Jesús Rubio
4 de
diciembre de 1598, Acoma, Nuevo México.
Diego Núñez, como sus compañeros, se movía despacio.
Era el responsable de uno de los dos grupos. No había que despertar ningún tipo
de recelo. Pero tenía que tomar más provisiones. Algunos indios les seguían a
cierta distancia.
Iban entrando en la planta baja de aquellas
casas de adobe, que estaban dispuestas en varios pisos, con escaleras de mano
para subir de una estancia a otra. Mientras uno de ellos entraba, los otros se
quedaban en la puerta. No hallaron gran cosa en ninguna de ellas.
Una tras otras, fueron inspeccionadas las casas
de esa parte del pueblo. Salvo un par de gallinas más, no habían conseguido
reunir muchos víveres.
PARTE II: CASTIGO
29 de
diciembre de 1598. San Juan Bautista[1],
Nuevo México.
El capitán Jerónimo Márquez se santiguó y juró
decir la verdad:
-En todo momento seguí las órdenes de Su
Excelencia el Gobernador y, tal y como se nos ordenó, traté con los indios que
encontramos a nuestro paso y se les trató bien.
El capitán Jerónimo Márquez era el primer
testigo en el juicio que Juan de Oñate había comenzado contra los indios de Acoma,
acusados de matar al maese de campo Juan de Zaldívar, a los alféreces Felipe
Escalante y Diego Núñez Chaves, a ocho soldados, y a dos criados.
El capitán Jerónimo Márquez prosiguió con su
relato:
-Llegamos con treinta y un soldados al pueblo de
Ácoma el 1 de diciembre. Era primera hora de la tarde. Estando como a una legua
del pueblo salieron a nosotros un buen número de indios. Vinieron a nosotros de
manera pacífica, dando grandes muestras de alegría por encontrarse con
nosotros. Fui enviado por el maese de campo Zaldívar con otros siete hombres
para ver si los indios nos podían procurar agua y leña. Nos procuraron un poco,
pero no era mucho. Se les pidió más y ellos dijeron que los traería al día
siguiente. Nos trajeron unas cuatro fanegas de maíz y algo de harina. Pero era
insuficiente. Ellos nos dijeron que había más en el pueblo de Acoma, encima de
la roca que allí cerca se alzaba. El maese de campo subió allí el viernes, que
era día 4. Subió con dieciocho hombres. A mí me ordenó que me quedara en el
campamento con el resto de los soldados. Se llevaron hachas y otros objetos con
los que intercambiar. Un poco después del anochecer, llegó a donde estábamos
nosotros uno de los sirvientes de Juan del Caso. Venía con una espada en su
mano. Nos dijo que los habían matado, excepto a él y a otros pocos más, que se
habían arrojado desde la roca. También nos dijo que se había salvado Bernabé de
las Casas, porque se había quedado con los caballos al pie de la roca. Nos dijo
que los españoles habían sido atacados por los indios con flechas, piedras,
garrotes y palos. A las dos horas, llegó Bernabé de las Casas con los soldados
heridos y los caballos. De las Casas me dijo que desde donde él estaba pudo ver
como los indios atacaron a los nuestros, y como algunos de ellos habían saltado
desde la roca. Al día siguiente envié a siete soldados a dar noticia al gobernador
de todo esto que había ocurrido.
21 de
enero de 1599. Acoma, Nuevo México.
El capitán Vicente de Zaldívar, hermano de Juan,
maese de campo que murió en Acoma, sobrinos ambos del gobernador Juan de Oñate,
se dirigió a su lengua.
-Decidles que venimos en paz. Y que queremos
saber la razón por la que mataron a los nuestros.
Así lo hizo el intérprete pero no hubo
respuesta.
El capitán de la operación de castigo se dirigió
entonces a Juan Velarde:
-Tome nota de cuanto se les ha dicho y de su
respuesta. Y escriba que los indios están armados con mazas, dardos, arcos y
piedras, y que algunos llevan cotas de malla cogidas a los nuestros. Y apunte
que he dado orden de que no se responda a las flechas y piedras que nos han
lanzado. Y apunte también que han hecho agujeros para que caigan nuestros
caballos. Y apunte por último que les ha requerido una, dos y hasta tres veces
que se nos entreguen a los responsables de la muerte de nuestros compañeros.
Y dicho esto, dio orden de retirarse de allí.
29 de diciembre
de 1598, San Juan Bautista. Nuevo México.
-Cuando llegamos arriba de la roca, el maese de
campo nos ordenó que permaneciéramos unos a la vista de otros y que no se
molestara a los indios de ninguna manera.
Quien así hablaba era el capitán Gaspar López de
Tabora, natural de Lisboa y alguacil real de la expedición. Había salvado su
vida saltando desde arriba de la roca, a casi cien metros de altura:
-Los indios nos acompañaron hasta una estrecha
plaza sobre un acantilado. Nos trajeron maíz y harina, pero no era suficiente
para que nos sirviera para poder retomar nuestro camino. Entonces el maese de
campo envío al alférez Diego Núñez de Chaves con seis hombres a recoger más a
un lugar que nos indicaron ellos. Al rato, el maese de campo me mandó a
buscarle. Diego Núñez me dijo que no le querían dar nada y que volviera a donde
estaba el maese de campo a por más hombres. Quería terminar rápidamente la
tarea porque se estaba haciendo tarde. Así lo hice. El maese de campo me envió
con seis hombres más. Oí gritos en donde estaba el capitán Diego Núñez. Los
indios comenzaron a atacarnos. Y me retiré hacia donde estaba el maese de
campo. Vi al capitán Diego Núñez que corría batiéndose en retirada hacia donde
estábamos nosotros. Cuando llegué vi al capitán Diego Núñez muerto.
El maese de campo estaba herido en una pierna por una flecha. Y había soldados
muertos y otros heridos. Nos hacían retirarnos hacia el desfiladero. Entonces
murieron el capitán Felipe Escalante y el propio maese de campo.
El siguiente en comparecer ante el
gobernador Juan de Oñate fue el alférez Bernabé de las Casas. Esto fue lo que
habló:
-En todo momento el maese de campo
nos dijo que había que tratar bien a los indios, y que quien no lo hiciera él
se lo haría pagar. El capitán Jerónimo Márquez fue, a día 1 de diciembre a por
madera y agua hacia donde estaban los indios. Hubo gritos. Luego supimos que
los indios no querían darlo de buena gana. Marchó el maese de campo al pueblo y
les dijo que les daría rescates por la harina que trajeran de buena gana y que
había dado orden de que no se les hiciera daño. Así, el día 4 de diciembre
volvió el maese de campo. Yo me quedé abajo con los caballos con otros tres
soldados. Luego oí gritos y vi que bajaban indios a por mí y a por los
caballos. Nos defendimos. Escuché disparos de arcabuz y luego bajó uno de
nuestros criados y me dijo que los habían atacado. Vi también saltar por el
desfiladero a los soldados Juan de Olague y a Pedro Robledo. Robledo se hizo
pedazos en la caída, pero Olague cayó de manera que se pudo levantar. Me dijo
que el maese de campo, los capitanes Escalante y Núñez, el alférez Pereira y
los otros soldados estaban arrinconados contra las peñas. Recogí a otros
heridos que habían caído. Los monté en los caballos. Mandé a uno de los
soldados a dar noticia de lo que allí había ocurrido al gobernador. Mientras
huíamos de Acoma, fuimos atacados.
22
de enero 1599. Acoma, Nuevo México.
Durante toda la noche, los indios de Acoma
estuvieron celebrando sus bailes y ritos. Zaldívar ordenó que se llevara a
buena parte de los caballos a beber al arroyo cercano a Acoma, pero fueron
atacados. Según relataron a Zaldívar, mataron a dos de los caballos.
El capitán ordenó redactar la orden
de ataque. La firmó. Y también firmaron como testigos el capitán Villagrá, el
capitán Marcos Farfán, el capitán Aguilar y el contador Alonso Sánchez.
La batalla comenzó a las tres de la
tarde y duró hasta bien entrada la noche. La artillería de Zaldívar no
consiguió hacer gran daño a los asediados, que luchaban con mucha bravura y
determinación. Varias veces se intentó el asalto y otras tantas fue rechazado.
Una vez oscurecido, el capitán
Zaldívar, ordenó que cesara el fuego y que se quedara cada uno en su puesto,
listo para la batalla.
Acoma había resistido.
[1] En los documentos relativos a estas
fechas el cuartel general de Oñate ya no aparece como San Juan de los
Caballeros, sino como San Juan Bautista.
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