíritu Santo se alegra de verte de nuevo allí. Allí donde se forjó aquel año el sueño de ese niño que en su día no pudo describir.
Cuando te volviste para esperar a tu madre y en la gente el gozo de veros juntos.
Un fino hilo de música se abría paso a la vez que empezasteis a moveros.
No sabía que era aquello que sonaba, pero era justo lo que debía. Abel Moreno su compositor, La Madrugá se llamaba.
Hoy el niño sueña con aquel momento hasta que el día lo desvela y su padre al Palacio lleva para ver la recogía.
Disfruta de lo que ve y su garganta hecha un nudo no sabe como explicar que al posarse junto a aquel balcón algo de su alma se desprende.
Ni tampoco sabría decir que es lo que ocurre cuando el hormiguero te despide y en el aire aun perdura...
Tu rostro, tu son, tu nombre... AMARGURA.
SANTO ENTIERRO... SOLEDAD
Manantial de ecos el que resuena en la Asunción.
Pies doloridos los que arrastran por el suelo, banda sonora de una pasión.
Un mar de peinetas inundan sus ojos de pequeño nazareno mientras contempla una imagen serena que de paz y el descanso la muerte pintó.
El incienso traspasa telas y su mano aprieta fuertemente el cirio. Rojo como tu sangre, eterno como tu perdón.
Precioso el rostro de la Soledad también. Que pena, piensa, que no la abandone el llanto.
Cuánto de puro se respira en ese momento, qué ganas de echarse a la calle.
En respetable orden lo instalan en un tramo y su mirada se vuelve a ningún lado.
El silencio desboca la magia mientras las puertas se abren al pueblo.
En la calle chaquetas y corbatas, fe y devoción, duelo en el ambiente.
La cuadrilla bajo el féretro avanza a paso lento. Milímetro a milímetro poquito a poco se acerca a la multitud.
La Plaza es un hormiguero pero ha muerto el Señor. Hoy no hay palmas ni Marcha Real, la voz se vuelve respeto.
Mira hacia atrás todo lo que puede y observa a su Soledad.
Hoy más que nunca has de ir detrás, porque no se ha escrito un Viernes más sereno ni estampa más preciada que observar el cariño con el que te duela el pueblo de Guadalcanal.
Los ojos almendrados del capirote dejan ver un sinfín de sensaciones. Cuerpos amalgamados y gestos compungidos por lo que ante sus ojos se muestra.
Un hilo de fino frío se cuela entre los huecos y una lágrima cae por sus mejillas. Igual que a ti Soledad, piensa mientras la mira.
Observa después los naranjos que hoy también mueren de tristeza mientras exhalan azahar.
Entretanto, la noche va cayendo poco a poco y la tenuidad de la luz se hace carne entre la carne. Pasión entre pasiones. Vida entre la muerte.
Cada vez que baja el paso, se prenda de los candelabros que al antojo del viento mueven las llamas de su interior.
De pronto siente un tirón en su túnica. Desvía su mirada hacia abajo y observa a un niño, aun más pequeño que él, que con su inocencia reclama caramelos con gran desparpajo.
Le sonríe mientras puede, aunque él no se de cuenta. Y continuaría haciéndolo, de no ser porque ha de seguir andando.
El paso ha levantado con su eterna tradición. El izquierdo atrás y una levantá suave sin despegar los pies del suelo.
Ahora ya no suena el parche, sino que lo hacen las tablillas. Muestra de respeto y mirada hacia atrás, porque de un balcón de la calle Mesones, se derrama una saeta dedicada a ti, Soledad.
De tu cara, dañada por el llanto, se desprende un ápice de ilusión porque esa voz sincera aúna en todos nosotros una divina muestra de fervor.
Y aunque cuesta mantener la respiración ha de seguir hacia adelante, camino incesante, providencia del señor.
"Ya va de recogía", susurran a sus espaldas y una extraña sensación se apodera de su alma. No puede ser. ¿Tan pronto?... Aun queda, sin embargo, rienda suelta a la pasión, pues te espera Costalero, Guaditoca y Concepción.
Y miradas atrás, y lágrimas que derramar, y fuerza por derrochar para no dejar jamás que la debilidad le impida acompañar a su Cristo en su eterno caminar.
La fila no abandona hasta que no llega a la plaza.
Hasta que no deja de ver al cisne que parece que lo despide.
Hasta que un abrazo caliente lo encierra para sí, mientras observa, con fe impasible, tan hermoso caminar.
Aquel del paso de la Virgen que hace horas se vistiera de penuria, para regresar a su templo llena entera de bondad y mirar a ese niño que en tu recogía siente hoy más que nunca SOLEDAD.
Pies doloridos los que arrastran por el suelo, banda sonora de una pasión.
Un mar de peinetas inundan sus ojos de pequeño nazareno mientras contempla una imagen serena que de paz y el descanso la muerte pintó.
El incienso traspasa telas y su mano aprieta fuertemente el cirio. Rojo como tu sangre, eterno como tu perdón.
Precioso el rostro de la Soledad también. Que pena, piensa, que no la abandone el llanto.
Cuánto de puro se respira en ese momento, qué ganas de echarse a la calle.
En respetable orden lo instalan en un tramo y su mirada se vuelve a ningún lado.
El silencio desboca la magia mientras las puertas se abren al pueblo.
En la calle chaquetas y corbatas, fe y devoción, duelo en el ambiente.
La cuadrilla bajo el féretro avanza a paso lento. Milímetro a milímetro poquito a poco se acerca a la multitud.
La Plaza es un hormiguero pero ha muerto el Señor. Hoy no hay palmas ni Marcha Real, la voz se vuelve respeto.
Mira hacia atrás todo lo que puede y observa a su Soledad.
Hoy más que nunca has de ir detrás, porque no se ha escrito un Viernes más sereno ni estampa más preciada que observar el cariño con el que te duela el pueblo de Guadalcanal.
Los ojos almendrados del capirote dejan ver un sinfín de sensaciones. Cuerpos amalgamados y gestos compungidos por lo que ante sus ojos se muestra.
Un hilo de fino frío se cuela entre los huecos y una lágrima cae por sus mejillas. Igual que a ti Soledad, piensa mientras la mira.
Observa después los naranjos que hoy también mueren de tristeza mientras exhalan azahar.
Entretanto, la noche va cayendo poco a poco y la tenuidad de la luz se hace carne entre la carne. Pasión entre pasiones. Vida entre la muerte.
Cada vez que baja el paso, se prenda de los candelabros que al antojo del viento mueven las llamas de su interior.
De pronto siente un tirón en su túnica. Desvía su mirada hacia abajo y observa a un niño, aun más pequeño que él, que con su inocencia reclama caramelos con gran desparpajo.
Le sonríe mientras puede, aunque él no se de cuenta. Y continuaría haciéndolo, de no ser porque ha de seguir andando.
El paso ha levantado con su eterna tradición. El izquierdo atrás y una levantá suave sin despegar los pies del suelo.
Ahora ya no suena el parche, sino que lo hacen las tablillas. Muestra de respeto y mirada hacia atrás, porque de un balcón de la calle Mesones, se derrama una saeta dedicada a ti, Soledad.
De tu cara, dañada por el llanto, se desprende un ápice de ilusión porque esa voz sincera aúna en todos nosotros una divina muestra de fervor.
Y aunque cuesta mantener la respiración ha de seguir hacia adelante, camino incesante, providencia del señor.
"Ya va de recogía", susurran a sus espaldas y una extraña sensación se apodera de su alma. No puede ser. ¿Tan pronto?... Aun queda, sin embargo, rienda suelta a la pasión, pues te espera Costalero, Guaditoca y Concepción.
Y miradas atrás, y lágrimas que derramar, y fuerza por derrochar para no dejar jamás que la debilidad le impida acompañar a su Cristo en su eterno caminar.
La fila no abandona hasta que no llega a la plaza.
Hasta que no deja de ver al cisne que parece que lo despide.
Hasta que un abrazo caliente lo encierra para sí, mientras observa, con fe impasible, tan hermoso caminar.
Aquel del paso de la Virgen que hace horas se vistiera de penuria, para regresar a su templo llena entera de bondad y mirar a ese niño que en tu recogía siente hoy más que nunca SOLEDAD.
SÁBADO SANTO
Lejos quedan ya las mañanas trasnochadas.
Aquellas en las que el cielo se vestía de blanco
y de lirio los ojos cansados de tantos humildes devotos.
Lejos queda también, el hueco de aquella mañana de Viernes que tan bien supo tapar el glorioso Sábado Santo.
Lejos queda igualmente la sorpresa y el estupor de visitantes distraídos que con ignorancia preguntaban a qué era debido una crucifixión después de un entierro.
Dudas y miedos que el tiempo se encargó de disipar y, para bien, demostrar que aquellos valientes no se equivocaron, pues doce años después, da gusto comprobar que el estupor que levanta el Cristo de las Aguas, ni las propias aguas del cambio consiguieron derrumbar.
No ha cesado en ningún momento el gesto de asombro que levanta cada año cuando inerte a su salida se eleva sobre el monte de lirios y realza su grandeza ante un pueblo que lo admira.
Impresiona todavía su difícil y arriesgada levantá. A pulso eterno sobre el cielo y a la par un quejío interno. Inicia un lento caminar y la pasión se vuelve arte, solo con mirarte se hace bello tu pesar.
Y qué decir de Ella. Rostro sereno, hermosura sin par. Virgen de los Dolores, que el tiempo no pasa por ti, que sigues igual que ayer quien fuera bambalina para a tu lado atardecer.
Para seguirte y hacerte fuerte en tu dolor. Para sentir de cerca toda la fe y el amor de quien muere en su interior esperando sin sentido una triste redención.
Quiero estar cerca de ti cuando te encuentres con la mirada del niño, que ahora en Juan Carlos Primero mira hacia arriba con desvelo, esperando que las nubes descarguen sobre ti la lluvia de pétalos que te manda el cielo.
Pero también quiero ser él, y ver el baile de varales que al son de tan lindas notas te devuelven por momentos la alegría.
La alegría de ser tú. La alegría de la pasión. La alegría de un nuevo Sábado Santo que en tí nada cambió.
Y qué sentir, dios mío, cuando llegue a la Concepción.
Cuando la sombra de tus cirios te anuncien por Guaditoca. Cuando la música apresure tu llegada, cuando se desboque el corazón.
Allá donde dejastes tantos recuerdos e imágenes inmortales. Allá donde muchos te atesoran. Allá donde este año se escribirá tu nombre.
Parecerá que por momentos tu espalda arqueas y tu cabeza levantas.
Una mirada al cielo, un suspiro al viento y una muestra de agradecimiento a todos los que contigo se emocionan, a todos los que viven del recuerdo.
Y os perderéis como siempre por San Sebastian, y entonces querré ser manto para cobijarte, llamador para tocar al cielo y clavo para desclavarte.
Haré ancha la estrechez y volaré de paso en paso, de rostro en rostro, intentando retrasar el principio de las luces y en el niño la tristeza de ver como todo pasa.
Hoy, mi encomienda, sería de alguna manera clamar al viento, exponer mis sentimientos y pedir que este año no me llores CRISTO DE LAS AGUAS, VIRGEN DE LOS DOLORES.
Aquellas en las que el cielo se vestía de blanco
y de lirio los ojos cansados de tantos humildes devotos.
Lejos queda también, el hueco de aquella mañana de Viernes que tan bien supo tapar el glorioso Sábado Santo.
Lejos queda igualmente la sorpresa y el estupor de visitantes distraídos que con ignorancia preguntaban a qué era debido una crucifixión después de un entierro.
Dudas y miedos que el tiempo se encargó de disipar y, para bien, demostrar que aquellos valientes no se equivocaron, pues doce años después, da gusto comprobar que el estupor que levanta el Cristo de las Aguas, ni las propias aguas del cambio consiguieron derrumbar.
No ha cesado en ningún momento el gesto de asombro que levanta cada año cuando inerte a su salida se eleva sobre el monte de lirios y realza su grandeza ante un pueblo que lo admira.
Impresiona todavía su difícil y arriesgada levantá. A pulso eterno sobre el cielo y a la par un quejío interno. Inicia un lento caminar y la pasión se vuelve arte, solo con mirarte se hace bello tu pesar.
Y qué decir de Ella. Rostro sereno, hermosura sin par. Virgen de los Dolores, que el tiempo no pasa por ti, que sigues igual que ayer quien fuera bambalina para a tu lado atardecer.
Para seguirte y hacerte fuerte en tu dolor. Para sentir de cerca toda la fe y el amor de quien muere en su interior esperando sin sentido una triste redención.
Quiero estar cerca de ti cuando te encuentres con la mirada del niño, que ahora en Juan Carlos Primero mira hacia arriba con desvelo, esperando que las nubes descarguen sobre ti la lluvia de pétalos que te manda el cielo.
Pero también quiero ser él, y ver el baile de varales que al son de tan lindas notas te devuelven por momentos la alegría.
La alegría de ser tú. La alegría de la pasión. La alegría de un nuevo Sábado Santo que en tí nada cambió.
Y qué sentir, dios mío, cuando llegue a la Concepción.
Cuando la sombra de tus cirios te anuncien por Guaditoca. Cuando la música apresure tu llegada, cuando se desboque el corazón.
Allá donde dejastes tantos recuerdos e imágenes inmortales. Allá donde muchos te atesoran. Allá donde este año se escribirá tu nombre.
Parecerá que por momentos tu espalda arqueas y tu cabeza levantas.
Una mirada al cielo, un suspiro al viento y una muestra de agradecimiento a todos los que contigo se emocionan, a todos los que viven del recuerdo.
Y os perderéis como siempre por San Sebastian, y entonces querré ser manto para cobijarte, llamador para tocar al cielo y clavo para desclavarte.
Haré ancha la estrechez y volaré de paso en paso, de rostro en rostro, intentando retrasar el principio de las luces y en el niño la tristeza de ver como todo pasa.
Hoy, mi encomienda, sería de alguna manera clamar al viento, exponer mis sentimientos y pedir que este año no me llores CRISTO DE LAS AGUAS, VIRGEN DE LOS DOLORES.
LA RESURRECCIÓN
Y al tercer día Resucitó.
Es el triunfo de la vida sobre la muerte.
En Guadalcanal además, es el triunfo de la devoción juvenil sobre el desdén que se le presupone.
Es la demostración de los valores arraigados en tantas y tantas almas puras que en la sombra desearon que la pasión no se acabara en sábado.
Desde cero y arriesgando, como las cosas bonitas de la vida, un grupo de muchachos pusieron sus ojos en el olvidado.
Aquél que se movía por la desgana y que paseaba de mano en mano.
Aquél que se servía de las sobras de los demás. Este, el Resucitado.
Invisible tanto tiempo, despreciado y poco valorado, corrió la buena suerte de caer en buenas manos.
Y es que, nuestra Semana Santa, señores, no entiende de edad, de talla o de prejuicios.
Por eso pequeños corazones movieron cielo y tierra.
Vencieron adversidades y se ganaron el respeto de todos los demás.
A título particular hicieron realidad aquel sueño del niño. Aquel deseo de ser costalero. Ese debut agradecido que nunca olvidará.
Por desgracia es algo que nunca repetirá pero que en el fondo agradece, ya que será testigo un año más de la belleza de una estampa sin igual.
Volverá a mezclarse entre tantos que, como él, un día fueron niños.
Tantos que recordarán los tristes años de su soledad.
Aquellas plazas desiertas o balcones sin adornar.
Hoy sin embargo la alegría derrota a todo ese pasado y un pueblo entero luce como nunca al paso del Resucitado.
María Magdalena, tan joven entre nosotros, no concibe sino la satisfacción de sus nuevos paisanos que con la cara libre ya del llanto los abriga y los impulsa en cada salto al cielo.
Allí donde precisamente el Padre Eduardo observe con una sonrisa en la cara hasta donde llegaron sus muchachos.
Y seguramente hasta allí llegue la voz del capataz con la claridad de quien hace las cosas de corazón.
Y desde allí una bendición para animaros en vuestro caminar, para ayudaros a no desfallecer, a proseguir en vuestro empeño de crecer y hacer grande a vuestra Hermandad.
Cuando regreses a la Plaza todo lleno de alegría en nuestros adentros nacerá de nuevo la pena porque algo enorme se desprende de nosotros.
No podemos entristecer, sin embargo, como antaño, pues nos regalasteis un gran día.
Allí de pie inerte contemplaremos la divinidad de tu rostro mientras te bañan de pétalos, y poquito a poco partirás hacia tu templo dejándonos, como no, bien rizado el rizo.
Demostrando fervor y talento y un sinfín de innumerables sensaciones, pidiendo al cielo por favor: AIRES DE TRIANA NUNCA LOS ABANDONES.
Es el triunfo de la vida sobre la muerte.
En Guadalcanal además, es el triunfo de la devoción juvenil sobre el desdén que se le presupone.
Es la demostración de los valores arraigados en tantas y tantas almas puras que en la sombra desearon que la pasión no se acabara en sábado.
Desde cero y arriesgando, como las cosas bonitas de la vida, un grupo de muchachos pusieron sus ojos en el olvidado.
Aquél que se movía por la desgana y que paseaba de mano en mano.
Aquél que se servía de las sobras de los demás. Este, el Resucitado.
Invisible tanto tiempo, despreciado y poco valorado, corrió la buena suerte de caer en buenas manos.
Y es que, nuestra Semana Santa, señores, no entiende de edad, de talla o de prejuicios.
Por eso pequeños corazones movieron cielo y tierra.
Vencieron adversidades y se ganaron el respeto de todos los demás.
A título particular hicieron realidad aquel sueño del niño. Aquel deseo de ser costalero. Ese debut agradecido que nunca olvidará.
Por desgracia es algo que nunca repetirá pero que en el fondo agradece, ya que será testigo un año más de la belleza de una estampa sin igual.
Volverá a mezclarse entre tantos que, como él, un día fueron niños.
Tantos que recordarán los tristes años de su soledad.
Aquellas plazas desiertas o balcones sin adornar.
Hoy sin embargo la alegría derrota a todo ese pasado y un pueblo entero luce como nunca al paso del Resucitado.
María Magdalena, tan joven entre nosotros, no concibe sino la satisfacción de sus nuevos paisanos que con la cara libre ya del llanto los abriga y los impulsa en cada salto al cielo.
Allí donde precisamente el Padre Eduardo observe con una sonrisa en la cara hasta donde llegaron sus muchachos.
Y seguramente hasta allí llegue la voz del capataz con la claridad de quien hace las cosas de corazón.
Y desde allí una bendición para animaros en vuestro caminar, para ayudaros a no desfallecer, a proseguir en vuestro empeño de crecer y hacer grande a vuestra Hermandad.
Cuando regreses a la Plaza todo lleno de alegría en nuestros adentros nacerá de nuevo la pena porque algo enorme se desprende de nosotros.
No podemos entristecer, sin embargo, como antaño, pues nos regalasteis un gran día.
Allí de pie inerte contemplaremos la divinidad de tu rostro mientras te bañan de pétalos, y poquito a poco partirás hacia tu templo dejándonos, como no, bien rizado el rizo.
Demostrando fervor y talento y un sinfín de innumerables sensaciones, pidiendo al cielo por favor: AIRES DE TRIANA NUNCA LOS ABANDONES.
DESPEDIDA
Entre júbilo y aplausos, Jesús Resucitado vuelve a refugiarse en su templo.
Aún en la retina coletea ese suave recuerdo de los pétalos que cayeron.
Esa recogía que parecía nunca acabar.
Toca pues darse la vuelta y con amargo sabor admitir que todo acabó.
Han sido ocho días inolvidables. Momentos únicos y nuevas sensaciones que renacen cada año.
Ha sido una oración. Una plegaria. Un esfuerzo. Una lágrima. Un son. Un olor.
Todo esto es lo que nos queda por recordar durante los siguientes trescientos sesenta y cinco días.
Recuerdos que se convierten en resortes que acrecientan nuestra ilusión.
Recuerdos que nos dan la vida y sacan de nosotros lo mejor.
Recuerdos que nos sirven para que un año más sigamos luchando de la manera más honesta posible por aquello que amamos.
No puede quedar entonces lugar para la añoranza, para la tristeza o para la nostalgia, porque, señores, tenemos la inmensa suerte de haber nacido en un lugar donde todo el año es Semana Santa.
Este que hoy os habla se despide de vosotros con la inmensa suerte, además, de ver cumplido un sueño.
Con la fortuna incomparable de haber dado rienda suelta a todo lo que siento por mi Semana Santa, por mi gente y por mí pueblo.
Por haberme permitido disfrutar de un paseo por mis recuerdos.
Por sacar lo más puro de mi.
Y concluyo, parafraseando las últimas palabras de mi artículo para la Revista de Semana Santa de este año.
Familiares, amigos, músicos y cofrades, un millón de gracias por hacerme ser lo que soy.
Guadalcanal, mi eterno agradecimiento por hacerme pregonero.
MUCHAS GRACIAS
EPÍLOGO
Dicen que es de bien nacido ser agradecido. Por eso, en un día como el de hoy quería tener una muestra de agradecimiento con algunas personas.
A Encarni Galván, por apoyarme, animarme y ser mi correctora desde el mismo día que le comuniqué que sería pregonero.
A la Hermandad de la Vera-Cruz, por cederme el pie para que el banderín de la banda de cornetas y tambores pudiera lucir sobre este escenario.
A mi Junta de Hermandad de la Borriquita, por su eterno apoyo.
A mi familia, en especial a mi hermano Mario, por su confianza en mí en todo momento.
A mis amigos por creer en mis posibilidades.
A Blanca Cote, por su fe ciega en mí.
A las dos bandas por su participación.
Y a todo el pueblo de Guadalcanal por su apoyo y sus muestras de afecto durante estos tres últimos meses.
Gracias a todos.