sábado, 29 de noviembre de 2008

La batalla de Guadalcanal de Alonso Cárdenas

-------------------------- Viñeta de Antón Zape

El mesón de El Toro como cada madrugada, había abierto sus puertas antes de que saliera el sol. No importaba que la noche anterior, aparte de haberse celebrado el Martes de Carnaval (los hechos narrados a continuación ocurrieron en Guadalcanal durante la noche del martes del carnaval del año 1476) los habitantes de la Villa hubieran tenido que atender a los multitudinarios visitantes, que imprevistamente se habían presentado.

Numerosos soldados ocupaban las mesas en el Mesón, en las que fueron apareciendo toda clase de viandas, de las que la hambrienta mesnada fue dando buena cuenta.

Entre los clientes destacaba Alonso de Cárdenas (1), que residía en Llerena y ocupaba una de las mesas de esta famosa hostería de Guadalcanal. Le acompañaban Enrique Enríquez (2) y el capitán del Hierro.

Gracias a ocupar una mesa junto a ellos, pude seguir esta interesante conversación entre los ilustres comensales.

… realmente no lo entiendo –decía Alonso Cárdenas- como es posible que el duque de Medina Sidonia, don Enrique de Guzmán (3), haya podido escapar, con todas las puertas de la villa cerradas con candados.
- Su señoría tiene razón –dice del Hierro- parece imposible, pero debe entender que aquí en Guadalcanal también tiene amigos y alguno le tiene que haber ayudado, sin embargo, aunque no conozco aún las cifras exactas, le hemos aprehendido unos doscientos caballos y más de trescientas acémilas. Nuestros hombres han confiscado más de setecientas libras de plata y algunos collares de oro.
- Este Conde de Niebla –apostilla Enrique Enríquez- ha hecho honor a su nombre y ha desaparecido entre la niebla de este frío miércoles de ceniza.
- Estoy seguro que estas hostilidades no nos benefician en nada a ninguna de las partes, porque al final los Reyes van a intervenir, como de hecho lo están haciendo ya, mermando nuestro poder. Como sabéis –sigue Alonso Cárdenas- a la muerte de Manrique acudí a la villa del Corral de Almoguer con mis partidarios y el prior de San Marcos de León y el de Uclés, para hacerme reconocer como maestre de los territorio de nuestra Orden en la provincia de Castilla, sin embargo, la reina Isabel se presentó de improviso al Capítulo General, pidiendo formalmente que se detenga el proceso de la elección, es más, solicitó que se le adjudicara la administración de nuestra Orden de Santiago, al rey Fernando, por un periodo de seis años, como así no hubo más remedio que hacer.
- Pero el duque sabía que la villa de Guadalcanal estaba dentro de sus dominios –dijo Enríquez- ¿por qué la ha atacado?
- Guzmán es un hombre joven e impulsivo y asegura que el rey Fernando le había prometido el puesto antes de ceñir la corona –contestó Cárdenas. Como he dicho antes, teóricamente el puesto de Gran Maestre a todos los efectos está vacante y él piensa que todavía no se ha dicho la última palabra y que puede ser elegido. Me supongo que al atacar Guadalcanal quería hacer méritos antes el rey Fernando. Como sabéis, la mayoría de los caballeros de la Orden me apoyan a mí, antes que elegir a un venido de fuera.
- También puede ser que Guzmán, después de su desastrosa campaña, quisiera ocupar alguna villa o fortaleza de nuestra Orden –dijo el capitán del Hierro.
- Si hubiera hecho caso a su amigo el conde de Feria, que según me ha dicho uno de los prisioneros –dice Enríquez- le recomendó que no atacara Fuente de Cantos ni Guadalcanal, creo que todo esto se habría evitado.
- Cuando pasaron cerca de Llerena pensé –dijo Cárdenas- que se había vuelto más juicioso y le había hecho caso a su amigo. No me preocupó mucho que siguiera adelante, porque sabía que la noche de carnaval en Guadalcanal, podía ser funesta para él. Como bien sabéis, los vinos de esta villa hay que saber beberlos, y estos andaluces lo han catado pocas veces.
- No sólo no es juicioso –siguió el capitán del Hierro- sino que además es imprudente. Anoche llegó cuando la villa ya estaba cerrada y sus vecinos consagrados a la algazara del martes de carnaval. Como los vecinos tienen que ofrecer hospedaje a los soldados, esto les causó molestias, a lo que vino a sumarse los recelos acerca de los recién llegados. Pero no por eso emplearon más vigilancia el Duque y sus capitanes, aún cuando sabían por algunos de sus huéspedes que aquella noche había de llegar su señoría, y los sorprendería en la cama, desarmados y sumidos en el sueño, si no se precavían apostando escuchas y poniendo de centinela algunos hombres conocedores de los caminos en la garganta del monte que domina esta villa, único punto donde debían espera la entrada de nuestros soldados.
- Según me ha dicho un amigo –prosiguió Enríquez- ni la amenaza de la venida de vuestra merced fueron bastante para que Duque y sus oficiales adoptasen medidas de vigilancia, acogieron con risotadas los avisos de sus huéspedes y todos en completa embriaguez se echaron en sus casas.
- Me creo lo que me dice amigo Enríquez, ya que cuando llegué con mis hombres, ¿cuántos éramos capitán?
- Alrededor de mil, era nuestra mesnada –contestó el capitán del Hierro.
- Como le digo –prosiguió Cárdenas-. Entramos en la villa donde vimos que reinaba la soledad y el silencio y sin que nadie nos percibiera, dispuse un minucioso registro en busca de nuestros adversarios. Antes hice sujetar las anillas de hierro de los muchos cerrojos de las puertas de Guadalcanal, para que nadie escapara, penetré personalmente en la casa donde se hallaba el Duque con veinte amigos jóvenes que habían estado cenando y bebiendo con él, echamos abajo las puertas y empezamos el ataque, en cuanto los amigos del Duque pudieron coger las armas.

Alonso de Cárdenas hizo un alto en su relato y asiendo la copa de barro que contenía el famoso vino añejo de Guadalcanal, dio un largo trago y posó de nuevo la copa en la mesa.

Entre los numerosos comensales del mesón, apareció Alonso de Palencia (4), que viendo a Cárdenas y al resto que le acompañaba, se acercó a su mesa.

Amigo Alonso –le saludó Cárdenas- siéntese con nosotros, que parece que todavía está dormido.
- La verdad es que he dormido poco –contestó Palencia. Ya que como sabe, me gusta escribir y he estado redactando un resumen de lo que me han contado de la batalla de la noche pasada.
- Pues venga, léanos lo que tenga escrito –dijo Enríquez.
- Bueno tengo que pulirlo aún, pero le leo lo que tengo escrito: “… resonaba por todas las calles terrible estruendo y gritería, los sevillanos se abrían paso peleando y corrían a la casa donde estaba el Duque, algunos guiados por la luz de los faroles, cargaban sobre los enemigos; otros valientes jóvenes, medio borrachos, no rehuían la lucha, antes más osados, como más ignorantes del peligro, atravesaban combatiendo las calles atestadas de enemigos armados. Entretanto, el Duque sin ser reconocido, quedó tres veces prisionero y otras tantas en libertad, luego que -según la costumbre española- declaraba haber entregado a otro su espada…”
- Me temo que se nota en lo escrito su ascendencia sevillana –dijo Cárdenas algo molesto- ya que da la impresión, que son los “buenos” de la historia, y teniendo en cuenta que esta villa está dentro de mi jurisdicción…
- El historiador está por encima del bien y del mal –prosiguió Palencia-, narra lo que ha visto o le han contado; en este caso, puede ser que la persona que describió lo visto lo hiciera con simpatía hacia los andaluces. Si me lo permite prosigo: “… se rindió el caballero que le acompañaba -que era de Jerez-, a fin de dar tiempo a huir y así lo hizo el Duque, a quien iba guiando entre la oscuridad un leal vecino…”
- Seguro que este vecino es el que le ha contado la historia –dijo el capitán del Hierro.
- … que le tuvo que prestar su propio calzado porque a don Enrique le era imposible caminar de otro modo, por aquellas asperezas. Encontraron a un jinete que cabalgaba hacia Alanís, que reconociendo al Duque, le cedió su caballo..."
- Yo apuesto que fue el del caballo el que le ha contado la historia .dijo Enríquez.
- Lo siento, pero no puedo informarles de mis fuentes –continuó Palencia- “… en la villa iba encarnizándose entretanto la pelea; el ansia del botín hacía aflojar a la gente de Cárdenas. El primer ímpetu de los sevillanos había conseguido que se agruparan fuerzas suyas, de modo que ya en muchos lugares se combatía en iguales condiciones. El núcleo de la resistencia lo formaban unos setenta mancebos que detuvieron por largo rato al enemigo, que confiaba en su mayor número, luchando cuerpo a cuerpo, en muchos momentos parecían vencerlos, aterrorizando a los adversarios que tanto terror le habían inspirado antes…”
- La verdad es –dijo Cárdenas- que llegué a temer un desastre; los sevillanos consiguieron apostar treinta jinetes en las afueras para la pelea, mientras mis soldados se entretenían en saquear lo que tenían los sevillanos, a quienes habían muerto o aprehendido.
- Sin embargo –prosiguió Palencia- “… resultó herido el capitán que había quedado al frente de los del Duque, éstos por fin se retiraron dándose por vencidos, seguramente ya de día y por el camino de Alanís…
- Bueno, se marcharon –dijo el capitán del Hierro-pero nosotros nos quedamos con el botín, y aún hubiera sido mayor éste, si los vecinos de Guadalcanal no se hubieran mostrado bondadosos y observando las leyes de hospitalidad, devolvieron a los sevillanos, antes de marcharse corriendo, la plata labrada que había confiado a su buena fe o había arrojado a los pozos. Los habitantes de la villa no han tomado parte en la batalla, han alojado las tropas como era su obligación –ambos ejércitos éramos legales- y nos han avisado de los peligros, nos han socorrido y tenemos que reconocer que han sido bondadosos con ambos contendientes..."
- Creo que esta batalla –tomó la palabra de nuevo Cárdenas- tendrá repercusiones políticas, ya verán. Ha sido un revés para el de Medina Sidonia, pero ya veremos sino me afecta a mí también, los Reyes Católicos quieren asegurar el nuevo estado que están formando, y pienso que quieren someternos a todos los nobles.
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Han pasado dieciséis años desde aquél martes de carnaval que narrábamos anteriormente, estamos en el mismo Mesón del El Toro. Ahora dos de los personajes que conocimos están frente a frente…
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1) Alonso Cárdenas tenía en esa fecha 53 años. Fue Gran Maestre de la Orden de Santiago en dos ocasiones, (1474-1476) y posteriormente (1477-1493)
2) Enrique Enríquez fue nombrado comendador de Guadalcanal en el año 1480.
3) Don Enrique de Guzmán el Bueno, II Duque de Medina Sidonia (d. 1492) y conde de Niebla.
4) Alonso de Palencia, intelectual y político notable, nació en julio de 1423, probablemente en Sevilla y murió después de 1492. En el capítulo X del libro I de la Tercera Década, entre los sucesos de finales de 1475 y principios de 1476, narró Palencia las contiendas por el maestrazgo entre el Duque de Medina Sidonia y el Comendador Cárdenas. Una de ella fue ésta. (H.ª de los Reyes Católicos B.A.E. vol. 70 (Madrid 1878) cap. 40: “De cómo el Duque de Medina… entró en el Maestrazgo…” pág. 596-597)

(continuará …)

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