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Moisés Bernabé, concejal de Cultura en el momento de iniciar el acto (Fot. Ramón Corpas) |
Dentro de los actos que se han celebrado en la Velá de Santa Ana de este año, se ha realizado en la mañana del sábado, la presentación de la nueva edición que Ignacio Gómez, ha hecho del libro que Antonio Muñoz Torrado publicó en el año 1922, "Últimos días de la feria de Guaditoca".
El acto, que estuvo presidido por el Concejal de Cultura, Moisés Bernabé, contó con la asistencia de numeroso público.
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Público asistente al acto. (Fot. Ramón Corpas) |
En primer lugar tomó la palabra Moisés Bernabé, que resaltó la labor que viene realizando Ignacio Gómez, para la conservación del patrimonio histórico de Guadalcanal, tanto como editor, como es el caso de hoy, o como escritor, como ocurrió el año pasado.
Agradeció a Ignacio Gómez, la colaboración que desde que asumió la Delegación de Cultura, le ha prestado y le pidió que siga trabajando, como lo ha hecho hasta ahora.
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Moisés Bernabé en un momento del acto (Fot. Úrsula Gómez) |
A continuación tomó la palabra Ignacio Gómez, agradeciendo la asistencia de los presentes al acto y a Moisés Bernabé, por las palabras que había dicho sobre él.
Seguidamente inició la presentación del libro, hablando en primer lugar del autor y posteriormente desglosó la historia de la famosa feria de Guaditoca y los hechos que ocurrieron para que ésta se trasladara a Guadalcanal.
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Ignacio Gómez al inicio de su disertación (Foto. Úrsula Gómez) |
Resumimos sus palabras a continuación:
Muchas veces, paseando por nuestro pueblo, nos hemos
preguntado quién fue la persona cuyo nombre aparece en la calle por donde
pasamos. Así tenemos, Pedro Vallina, Andrés Mirón, López de Ayala, Castelló
Rodríguez, Muñoz Torrado, Ortega Valencia, Antonio Porras, Juan Campos, Juan
Pérez, Luis Chamizo, Antonio Machado, Cervantes, Pemán, Pérez Galdós. etc. Todos
ellos tuvieron su lugar en la historia, unos en la de Guadalcanal y otros a
nivel nacional o mundial, como es el caso de Cervantes.
El nombre de quien hoy nos ocupa es Antonio Muñoz
Torrado. Este paisano nuestro nació en Guadalcanal el 11 de abril de 1879 -curiosamente
el mismo año que nació Pedro Vallina (29 junio 1879) y murió López de Ayala (30
diciembre 1879), ya ven, tres personajes unidos por un año-. De familia
humilde, estudió la carrera sacerdotal en el Seminario Pontificio de Sevilla,
en el que cursó Humanidades, Filosofía, Derecho Canónico y Teología, en la que
se doctoró. Fue ordenado sacerdote en 1902, cuando contaba sólo 23 años.
Posteriormente simultaneó la enseñanza de Latín y Gramática en el Seminario con
la dirección del Boletín Oficial del Arzobispado, quedándole tiempo para
colaborar en varias revistas y periódicos andaluces, entre otros: Bética, Revista Católica, El Correo de
Andalucía, etc. También trabajó como auxiliar en el Archivo del Palacio
Arzobispal y dedicó muchas horas –como
ahora veremos- a Guadalcanal. Posteriormente ganó por oposición una plaza de
beneficiado en la Catedral
de Sevilla.
Fue comendador con placa de la Real Orden de Isabel la Católica, presidente de la Junta Diocesana de Arte y académico de la Real Academia de Buenas Letras, de Sevilla.
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Numeroso público asistió al acto (Fot. Úrsula Gómez) |
A lo largo de su vida,
escribió gran cantidad de libros, discursos y otros escritos, que podrán ver en
el prólogo del libro que hoy les presentamos.
Los relacionados con
Guadalcanal, fueron:
Este mismo expediente sirvió para
que se abortara un segundo intento de venta del citado edificio el 29 de julio
de 1935, ya que ante el interés de Rafael Cárdenas de comprarlo (para tirarlo y
ampliar su casa que está anexa al mismo), el Arzobispado no autorizó la venta,
refiriéndose al expediente que realizó Muñoz Torrado en 1923 y dando esta
contestación: “Sevilla 3 de Agosto de
1935. Vistos los antecedentes de este asunto y especialmente lo actuado en el
año 1923 como motivo de una solicitud del Sr. Párroco de Guadalcanal,
decretamos que no ha lugar a lo solicitado en la instancia que nos ha dirigido
D. Rafael Cárdenas Ordóñez.
Finalmente, murió
en Sevilla el día 24 de abril de 1937.
Para que nos
hagamos una idea, en el cuaderno
formado en 1786 para el ajuste de la cuenta de maravedises que cobró en aquel
año la Justicia
de la Villa,
nos da testimonio fehaciente de que allí se vendían –como nos cuenta Muñoz
Torrado- desde las vituallas más necesarias para la vida, hasta los objetos más
lujosos y superfluos, que podía desear el más refinado gusto. En los Portales,
que formaban una gran plaza delante del Santuario, estaban las tiendas de
lienzos y sedas, cintas y encajes, sombreros y zapatos, cueros y cordeles de
cáñamo, estambres y paños, baratijas y alhajas de oro y plata. En los puestos
de las esquinas, y en otros, ya adosados a los muros del Santuario, ya
esparcidos por el valle, se vendían vinos, desde los afamados de las bodegas de
la Marquesa
de la Vega,
hasta el mosto de la última vendimia, aguardientes y refrescos, tabacos y
turrones, chacinas y abadejo, aceite y vinagre. En mesas y tablas, que
arrendaba el Santuario, tenían sus vendejas los jergueros de Sevilla, de
Carmona, de Tocina, de Medina de las Torres y de Fuente de Cantos; los de
Montemolín vendían costales, los granadinos pitos, los de Berlanga bayetas, los
de Martos cordonería; botones los de Écija y Cabra, frutas los de Palma; sin
que faltaran campanillos y cencerros, suelas y horquillas, palas y aperos de
labor; herrajes y ferretería, hormas para zapatos, y calzados, paños y
estemeñas, espartos, sedas y lienzos; no siendo corto el número de vendedores
de garbanzos tostados y alfajores, avellanas y turrones, frutas del tiempo y
quesos… Y mil y mil cosas más, en que pudieran gastar dinero los peregrinos, ya
para proveerse de cera y exvotos que ofrecer al Santuario, ya para llevar a los
suyos algún recuerdo de aquellos días que pasaron alegres y contentos en las
vegas de Guaditoca. En una relación existente de 1789, aparecen casi 250
puestos registrados .
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Amigos de Ignacio Gómez al finalizar el acto (fot. Úrsula Gómez) |
Pero
la parte más importante del ferial era el mercado de ganados.
El
sitio reunía para ellos las mejores condiciones, no siendo la menos principal
el que por allí pasa la vereda real de carnes y que los pastos son abundantes
en las dehesas próximas y excelente el abrevadero del río, que besa los muros
del templo por el lado sur. No faltaría ni el ganado de cerda, ni el vacuno; y
concurrían rebaños de ovejas y cabras. De estos ganados no hablan los cuadernos
de registros, dedicados solamente a la compraventa de caballerías, donde
aparece relación de 124 pueblos que habían traído animales. Hierros de las más
acreditadas cuadras de Andalucía y Extremadura ostentaban caballos, potros y
yeguas, mulos y asnos, siendo numerosas las transacciones y viniendo los
compradores y vendedores de muy lejanas tierras. Allí se daban cita el modesto
labriego y el rico labrador; aquél en busca de la yunta de poco precio que le
ayudase a labrar su pegujal, y éste en demanda de brioso corcel; el tratante en
ganados de la campiña andaluza y el proveedor de caballos de los regimientos
del Ejército; el venido de las márgenes del Tormes y el que comercia con
Gibraltar desde el vecino campo de San Roque; el de la Sierra de Aracena, y el de
las vegas del Guadiana; los labradores de Carmona y de Écija y Jerez y sus
comarcas y los labradores extremeños… hasta de Valencia venían en busca de
potros para recriarlos. Dan esos pueblos importancia al ferial y llevan de un
extremo a otro el nombre de la feria de Guaditoca.
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¿Y qué pasó con todo esto?
Pues
sencillamente, que llegó un nuevo Corregidor, D. Antonio Donoso de Iranzos y
observó la gran cantidad de limosnas que recibía la Virgen por todos los
puestos que llenaban la explanada del Santuario y, precisamente, presenció una
discusión entre el Patrono Juan Pedro de Ortega (descendiente del Marqués de
San Antonio) y el colector de la iglesia de Santa María de Guadalcanal, por
unos desacuerdos en el pago a los clérigos que asistían y decían misa a la Patrona durante todos los
días de la feria.
El Sr. Donoso de Iranzos a la vista de
la falta de control por la autoridades de Guadalcanal de los ingresos que se
producían y poniendo como excusa la falta de comodidad de los asistentes y otros
temas que leerán, inició un expediente para trasladar la Feria a Guadalcanal.
Después de varios años de litigio entre
la familia de los Ortega y el Consistorio, el traslado se realizó el año 1792 y fue el principio del fin de esta
famosa feria.
Ya en
Guadalcanal, la feria se empezó a celebrar en la Plaza de España, pero aparte
de que a los vendedores les costaba más caro poner sus puestos, era imposible
poner los más de doscientos que se colocaban en el Santuario de Guaditoca. Lo
mismo ocurría con los animales que, aunque los pusieron por detrás de la antigua
casa del Comendador, en ningún caso se podía comparar con las condiciones
existentes en la Vega
del Encinar.
Poco a poco la
asistencia fue disminuyendo y, con ello, la importancia de la feria, que
finalmente se trasladó al ejido de El Coso en el año 1900, donde los más
mayores todavía recordamos El Rodeo que se celebraba por las mañanas en los
terrenos que ahora ocupa la piscina y el cuartel de la Guardia Civil y la
procesión que el tercer día de la feria se le sigue realizando a la Virgen de Guaditoca, en
recuerdo de la que se le hacía en su Santuario.
¿Qué hubiera
pasado si el traslado no se hubiera realizado?
¿Habría
evolucionado y hoy tendríamos uno de los eventos más famosos de la comarca?
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Con esta
publicación, cierro el ciclo que inicié el año 2002 dedicado a Muñoz Torrado
con la publicación de “El Santuario de
Ntra. Sra. de Guaditoca” y que termino con la edición de este libro que, como
ya he comentado, contiene “Últimos días
de la feria de Guaditoca” y “Novena
en Honor de Ntra. Sra. de Guaditoca”, con la ilusión de que su nombre y sus
historias sobre nuestra Patrona sean recordados por muchos años.